Fue una muerte inesperada, generada por la locura y rodeada de lo incomprensible
Ese 8 de diciembre de 1980 no era un día en nada particular para John Lennon. Se hallaba donde residía, en Nueva York, en la calle 72 a la altura del Central Park en la isla de Manhattan, el distrito de la ciudad con mayor densidad de población de los cinco que componen la ciudad.
Salió como siempre, junto a Yoko Ono, su esposa, por la puerta de los coquetos Dakota Apartments, una edificación que se destacaba por lo exclusivo de quienes podían residir allí, para mezclar juntos la pista Walking on Thin Ice en el estudio de grabación Record Plant. El título sonaba paradójico: él también caminaba sobre hielo delgado, sin saberlo.
Mientras iban por la vereda hacia su limusina, los rodearon varias personas en busca de un autógrafo del músico. Nadie quería que Yoko les firmara nada. Era algo habitual y uno de los buscadores de firma era Mark David Chapman, un empleado de hospital de 25 años de edad proveniente de Honolulu, islas de Hawaii. Sin mediar palabra, le entregó a Lennon una copia de Double Fantasy que el músico firmó. Tras hacerlo, se lo devolvió sin que éste dijera nada. Lennon le preguntó entonces: “¿Es todo lo que quieres?”. Chapman siguió sin decir palabra y sólo asintió con la cabeza, en tanto el fotógrafo Paul Goresh tomaba una foto del encuentro sin saber, ni por asomo, lo que en realidad estaba retratando.
Algunas horas después, Chapman no le entregaría nada bueno cuando regresara al edificio. Parado en la sombra del arco de la entrada principal, le dispararía a Lennon cinco balas de punta hueca con un revólver de cañón corto calibre 0.38 Special de Charter Arms, luego de dejar pasar a Yoko hacia la recepción. Eran las 10:50 de la noche.
El músico no había querido comer fuera para poder estar en su departamento a tiempo para dar las buenas noches a Sean, su hijo de cinco años, antes de que se fuese a dormir. Por esas fatalidades del destino, en lugar de llegar con el coche al patio del edificio, o estacionarlo en el garaje, salieron de su limusina en la calle 72, junto a la entrada.
Un disparo falló, pasó por encima de la cabeza de Lennon para impactar en una ventana del edificio. Los restantes dieron en su blanco, infligiendo graves heridas, entre ellas una perforación de la aorta. Aun así, Lennon subió cinco peldaños hacia el área de seguridad y pudo decir «me dispararon» antes de desplomarse al suelo. Jay Hastings, conserje del Dakota, lo cubrió con su uniforme, le quitó las gafas y llamó a la policía.
En el exterior, José Sanjenís Perdomo, antiguo policía cubano y portero del edificio, le quitó la pistola de la mano a Chapman y la pateó lejos en la acera. El agresor no daba señales de casi nada, tampoco de huir. Sólo se quitó el abrigo y el sombrero mostrando que no llevaba ningún tipo de arma oculta, y tomó asiento en la acera.
Perdomo le echó en cara “¿Te das cuenta de lo que has hecho?”. Con mucha calma, el empleado de hospital respondió: “Sí, acabo de disparar a John Lennon”.
Llevaron al músico baleado en un coche patrulla de la policía al St. Luke’s-Roosevelt Hospital Center, en el número 1111 de Amsterdam Avenue. Fue recibido allí por el Dr. Stephan Lynn en la sala de emergencias, sin pulso ni respiración. Por los siguientes 20 minutos, un equipo de médicos abrió el pecho de Lennon e intentó un masaje cardíaco manual para restablecer la circulación, sin éxito por el gran daño en los vasos sanguíneos alrededor del corazón. Fue declarado muerto a las 23:15, firmando el Dr. Lynn el documento. La causa de muerte expuesta: hipovolemia, por la pérdida de más de 80% del volumen sanguíneo.
Steve Spiro y Peter Cullen, patrulleros de la policía de Nueva York que acudieron al lugar, encontraron al responsable del hecho sentado en la acera, con absoluta calma. El homicida sostenía un libro de bolsillo entre las manos: The Catcher in the Rye, de J.D. Salinger. Más conocido entre nosotros por uno de sus títulos en español: El guardián del centeno.
Lo leía por decimosexta vez: “Léanlo, allí están todas las respuestas. Léanlo y lo comprenderán todo“, dijo entonces. No se opuso a su arresto.
Chapman había salido a la mañana de ese 8 de diciembre de la habitación del hotel Waldorf Astoria en la que estaba alojado, para ir a una librería a comprar el libro de Salinger y autografiarlo: “Para: Holden Caulfield. De: Holden Caulfield. Esta es mi declaración”. Subrayó la palabra “esta” y se fue al Central Park a buscar al ex-Beatle.
En su declaración a la policía tres horas después, Chapman dijo “Estoy seguro de que la mayor parte de mí es Holden Caufield, el personaje principal del libro. El resto de mí debe ser el Diablo”. Su fin de semana en Nueva York pretendía ser una evocación del que se narra en tal libro, una novela del escritor estadounidense J. D. Salinger, presentada en forma de serie en el periodo 1945-1946 y publicada en formato de libro en julio de 1951 por Little, Brown and Company.
Seis meses después del suceso, compareció como acusado de homicidio en una corte de Nueva York. Se declaró culpable del crimen, una inesperada admisión del acto que sorprendió, ya que su defensa en el periodo previo había intentado alegar motivos demencia para no ser juzgado.
Sin embargo, al menos una docena de expertos en salud mental que lo analizaron entendieron que estaba lo suficientemente cuerdo para ser llevado a juicio.
Fue condenado por homicidio en agosto de 1981, a una pena de entre 20 años a cadena perpetua. Cumplido el plazo mínimo en el año 2000, permaneció en su celda del Correccional de Attica, por haberle sido denegada la libertad condicional al presente en 11 ocasiones