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1.459 días de resistencia

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 Por Silverio E. Escudero

El más vulgar, el más guarango, el más patético, el más egocéntrico de los tiranos, el de la ignorancia supina, se hizo del gobierno y está sentado, para desesperación de la mayoría, en la Sala Oval. Desde allí, con el puño crispado, amenaza con el Armagedón y tiene como víctima propiciatoria a la humanidad que teme morir en su altar sacramental.
Nada aterroriza más que lo impredecible. La apertura de las puertas del Averno llena de pavor hasta a los ultraconservadores miembros del Grand Old Party que, junto a un número importante de legisladores republicanos, intentan transformarse en garantes de la democracia. Temen, se asegura, que el grito de “¡América primero!” sea la piedra angular de un nuevo Reich “en manos de un tipo tan desequilibrado como Hitler y tan fanático como Mussolini”.
¿Encarna la administración Trump, atento a las mutaciones de la historia, el fin del hegemonismo estadounidense en el mundo? ¿El histrionismo presidencial -que marca el comienzo de una etapa peligrosamente nacionalista- propicia la persecución, encarcelamiento y muerte de activistas, dirigentes sociales y políticos opositores? Las preguntas y respuestas se multiplican por millones. Razón por la cual sería necesario encontrar el camino para retornar a Tucídides –que fue antes que Laclau-, para que nos describa el principio de “la inevitabilidad de la guerra”.
La sociedad autoritaria que encarna el señor Trump no sólo desconoce valores democráticos tan caros a la civilización occidental. Propicia ejercer un férreo control ideológico y disciplinario sobre la población y, en tanto, obligará a los tribunales inferiores a repudiar la doctrina pacífica y reiterada de la Corte Suprema de Estados Unidos. Esta propuesta de subvertir el orden jurídico –que tanto entusiasma a dirigentes peronistas de toda laya- está sostenida en la fuerza de la Asociación Nacional del Rifle y la del siempre poderoso Movimiento de Milicias yanqui, organización armada de ultraderecha que, escudada en la Segunda Enmienda, aspira a sentarse a la mesa de las decisiones presidenciales.

La Administración Trump debe saber, ciertamente, que no tiene razón en quejarse frente al poderoso movimiento opositor que despertó. movimiento que supera largamente el de los resistentes a la guerra de Vietnam. Porque el presidente fomentó que el yanqui medio sienta ira por la llegada de extranjeros en un país de inmigrantes; sienta que ha perdido el control de su sociedad, de su origen, “que por la irrupción de los ‘afuerinos’ ha perdido lo propio. Sienten que está en peligro lo que Francis Fukuyama denomina su comunidad cultural orgánica. Ésta ya no les pertenece en exclusiva, deben convivir con extraños que no comparten sus valores ni costumbres y, para más, están obligados a aceptar los beneficios de los nuevos integrantes; si no, se los mira como trogloditas políticamente incorrectos”.
Es imposible enfrentar el imaginario político, primario, abstruso, ininteligible, de Trump y quedar indemne. Ése fue el gran tema que abordamos con historiadores y politólogos de nuestra Universidad Nacional de Córdoba en un reciente conversatorio.
Ronald Reagan, en 1987, en su famoso discurso de Berlín junto al “ignominioso muro”, gritó para que lo escuchara desde Moscú Mijail Gorbachov: “Tear down this wall!”. El muro cayó en 1989 y el mundo celebró la libertad, el fin del imperio soviético, el triunfo del capitalismo.
Treinta años después, otro republicano, anuncia con descaro, tratando de arrodillar a México, que construirá otra pared más grande para separar dos mundos: el de los pobres y el del Norte para “hacer América grande otra vez”. Al parecer, en su imaginario, eso se llama principios, coherencia política y democracia ajustada a las nuevas realidades. Toda voz disidente, estamos seguro, será callada y si no luchamos la razón será la del más fuerte y del más rico.
¿Será ingenuo pensar que le importan las personas, el futuro de la Tierra, los marginados? ¡No nos engañemos! Fortalecerá, mal le pese a sus admiradores, los intereses económico-políticos de las élites reinantes, de las cuales es un príncipe plebeyo pero príncipe al fin.
Será un gobierno Wasp, exclusivo para blancos, anglosajones y protestantes. Ya fue suficiente aguantar ocho años, dijo, “un africano y musulmán en la Casa Blanca (…) Es el turno histórico de los estados blancos del medio oeste y los del sur”, que han demostrado –anotamos por nuestra parte- a lo largo de la historia, ser ignorantes, racistas, fanáticos, de tanto escuchar, arrobados, a pastores y curas tan lunáticos como ellos que les aseguran que el dios que adoran estará con ellos cuando “pongan en su lugar a esos jodidos japoneses y coreanos, a esos grasientos mexicanos que afean nuestras ciudades”. Tarea que, al parecer, emprenderá el vicepresidente Mike Pence, un ortodoxo ultraconservador, enemigo de la planificación familiar, líder de la lucha contra el aborto y el matrimonio entre homosexuales. Durante sus 10 años como congresista votó contra el salario igualitario y abogó por restringir las leyes migratorias. Como gobernador de Indiana bloqueó los fondos de ayuda a refugiados sirios que llegaron a vivir a tal Estado e impuso normas contra la comunidad LGBT.
Angela Davis, la mujer que nos convocó a trabajar por la paz, ha vuelto. Ocupa, como siempre, su puesto en la vanguardia. Su enorme discurso frente a millones de mujeres en marcha fue un canto a la resistencia y contó los días de gestión Trump: son apenas 1.459.

 

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