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El regreso del neoliberalismo y el fantasma de la pobreza

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Por Rubén Atilio Remigio. Vocal de la Cámara Séptima Civil y Comercial del Poder Judicial de la Provincia de Córdoba

El neoliberalismo es una reacción contra el intervencionismo estatal, contra el socialismo (en sus diversas formas) y también contra el mismo liberalismo económico. Con el intervencionismo y el socialismo, tiene de común su preocupación por defender las ideas de justicia social y de igualdad, pero, a diferencia de ellos, se apoya en la libertad moderada de la iniciativa privada. Defiende la propiedad privada como base del sistema, pero desconoce la función social de la propiedad. El afán de lucro se erige con primacía sobre todos los otros valores.
Juicio al neoliberalismo

El juicio que nos merece este sistema, en consecuencia, no puede ser sino negativo y crítico. Se debe pensar en un sistema económico que, en su concepción y realización, esté orientado a la persona humana, en su dimensión individual y social. No sólo debemos preocuparnos en someter el sistema económico a la justicia social, sino de que aquél esté concebido y fundamentado en la visión comunitaria de la sociedad humana.

Defensa de los intereses de las grandes corporaciones. La influencia de éstas en el poder real
El liberalismo, tanto político como económico, su concreción histórica -el capitalismo- y su versión remozada, pero no menos perversa -el neoliberalismo- se han traducido en un sistema social, político y económico realmente nefasto. Las consecuencias son bien conocidas por todos: dominio de unos pocos y la esclavitud de los más; los bienes económicos son usufructuados por una minoría y, consecuentemente con ello, esta minoría monopoliza también otros valores y bienes: la educación, la cultura, la posición social y política, los medios de producción y comunicación -entre otros-

Ya el papa Pío IX, en su encíclica Quadragesimo Anno denunció que una de las consecuencias de este sistema es la usurpación del poder político, guardián del bien común, por los que tienen el dinero.
Lucha de clases. Premio a los que más tienen

El sistema en sí mismo es irritante y perverso. Con sus postulados de independencia del orden económico del moral; el dejar todo librado a la ley de la oferta y la demanda (incluidos salarios, porque el trabajo humano es -para esta corriente- una mercancía más); el espíritu de lucro como único motor de la economía; la radical importancia de la propiedad privada; la concentración de capitales; la separación tajante entre capital y trabajo y entre instrumentos de trabajo y los trabajadores -entre otros aspectos- llevan a la concentración de capitales; la subordinación del consumo a la producción; la supresión de la competencia por la constitución de monopolios. De esta forma los únicos beneficiarios del sistema son los sectores más ricos de la sociedad que, a medida que pasa el tiempo, son cada vez más, menos cuantitativamente, pero más ricos y los pobres son cada vez más numerosos y más pobres; es decir, hay cada vez menos cantidad de ricos, pero más ricos y más cantidad pobres y más pobres. La clase media tiende a desaparecer.

Todo esto va ocasionando la proletarización de la clase media y trabajadora, el aumento de los asalariados y su correlativo pauperismo y precarización, así como el excesivo enriquecimiento inescrupuloso de los capitalistas, empresarios, financistas, especuladores, etcétera. En definitiva, tal situación conduce al enfrentamiento de clases que -para algunos- es el motor de la transformación social.

Este sistema económico, basado en una determinada forma de organización de la producción, crece hasta un punto de máxima eficiencia, pero engendra, al mismo tiempo, una serie de contradicciones que preparan su decadencia y supresión y ello ocurre simultánemente con la formación de un sistema contrario, que termina por desalojar al anterior; ejemplos: revolución rusa (bolchevique) del 17 de octubre de 1917 (Vladimir Lenin); revolución cubana (Fidel Castro Ruz) del 1 de enero de 1959; revolución china del 1 de octubre de 1949 (Mao Zedong) etcétera.

Todo el sistema lleva a un solo resultado: la explotación de los más débiles, vulnerables y olvidados de la sociedad, que van formando la inmensa mayoría proletaria, explotada, desposeída, que finalmente termina rebelándose y produce la revolución. Es decir, las mismas injusticias del sistema crean las condiciones propicias, el caldo de cultivo, para que las clases orprimidas se revelen, se subleven contra el orden instituido y produzcan la revolución, por lo general, por métodos violentos (lucha armada, guerra de guerrillas, etcétera).

Obtención de una sociedad más justa, con acceso a la educación para todos e igualdad de oportunidades
Éste es el ideal del socialismo, en todas sus variantes, en mayor o menor medida. Los que lo expusieron -con rigor científico- fueron Marx y Engels, quienes -a pesar de su gran capacidad intuitiva y creadora- no construyeron ningún modelo operativo político eficaz. Fue Lenin quien logró crear una sociedad política, inspirada en las macroconcepciones de aquéllos.
Supuestamente con la dictadura del proletariado se llegaría a la supresión total de la propiedad privada de los medios de producción y a la eliminación de todas las superestructuras, reflejos ideológicos de esa situación. Comenzaría, entonces, una etapa totalmente nueva, con una humanidad reconciliada consigo misma, liberada de toda enajenación y explotación. Entre las principales superestructuras que desaparecerían se encuentra el Estado (creación de la clase explotadora para legalizar y mantener su presión, bajo el pretexto de la ley y el orden) y la Religión (una de las formas más sutiles de alienación, el opio del pueblo, conforme esta doctrina, según la cual hasta la existencia de Cristo es explicada como un esfuerzo de las clases poseedoras para justificar su opresión).

