Lo indicó la psicóloga, docente universitaria e investigadora María Lorena Alonso al reflexionar sobre la posibilidad de transformar conductas para que tiendan a crear un modelo más sustentable de producción, aun en el contexto de pandemia y de incendios forestales que vive Córdoba
La provincia de Córdoba vive esta semana otro episodio de extensos e intensos incendios. Estos paisajes de la devastación se repiten cada año para la misma época y con consecuencias cada vez peores. Pero aun así -a pesar de los debates, las denuncias a los responsables y las acciones organizadas de los movimientos- la problemática que se cobra hectáreas, viviendas, fauna, flora y salud de la población no encuentra vías de resolución eficientes ni definitivas.
¿Es posible que los seres humanos podamos desarrollar, a esta altura de la historia de la especie, conductas más favorables al medio ambiente y un modo de producción sustentable? El interrogante se repite cada agosto y se configura también como puerta de ingreso a otras problemáticas ambientales de larga existencia.
La psicología ambiental es un campo disciplinar que aporta en este sentido, al considerar los comportamientos y las emociones que las personas tienen respecto del medio en el que viven. A la vez, permite desarrollar estrategias comunitarias y focalizadas que pueden resultar fundamentales en estos días en que la pandemia también pone en tela de juicio las maneras contemporáneas de habitar el mundo.
María Lorena Alonso es licenciada en Psicología por la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) y doctora por la Universidad del País Vasco. Actualmente se desempeña como docente e investigadora del Instituto Académico Pedagógico de Ciencias Sociales de la Universidad de Villa María (UNVM) y realiza, justamente, aportes en la articulación entre la psicología y el ambiente.
En diálogo con Comercio y Justicia, la especialista indicó que existen posibilidades de transformación pero que esto depende de que justamente el cambio de prácticas sea “colectivo” y no solamente “individual”.
¿Qué aportes puede realizar la psicología ambiental para reflexionar y accionar contra este tipo de ataques intencionales al medio ambiente?
En relación con las reflexiones que venimos haciendo con colegas sobre esta situación, me parece que tiene un entrecruzamiento con algo que estoy trabajando relativo a la ética. La cuestión ambiental está omnipresente y es algo de lo que se viene hablando. Sin embargo, me parece que -por lo menos en el contexto local y regional- no está en la agenda política con programas concretos. Hay “una movida discursiva” sobre que lo que sucede con la pandemia tiene un correlato ambiental de lo que hemos hecho con nuestro medio, pero los proyectos del Estado no van al hueso del “extractivismo” y los modos de producción reales. Hay algo del nodo de este tema que no se toca.
En realidad, llevado a otra escala, yo diría que hay grupos humanos que en este momento no pueden pensar en estas cuestiones porque están al pendiente de su subsistencia, del sostenimiento de su vida. Pero hay otros segmentos sociales, otros grupos que sí lo pueden hacer y tienen la responsabilidad moral y ética de hacerlo. Y creo que ahí existe un punto que tiene que ver con el límite.
Como especie, la humanidad tiene dos grandes capacidades, que son la crueldad que persigue destruir “lo otro” sin ningún problema y también la posibilidad de reparar y ser amorosos. Es enorme esta otra capacidad. Lo ambiental nos señala la importancia de recuperar el lineamiento ético. Es decir, el límite. No podemos todo. Por eso digo que esto toca la cuestión ética y, por otro lado, se vincula con el comportamiento humano, como posibilidades de aprendizaje, en las que juega un rol muy importante la educación.
No obstante, resulta clave pensar qué tipo de Estado y qué tipo de proyecto político se implementa, considerando que el modo de producción básicamente extractivista no lo estamos abordando.
¿Es posible desde la psicología ambiental promover el cambio de distintos comportamientos? ¿Esto debe ser una responsabilidad individual y/o colectiva?
Según mi experiencia de trabajo articulada con las lecturas teóricas, el cambio siempre tiene que ver con lo colectivo. Justamente, se trata de que el tejido social está desgarrado. Eso es lo que dificulta las transformaciones. Pero los cambios se deben producir colectivamente.
Por eso no funciona la sensibilización. No sirve que sigan mostrando programas sobre el deterioro del planeta porque llenan de una angustia enorme pero no producen modificaciones, ya que el sujeto está solo y no piensa que lo que haga puede tener un impacto importante. Por eso, a las organizaciones colectivas de nuestra sociedad tenemos que pensarlas como los sustratos donde se puede trabajar.
Informes internacionales sobre psicología indican que las prácticas respecto del medio ambiente se han transformado positivamente por las disposiciones de aislamiento y distanciamiento social. ¿Es posible desarrollar, en este contexto, modos más sustentables de vivir?
Yo creo que sí. Hay un hilo para tirar. Se han movido y desanudado cosas. Muchos han podido ver nuevos aspectos y otros hemos comprobado hipótesis sobre nuestra vida como sociedad. Yo creo que ha sido un “sacudón”, y siempre que se sacude el tablero, las piezas no quedan en el mismo lugar. Esto es propicio, óptimo para hacer esas transformaciones que necesitamos. Yo todavía tengo esa idea positiva de trabajar los hábitos y colectivizarlos, incluso en el contexto que permanecemos a la distancia.
En el psicoanálisis sabemos que la prohibición estructura el deseo, así que en estos tiempos, en los que es necesario para cuidarse mantener la distancia, más se valora el vínculo. Y eso es un buen cimiento para ser trabajado.
¿Qué estrategias en el marco de estos incendios deberían llevar adelante los gobiernos para poder incidir en un cambio de comportamiento?
Todas la políticas que apoyen las producciones no extractivistas y las producciones autosustentables. Ahora empiezan aparecer líneas de crédito en construcción con incentivos para los modelos eficientes y sustentables, por ejemplo.
También podemos nombrar los movimientos que están ocurriendo en Gran Buenos Aires, donde hay asentamientos de personas que conforman comunidades agroecológicas. Son movimientos fantásticos aunque todavía incipientes.
Se ha hablado de vaciar las ciudades si sucede que la gente se empieza a morir de hambre. Pero no necesariamente porque también las ciudades son propicias para la producción. En los techos de París, por ejemplo, hay producción apícola. Hay que apoyar este tipo de iniciativas y colectivizarlas con intervención del Estado para que tengan impacto.