La psicoanalista Claudia Lijtinstens (foto) señala que el establecimiento de lazos afectivos posibilita una salida creativa a los problemas en el entorno escolar. También advierte de la necesidad de que educadores y padres propicien espacios para nombrar lo que sucede.
Por Luz Saint-Phat – @LuzSaintPhat
[email protected]
Hace pocos días, Irina decidió hablar y eligió contar públicamente lo que le pasaba en el colegio con sus compañeros. Ella representa quizás muchas voces que no encuentran un espacio para nombrar la violencia entre pares que sucede en los ámbitos escolares de la provincia, del país, del mundo.
Claudia Lijtinstens, psicoanalista miembro de la Escuela de Orientación Lacaniana (EOL) y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis (AMP), es corresponsable del Departamenteo de Niños del Centro de Investigación y Estudios Clínicos (CIEC). En diálogo con Comercio y Justicia, la especialista devela algunas aristas de un fenómeno cada vez más presente en la agenda de educadores, padres y medios de comunicación.
¿Qué herramientas puede aportar el psicoanálisis para reflexionar sobre los fenómenos de violencia escolar que suceden hoy entre niños y adolescentes?
– En el psicoanálisis hablamos mucho de un concepto que es la agresividad y que explica cómo se constituye el “yo” en oposición a otro. Ahora, para que esa agresividad pueda modularse, pueda frenarse y transformarse en un vínculo social, hace falta que ingrese una figura simbólica, un otro que organice ese mundo imaginario y agresivo y que venga a nombrarlo. En una lectura social, podemos decir que esta época se ha transformado justamente en la decadencia de lo simbólico y de los semblantes, de la autoridad en sí misma, y eso produce justamente este desparramo de identificaciones en el cual los niños y los adolescentes están desorientados y perdidos. Antes, las figuras de autoridad eran creíbles, duraderas, más arraigadas en la familia, en las instituciones escolares. Pero hoy las mismas instituciones tambalean, la autoridad tambalea, y entonces los niños encuentran un vacío y surgen identidades superfluas, precarias, justamente en el orden imaginario que es un orden absolutamente agresivo. Además, hoy tenemos la difusión mediática de este tipo de sucesos, que antes no estaba. Ahora nos enteramos de todo a toda hora, al minuto, al segundo y en el momento que está pasando. Y eso es también un acto agresivo, violento.
¿Cómo pueden abordarse estos hechos violentos que son tema de agenda en la sociedad?
– Al acto violento en sí mismo hay que analizarlo, hay que pensarlo como un proceso. No es un acto aislado. En los fenómenos de actos agresivos o masacres terribles que han aparecido en la historia más próxima en las escuelas, los autores tenían antecedentes históricos en su niñez y su adolescencia, como fue el caso de Columbine. Es necesario leer las particularidades de la violencia porque cada manifestación agresiva es diferente y se produce en las particulares de cada subjetividad y hay que poder leer por qué un niño necesita llamar a un otro de esa manera, llamar a una autoridad que hoy no está en el aula ni está en la familia.
¿Qué herramientas pueden desarrollar las escuelas y los padres para trabajar estos fenómenos agresivos en un contexto en el cual la autoridad está desdibujada?
– Me parece que las escuelas, las familias, los padres se deben detener. Hay que hacer una pausa. Vivimos en una aceleración, en una prisa y en ese afán de consumo y de éxito detenerse es introducir la palabra. Cuando hay violencia no hay palabra, no existe posibilidad dialéctica con el otro. Además, es importante tener en cuenta que la adolescencia es un momento de crisis, el niño renuncia a ser niño y hay un duelo sobre la niñez. El niño pasa de ser objeto deseado a “deseante” y entonces se pone en juego todo un mundo desconocido, y muchas veces las soluciones que aparecen son sintomáticas. A veces la agresión aparece como una solución porque no se tienen otros elementos. ¿Cuál es la crisis? Es una crisis de identificación y de allí la búsqueda de grupos y conjuntos para ser aceptados. Eso muchas veces es muy costoso y se ve en los casos de bullying que se da en las escuelas. No nos tenemos que olvidar de que el problema de cada sujeto es cómo ser amado por el otro. Yo creo que hay que acompañar a los niños y a los jóvenes a transitar estos momentos.
¿Es posible generar estrategias de prevención si se piensa en la agresión como algo constitutivo del ser humano?
– Me parece que la prevención es un tema delicado, que se presenta como un imperativo higienista generalizado de la época para abordar una problemática. En muchos casos resulta que las mejores intenciones de los operadores educativos no alcanzan para contener estados de desencadenamientos o irrupciones desenfrenadas subjetivas. Sí me parece importante acompañar, ofreciendo espacios de escucha, de sujeción, de localización de los signos más genuinos de los adolescentes, de sus problemáticas más acuciantes, favoreciendo el encuentro de los sujetos con esos propios rasgos, acompañar como docentes y padres. Es importante también señalar que siempre está el fracaso, nunca está la educación plena, nunca está la socialización plena, eso de cada uno que no se acomoda del todo porque sino es un ideal imposible. Entonces, la escuela puede contar con esa falla y hacer algo con eso. Se trata de inventar nuevos arreglos con estos niños y adolescentes que hagan posible otros destinos que no sean la errancia y la segregación. Creo que puede haber momentos en los que las escuelas encuentren espacios para introducir estas temáticas, estos conflictos y se construyan otras soluciones. Además, creo que es importante que entre el educador y el educando exista un lazo afectivo, que hay que tratarlo y hay que analizarlo porque cuando no está, el educando cae en su motivación de aprender.
¿Se puede pensar en el lazo social, educativo, amoroso en esta época?
– Por supuesto que es posible pensarlo. Los psicoanalistas auspiciamos que los sujetos se puedan enlazar, que puedan encontrar algo de un lazo vivible. Pero bueno, es una época de autismo subjetivo, en la cual cada uno se satisface a sí mismo. Pero en mi experiencia y formación, el amor es lo que hace condescender un poco a esa autosatisfacción. Cuando aparece algo de una veta amorosa que enlaza al sujeto, hay cambios, hay posibilidades, hay variaciones. Entonces, yo creo -aunque la época quizás no los facilita- que los lazos son posibles.