Por Silverio E. Escudero
Como cada fin de semana, cada tarde de domingo tiene su cuota de tensión. Cayó la noche y no había encontrado el tema ni el tono de la entrega semanal para El Balcón. Los que rondaban tomaban forma y, como ocurre casi siempre, pasaron a integrar la lista de los pendientes.
La solución del dilema llegó, como en muchas otras ocasiones, en forma casual. Nuestro entrañable amigo Gerhard Schröder y su hermosa mujer Henriette nos hicieron partícipes de sus padecimientos morales a la hora de elegir nuevos representantes al Parlamento alemán.
Ninguno de los candidatos satisfacía sus intereses y no estaban dispuestos a otorgar otro cheque en blanco a Angela Merkel quien, según sus dichos, “cree que es la madre salvadora de Europa y el mundo a costa de todos, del cuero y bolsillo de todos los alemanes”.
El tono de la misiva era alarmante. Sorprendía. Entre nuestro mal alemán y su escaso castellano mayor era la ansiedad y el diccionario Cuyas, que tantos y tan buenos servicios nos ha brindado, no estaba donde debería estar. En definitiva, el correo electrónico en cuestión era una apretada síntesis de la complejidad que vive la sociedad alemana.
Incluía, además, una descarnada descripción de los partidos políticos y de sus líderes. Sobre lo inconducente del abstencionismo de los euroescépticos quienes, según describen, carecen de propuestas razonables frente a las dificultades candentes que vive la antigua Prusia. Que entre otros temas irresueltos figuran las desarmonías que implicó la reunificación del país y la molicie de los alemanes orientales; las tensiones que trajo a una sociedad conflictiva la presencia de casi un millón de nuevos inmigrantes y el resurgimiento de la ultraderecha, que ha ganado las calles con la silente complicidad de una sociedad que ha decidido, al parecer, quejarse el día después.
Ha dejado de importar que el domingo pasado haya vuelto a triunfar en Alemania la señora Merkel, a quien la revista Forbes la considera -por décimo año consecutivo- la mujer más poderosa del mundo. Tampoco que haya obtenido el peor resultado electoral desde su arribo a la Cancillería, allá por 2005.
La señora canciller logró imponerse de nuevo, con 33% de los votos, ocho puntos menos que hace cuatro años pero doce más que los socialdemócratas liderados por Martin Schulz, su principal rival en estos comicios generales, partido que obtuvo el peor resultado de su historia desde la Segunda Guerra Mundial.
La cuestión alemana, por este tiempo, está centrada en dos cuestiones fundamentales -a riesgo de ser acusado de reduccionista-. ¿Merkel está en condiciones de asumir el liderazgo político, económico y militar de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), vacante tras la deserción de Donald Trump y el alejamiento de Gran Bretaña del acuerdo comunitario? Y la segunda, un poco más compleja, por tener un correlato histórico ineludible: ¿los alemanes contemplarán estáticos el avance neonazi como sucedió, en la lejana década de los años 30, con el advenimiento de Hitler y su demencial plan de hegemonía racial?
Los retos que le esperan a Alemania son los que tiene su canciller. Le esperan jornadas ciclópeas. Mucho más cuando Occidente la imagina como su tabla de salvación y manto protector de todos los desaguisados a los que nos tienen acostumbrados gobiernos que huyen de sus responsabilidades.
Otros, en tanto, la hacen tan enérgica que le imaginan como la reencarnación de Rocky Marciano, aquel celebérrimo campeón del mundo que reinó en la categoría de los pesos pesados entre el 23 de septiembre de 1952 y el 30 de noviembre de 1956, a quien los comentaristas deportivos de su tiempo -influenciados por la prédica malsana de Joseph McCarthy- consideraban “la Esperanza Blanca” frente a la mayoritaria presencia de boxeadores negros en todas las categorías.
