El psicólogo Matías Meichtri Quintans sitúa la problemática como una construcción de época y abre un interrogante sobre la posición masculina en tiempos de avance de las mujeres en distintos ámbitos.
Por Luz Saint Phat – [email protected]
La violencia de hombres contra mujeres que son o han sido sus parejas ocupa cada día más presencia en la agenda pública, debido -en gran medida- a los desenlaces fatales de este tipo de episodios incomprensibles.
Matías Meichtri Quintans es licenciado en Psicología y trabajó en España y en República Dominicana en problemáticas de violencia de género. Actualmente colabora en la cátedra de Criminología de la Facultad de Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba (UNC), cursa la Maestría en Teoría Psicoanalítica Lacaniana con una investigación sobre el tema y continúa su formación en la Sección Córdoba de la Escuela de Orientación Lacaniana.
Desde una lectura que ancla el fenómeno en la historia reciente, Meichtri propone, en diálogo con Comercio y Justicia, abrir interrogantes y escuchar la palabra de los hombres sobre su posición, en tiempos de avance de la mujer en los diferentes ámbitos sociales, laborales y económicos.
-¿Cuáles son los factores sociales y subjetivos que confluyen para que hoy un hombre pueda violentar a su pareja y, en muchos casos, causarle la muerte?
-Lo primero es situar la violencia de género como un fenómeno de época. Existe un fenómeno social de avance de la mujer en algunas esferas, en el cual lo primero que observamos es que los hombres no comparten esos ámbitos. En este contexto, cuando aparecen los hechos vinculados con la violencia hacia las mujeres, lo que sería realmente interesante es preguntarse ¿qué violenta al hombre cuando agrede a una mujer? ¿está violentando a la mujer o a determinada forma de lo femenino? ¿qué está en juego allí, que la posición del hombre se ve tocada y conmovida con tanta fuerza como para que surja esa violencia?
-Son preguntas que no se están formulando…
-La perspectiva de género junto con algunos discursos feministas y las políticas de derechos -la conjunción de estos campos- construyen hoy un saber sobre cómo deben ser los hombres. Pero el efecto que eso produce es que se aplasta la posibilidad de que el mismo hombre diga qué le está pasando con estas transformaciones. Lo que vemos es que la violencia de género es una construcción de época (porque tenemos que tener en cuenta que la violencia como tal atraviesa la historia del ser humano desde sus comienzos), y que hay veces que este sintagma no alcanza para explicar todo el fenómeno que está en juego en los actos violentos que hoy se suceden contra las mujeres. Tenemos que pensar que los síntomas se definen por tener un pie en lo simbólico, que es la manera en la que se nombra el fenómeno, y otro pie en lo real, es decir ese goce inalterable y singular que se juega para cada sujeto que se ve envuelto en esta situación.
-Y en ese sentido ¿qué hace de puente para que este malestar de época pueda convertirse en un acto efectivamente violento?
-Cuando hablamos de un acto de violencia estamos hablando de algo que va en detrimento de la palabra. Es entonces cuando sucede un pasaje al acto agresivo o violento que puede, en muchos casos, llegar a la muerte. Recuerdo el caso de un joven a quien se le hacía insoportable que su mujer fuera capaz de lograr avances en lo económico y lo profesional y que él quedara un poco fuera de ese circuito social. Y esta situación, la de quedarse por fuera, producía una furia que le tomaba el cuerpo convirtiéndose en un acto violento. El tema es que él mismo no podía poner en palabras qué se estaba jugando en relación con la pareja y en relación con su masculinidad, con su “ser hombre” frente a esa mujer. Pero lo que se veía claramente era que algo se había movido en la pareja, en comparación con otro tiempo.
-¿Qué alternativas ofrece la terapéutica psicoanalítica para abordar esta problemática?
-En lo social, uno observa campañas como “sacarle tarjeta roja al maltratador”, que tienen mucho éxito pero que excluyen al sujeto que es responsable de un acto violento. Es decir, lo excluyen de la cancha de juego. Se trataría, si hay demanda, de poder recibirlo para ver qué puede construir en relación con lo que le está pasando. Que pueda preguntarse sobre qué se juega respecto de su posición en el vínculo para que surja el fenómeno de la violencia. Tenemos que tener en cuenta que muchas veces predomina una actitud proteccionista hacia la víctima, pero se deja de lado a estos sujetos que vuelven a hacer pareja y muy probablemente vuelven a repetir estos actos. Entonces, una opción es darles lugar a las palabras del hombre para entender mejor el fenómeno y, en consecuencia, que cada quien pueda encontrar una forma alternativa de vivir ese vínculo afectivo.
-¿Es posible establecer recomendaciones o mecanismos de prevención?
-Cuando aparece un acto violento de este tipo, de esta naturaleza, muchos de los hombres se encuentran con esta falta de previsión. Por ejemplo, dicen “no sé lo que me pasó”. En algunos casos -no en todos- hay algo que no se puede calcular. Pero, sin duda, cuando un sujeto participa de un espacio terapéutico existe la posibilidad de que pueda situar qué se pone en juego para él. Que el hombre hable de aquello que le pasa puede reducir el espectro de un pasaje al acto, aunque no se trataría específicamente de una estrategia de prevención. Lo mismo respecto de las recomendaciones: tenemos que tener en cuenta que no se trata solamente de una problemática del hombre sino que la pareja también tiene una implicancia ya que, muchas veces, mantienen una relación “pegada” (con toda la polisemia de la palabra) a ese vínculo. Yo no hablaría de prevención ni de recomendaciones sino de abrir la posibilidad de tratamientos para cada uno.