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Cuánto cuesta la trayectoria y la clientela de un famoso restobar

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Está en venta Papaíto, emblemática cantina de las Sierras Chicas.

Nadie los conoce por su nombre sino por su apodo. Mario Grimoldi (“Pelado”) y Claudio Baravalle (“Langosta”) son los actuales dueños de la marca “Cantina de Papaíto”, que crearon en septiembre de 2002 junto al artista Ernesto “Bocha” Bosch.  Grimoldi venía de la exitosa experiencia de “Capitan Blue” y Baravalle de “El Mariscal”, hotel y restaurante ubicado frente al ex Mercado de Abasto.

Se reunieron en Unquillo, en esa simbólica esquina, propiedad del músico Marcos Duggan, y comenzaron a soñar: buena cocina, música exquisita, ambiente de camaradería… “un lugar con onda”, definen.

Y así fue. Bocha y Langosta vivieron un tiempo en Ibiza y trajeron de allá el toque informal mediterráneo de la isla para decorar el sitio: redes de pesca, tallas, imágenes… luego se fueron sumando pequeñas esculturas, pinturas, dibujos y objetos que fueron donando sus parroquianos, muchos de ellos reconocidos artistas cordobeses. Mesas y sillas de los más diversos estilos conviven sin problemas, logrando una impronta única, atractiva y decisivamente cálida. Completa la propuesta una pequeña y simpática galería de arte, que contó con exposiciones de plásticos de renombre.

La clientela se fue haciendo de boca en boca, con una asistencia muy importante de Córdoba Capital; hoy para obtener una mesa grande para un cumpleaños o simplemente una para dos personas hay que pedir reserva con varios días de anticipación.

Funcionando a pleno, Papaíto está en venta. Comercio y Justicia quiso saber por qué: “En mi caso, son muchos años trabajando de noche, la verdad es que estoy un poco cansado, ya quiero trabajar de día”, explica el Pelado. “Yo tengo otros proyectos en mente, estoy perfeccionando mi huerta para brindar una propuesta distinta que quiero desarrollar junto a mi familia”, expresa Langosta sin brindar demasiados detalles, salvo que será “exclusivísima, sencilla y cuidada”. (Por el amor que le pone a cada plato, en esa cocina siempre abierta al público, es fácil deducir que no se alejará del rubro).

Ambos coinciden en que es una etapa cumplida, que les otorgó grandes satisfacciones, pero que hoy necesitan pasar la posta. “Es un negocio que tiene grandes posibilidades, con pequeñas reformas se lo puede trabajar también de día, aquí hay mucho desarrollo comercial”, afirman y señalan que prueba de ello es la incorporación de los mediodías de los domingos a la oferta gastronómica. Una idea llevada adelante de manera exclusiva por la familia de Baravalle, quien echa a la olla las exquisitas pastas que amasa su mujer, Eugenia, y que sirve el adolescente de la casa, Mateo, mientras el pequeño Santino -de10 meses- duerme a sus anchas porque sabe que los clientes son, además, amigos.

“Entre otras cosas, pusimos una mesa a la que se pueden sentar quienes llegan solos; así comparten una fuente de tallarines o de ravioles, como en casa”, apuntan.

Los avisos clasificados lo anuncian en sólo diez palabras: “Vendo cantina restaurante Papaíto Unquillo. Importante trayectoria y clientela. Funcionando”. Aún no se conoce qué destino tendrá esa esquina alegórica, ubicada a sólo dos cuadras del Museo Spilimbergo. A sus actuales dueños les gustaría que continúe con el mismo espíritu y están dispuestos a colaborar para que así sea: “Aquí hay una barra y detrás de esa barra está el secreto. La manera de trasladarlo es presentarle los clientes, que se conozcan mutuamente”.

La bohemia de una región en donde crecen en progresión geométrica las inversiones comerciales aguarda con cierta expectación cuál será el futuro de ese genuino espacio de reunión. No obstante, mientras llegan las definiciones, para los interesados en la compra también la mesa está servida.

Una ochava legendaria

La casona que el inmigrante sirio Pedro Ray construyó en la década del 10, en avenida San Martín 1947, hoy es parte del circuito histórico arquitectónico de la zona centro de la ciudad. Poco dice esta esquina vista desde afuera, con su fachada sencilla, despojada. Pero es adentro por donde pasó la historia de la localidad.

Fue almacén de ramos generales, hotel y restaurante: Atahualpa Yupanqui, Lino Spilimbergo y José Marrone figuraron entre sus comensales.

“Incluso en una de sus habitaciones, cedida por don Pedro, funcionó por primera vez la Municipalidad de Unquillo”, recuerda su nieto Marcelo Ray, actual director de Cultura y Educación de ese pueblo de artistas.

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