La nueva Dama de Hierro subyuga por su moderación y aplomo frente al desequilibrio y desenfreno del presidente yanqui. Tan grande es su influencia que un sondeo realizado por Pew Research Center en 37 países le asigna a la líder alemana 42% de imagen favorable y 31% de desconfianza, registro que en el caso de Trump es de 22% y 74%, respectivamente. En Europa, la confianza en Merkel alcanza 60%.
Pero ante todo, la líder alemana deberá decidir bajo qué condiciones está dispuesta a refundar el proyecto europeo para reconstituir -ahora junto a la Francia de Emmanuel Macron- la confianza en el bloque regional, duramente erosionada por años de políticas de austeridad, pérdida de empleos, falta de expectativa entre los jóvenes, conflictos migratorios y crecientes amenazas a la seguridad.
Sin embargo, crecen las dudas. La idea de una Alemania, aliada con Francia, como la locomotora de Europa, produce sarpullidos en las principales cancillerías del mundo.
Saben de la prepotencia alemana y su ansia imperial. Pretensión que los buenos modales de la señora Merkel apenas pudieron disimular cuando reconoció que la cooperación económica entre los miembros de la zona euro deja mucho que desear.
Alemania, dijo, está abierta a crear un “gobierno económico” de la zona euro con el fin de generar nuevos puestos de trabajo y contribuir al crecimiento económico de los 19 países que la integran. Por esa razón -afirmó enfáticamente en el encuentro de la Federación de la Industria Alemana, celebrado en Berlín el 27 de junio pasado- “podemos pensar en un presupuesto de la zona euro, así queda claro que vamos a ser capaces de fortalecer la estructura de nuestra economía.”
La cuestión militar es uno de los mayores desafíos que tiene por delante Angela Merkel como capitán del barco europeo.
La crisis de la alianza transatlántica hizo que fuera definiendo el perfil de su jefatura. Sin eufemismos dijo -luego de las cumbres de la OTAN y el G-7- que Europa ya no se podía fiar completamente de sus antiguos aliados británicos y estadounidenses “porque mañana pueden ser nuestros enemigos.” Advirtiendo, de esa manera, sobre la dimensión de la grieta que se ha creado en la relación transatlántica que, por años, ha constituido la piedra angular del progreso y la seguridad en Europa desde finales de la Segunda Guerra Mundial.
Asumió así una realidad incontrastable. Una realidad mucho más compleja cada día. Y, lo es, entre otras razones, por la inestabilidad emocional del presidente de Estados Unidos, que ha dado sobradas muestras de no importarle la paz ni los acuerdos estratégicos construidos trabajosamente durante más de 70 años. Por eso el desprecio y ultraje que somete a sus aliados y/o potenciales socios este cowboy de utilería.
Vayan como ejemplos de la increíble guaranguería del “señor Zanahoria” el empujón que le propinó al presidente de Montenegro, el trágico encuentro de Peña Nieto en un pasillo de un hotel donde se celebraba una cumbre mundial, el descortés gesto para con Merkel al interrumpir una respuesta de ella.
Sin embargo, también probó de su propia medicina. Ocurrió en la reunión bilateral que tuvo con el presidente de Francia. En esa ocasión Emmanuel Macron le retuvo, con autoridad, su mano, obligándole a permanecer sentado. Gesto que significó ponerle coto a las tropelías de un misógino que cree ser la reencarnación de “Ted” Roosevelt, El Gran Cazador.
Queda pendiente, fuera del marco de influencia de la OTAN, la construcción del nuevo Ejército de la Unión Europea que Alemania levanta con extremo sigilo y discreción. Construcción que se muestra al mundo como un ejercicio de cooperación e integración de brigadas de otros países en el seno de la Bundeswehr, las Fuerzas Armadas alemanas.
Esta propuesta es celebrada por los europeístas y recogida con temor por los euroescépticos que ven desaparecer sus proposiciones frente al resurgimiento de Esparta.