Ya sabemos que estos que vivimos son momentos, días, años duros y difíciles. Y para todos ellos deberíamos tener a mano las palabras más que adecuadas, necesarias, para ayudar, un poco al menos, a aliviar el dolor de quienes sufren.
Por Teresa de Hostos Olivar- Especial desde San Juan de Puerto Rico para Comercio y Justicia
El lunes pasado, 6 de enero, Día de Reyes no monárquicos, Óscar López Rivera cumplió 71 años de edad y 32 y demasiados meses de encarcelamiento. El lunes pasado, 6 de enero, un grupo de personas celebramos el nacimiento de Óscar López Rivera, ocurrido en San Sebastián, en Río Piedras.
No cantamos “las mañanitas que cantaba el rey David” aunque estoy segura de que el calendario ya tiene fecha reservada para el día en que cantaremos, más que mañanitas, himnos, y alzaremos banderas, y las estirpes condenadas a tantos siglos de coloniaje tendremos una segunda oportunidad sobre la Tierra.
Es cierto, cada año que termina nos abre uno peor. Y no es aberrante pesimismo esta afirmación. Es producto nefasto del no menos nefasto siglo que nos ha tocado vivir. El siglo de los adelantos científicos que no acaban con la injusticia ni el hambre, la espectacular tecnología que aminora las distancias y distancia las cercanías, de las plagas incurables, de la doble y triple moralidad, de la estupefaciente publicidad, de la verdad a medias (hoy en calcetines), de la libertad y la revolución dictadas por la moda. De los propósitos comunes que se han convertido en malestares comunes.
Todos los países, todos, llevan su propia crisis a cuestas. Pero a la cabeza, Estados Unidos de América. Los estados unidos, sumidos; hundidos. Todo por la cotidiana soberbia de hacerse creer a sí mismos, y con la necia necesidad de convencer al resto del mundo, de que son el paradigma del paraíso terrenal. Paraíso inundado de temores que debido a ellos ha inundado de prisiones. No es madre-patria ni padre-patria este país del norte que no está con sus hijos: los indios renegados, los negros marginados, los deambulantes maldecidos. A los “latinos” expatriados, a los boricuas encarcelados, los acogieron en su seno paramaternal.
¡Pobres jueces del imperio! cumplen y luego imponen para celebrar sus efemérides cuando en realidad celebran sus infernales fondos monetarios, su enfermiza banca totalitaria. Esas que asignan la mirada torva de un calendario ahistórico y falaz.
Sin embargo, en nuestro calendario, este último 6 de enero, el más reciente, se salió del almanaque el Día de Reyes para conmovernos y movernos. Para llevarnos hacia Óscar y traerlo a él a nosotros. Para sacarlo de esas mazmorras en que no está su corazón. Para devolverlo a la misma tierra que tampoco tiene en sí, a Eugenio María de Hostos que nació en enero también. Y me pregunto: ¿cuántos patriotas más nos debe el calendario? ¿Cuántos que, como Hostos, se vieron obligados a abandonar su patria por la cárcel del exilio? y ¿cuántos más como Óscar la abandonaron para padecer la nefasta dualidad exilio-cárcel?
Tal vez no importan tanto el 6 de enero ni el 11 de enero en éste ni ningún calendario. Tal vez (nadie ha visto lo suficiente) como le escribió Hostos a Ruiz Belvis: “… la orgía de todos los errores; la edad de oro de todos los egoísmos e individualismos repugnantes; la omnipotencia universal del oro; el carnaval de la indignidad y la injusticia; el endiosamiento de la barbarie”.
Tal vez porque Hostos llamó a Ruiz Belvis “amigo de sus ideas” Óscar López también lo es. Tal vez nos decidamos a dar la vuelta de hoja definitiva en el calendario ya tardío de nuestra historia y también prohibirles la prisión ¡para siempre! a nuestros y nuestras patriotas. Tal vez todo esto me viene de las cárceles en que visité a Alicia, a Luis, a Ricardo, porque no pude decirles que al estar con ellos no estuvimos acompañados solamente por cámaras y guardias sino que estaban todos los demás junto a ellos, y yo no salí tan oronda porque no salí sola de allí.
Tal vez es porque yo no los ayudé lo suficiente a salir de la prisión que me hago creer que esto que escribo puede ayudar un poco a Óscar. Tal vez sea él quien me ayude como yo no lo ayudo a él. No estoy segura. Me amparo en Hostos. Porque, como él dijo: Los momentos pasan; pasan con ellos los hombres; pero siempre llega el día de la victoria para la justicia. Que no la vea el que por ella ha sucumbido, eso ¿qué importa? El fin no es gozar de ese día radiante; el fin es contribuir a que llegue ese día.
Teresa de Hostos Olivar
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