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¿A quién querés más: a mamá o a papá? (II)

ESCUCHAR

Por Silvina Muñoz *

La participación de los niños en mediación tiene que ser con una idea clara: es para que los escuchen sus padres. En la anterior entrega presentamos el caso de una pareja de padres muy jóvenes, con dos niños: Lorenzo (10) y Abel (12), que a raíz de situaciones familiares desafortunadas, llegan a nuestra mesa con un alto grado de deterioro en las relaciones entre el padre, Luis, y los hijos. Tomamos la decisión de entrevistar a los chicos ya que creímos que para el padre iba a ser muy difícil comenzar a reconstruir la relación con esos antecedentes y sabíamos que Carla, la madre, no tenía la intención de colaborar demasiado en el tema.
A la audiencia llegaron dos hombrecitos, menuditos como la mamá, muy agradables y con un peinado bien “tuneado”, lo que denotaba que para los chicos éste era un evento importante. En ese momento pensaba en el impacto que tiene en las partes una convocatoria al Centro Judicial de Mediación (CJM).
Al comenzar, solicito la autorización a los padres para quedarnos a solas con los chicos, tal como lo permite el proceso, ya que es tan confidencial como las reuniones con los adultos. Dos caballeritos se sentaron y comenzaron a contestar con total soltura, pero una palabra me hizo mucho ruido pues ya la había escuchado antes: “decepción”. Abel me lo dijo con respecto a la actitud de su papá, pero no me quedaba claro a cuál se refería; yo sabía de situaciones anteriores (violencia y desconocimiento de la paternidad) pero los chicos lo ven de otra forma. Al preguntarle sobre la actitud del papá que lo había decepcionado, me dijo que eran “sus ausencias”. Me descolocó. Lorenzo asentía. En el fondo de esta situación, los chicos necesitaban expresar libremente, y sin ser desleales a su mamá, que querían estar con su papá.
Les pregunto si tenían otro sentimiento aparte de la decepción y me contestan que sentían mucho enojo. ¿Enojo? ¿Por qué? “Porque no nos ve; no nos viene a ver los domingos cuando jugamos al fútbol. Hace muchos domingos que no viene…” ¿Lo extrañan? “Claro”, responden. “Me pregunto por qué extrañar a alguien que te decepcionó…” “porque yo lo quiero a mi papá…”, dice Abel y Lorenzo asiente con todos los gestos posibles. Comento: “¿Les gusta el rally? ¿Vieron qué lindos autos? Cuando la carrera empieza, estas súper máquinas están impecables, relucientes, potentes, los motores rugen como leones… cuando vuelven de la carrera tienen tierra y barro, están maltrechas; sin embargo, debajo de esa mugre permanece la misma potencia del motor. Con el amor y el enojo pasa más o menos lo mismo: el amor que sienten por su papá es este auto potente y fuerte; cuando las cosas andan bien luce brillante y bonito, pero cuando nos enojamos empieza a llenarse de barro hasta perder de vista el auto que hay debajo.
Ahora yo los invito a que no se confundan y que este enojo no les impida ver lo mucho que quieren a su papá”. Ambos deciden que le pueden dar otra oportunidad pero no quieren hablar directamente con él; entonces armamos una especie de escenario y les pregunto a los chicos si están de acuerdo en hablar conmigo, lo mismo que acaban de decir, pero con los papás escuchando. Colocamos las sillas de manera que los niños se sientan frente a nosotras y los padres detrás. Repito las preguntas que había hecho en privado, tal como lo habíamos acordado.
Lo que más me cuesta es mantener la mirada en los chicos, aunque podía apreciar cómo se secaban las lágrimas Luis y Carla al escucharlos decir las cosas que les habían lastimado de sus padres.
El impacto de los dichos de sus hijos fue muy importante para ambos. Si nosotros lo hubiéramos transmitido, no habría sido lo mismo; escuchar “Yo lo quiero a mi papá” o “no quiero que mi mamá sufra” hace que se le caigan las medias a más de uno. Sin embargo, las cosas no estaban dadas todavía para sentarlos frente a frente en la mesa, por eso diseñamos un escenario intermedio que en este caso resultó suficiente.
Lograr un espacio cuidado para que los chicos se expresen y los padres tomen conciencia de lo importante que es para ellos crecer con lo mejor de lo que cada uno les pueda dar, es el inicio de un sistema comunicacional familiar sustentable y no sólo para el papel.
Como mediadora, pero fundamentalmente como madre, me costó mucho trabajo aceptar que ni las madres podemos ser “madrepadre”, ni los padres pueden ser “padremadre” de sus hijos ya que somos complementarios por naturaleza, tanto como el sol y la luna. Después vendrán los requerimientos, las realidades individuales, las carencias personales y las propias dificultades como personas y como padres; pero si ésa va a ser la realidad con la que tendremos que lidiar, también se puede aprender a hacerlo, de una manera más saludable para los padres, pero fundamentalmente para los hijos, que ahora tienen su espacio revalorizado en los procesos judiciales.

* Mediadora, Centro Judicial de Mediación

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