La realidad indica que en todos los países donde se instauró este sistema, más allá de algunos logros iniciales en materia de acceso igualitario a la salud, educación, cultura, justicia, etcétera, la contracara de todo esto es una ascendente clase burocrática, entre la que se destaca una casta militar y de funcionarios públicos, que viven del Estado -que nunca desapareció, al contrario, es cada vez más fuerte y omnipotente en estos regímenes, vulnerando muchas veces, en nombre de la revolución, todas las libertades individuales, no sólo ya la propiedad, sino otras, tales como la libertad de expresión, la misma libertad física, etcétera-, y muchos han pagado con su propia vida su oposición a este sistema, en el cual ninguna discrepancia es admitida y sólo existe un solo partido: el partido gobernante.

El rumbo a seguir
Pero no todo está perdido. Evidentemente hay que orientar los esfuerzos a conseguir la instauración de regímenes democráticos, republicanos, un Estado social de derecho, en el cual se respeten los derechos individuales, pero que no son ilimitados, sino que encuentran límite no solo en los derechos de los demás individuos sino en el bien común. El cáncer de las democracias modernas (entre otros como la inflación y la inseguridad) es la corrupción, flagelo que debe combatirse y castigarse severamente.
La autodeterminación de los trabajadores, el movimiento obrero

Dentro de un pensamiento socialista, se podría imaginar que los trabajadores se encuentren asociados y controlen los medios de producción, se organicen y tomen sus propias decisiones en cada unidad productiva, pudiendo coordinarse entre sí, comunicarse entre sí para responder a las necesidades de toda la comunidad.
Dentro de un pensamiento socialista eso es, en efecto, imaginable. La corriente que mejor lo expresó fue -tal vez- el Guevarismo. En efecto, entre las ideas del Che Guevara estaba la de crear un “hombre nuevo”, el hombre comunista, liberado de toda alienación, egoísmo, corrupción y codicia. Lo cierto es que ese hombre nuevo nunca nació y -si nació- nunca nadie lo vio, nunca se conoció y, por el contrario, en el Estado socialista, lejos de su desaparición en la fase de la dictadura del proletariado, su estructura se fortalece y se hace omnímodo, dueño de la propiedad y hasta de la vida de los ciudadanos. Se concibe así al Estado como un todo absoluto y absorbente. La persona humana, lejos de ser sujeto, fundamento y fin de la sociedad, se convierte en un engranaje dentro del sistema.

De todos modos, como decía, considero que no todo está perdido y aun en las sociedades actuales, dejando de lado el capitalismo, el neoliberalismo, y el socialismo, es decir, hablamos de sociedades democráticas, se puede avanzar hacia otro tipo de sistema, como veremos seguidamente, que satisfaga más plenamente los intereses individuales y sociales, compatibilizándolos y armonizándolos. Dentro de este sistema, aparece un movimiento: el cooperativismo, que puede llegar a reemplazar con éxito tanto a la empresa privada, de corte típicamente capitalista, como a la forma de producción colectiva propia del socialismo. La forma de cooperativa es la que -a mi juicio- mejor se adapta a las actuales necesidades de producción, consumo, economía, y todo en un ámbito democrático, con pleno respeto a los derechos y garantías individuales, con fuerte orientación a la satisfacción de las necesidades sociales, por ejemplo, cooperativas de vivienda, consumo, crédito, trabajo, etcétera.

El futuro nuestro y de nuestros hijos
El futuro se visualiza tenebroso, si las ideas con las que se están criando las nuevas generaciones son “sos lo que tenés”, “vales lo que tenés”, se cosifica al otro y se prioriza “tener” de cualquier manera y cuanto más rápido mejor, no importa el cómo, importa el resultado.

De seguir con ese estado de cosas y concepciones, puramente materialistas, el futuro es ciertamente sombrío, por no decir oscuro. Hay que efectuar urgentemente un cambio radical de paradigmas en la sociedad actual y para ello es herramienta fundamental la educación, no sólo la educación formal o convencional, la que puede impartirse en las escuelas primarias, secundarias, instituciones técnicas, terciarias, universitarias, etcétera, sino que no debe perderse de vista que la primera y fundamental escuela de todo ser humano es la familia. Lo que el niño/a no aprende en la casa, no sólo de palabra sino fundamentalmente- por el ejemplo de sus padres, difícilmente vaya a internalizarlo en el colegio o en la educación formal. Hay que formar a nuestros niños/as en los valores fundamentales de la vida, en el amor, el respeto, la paz, el diálogo, la justicia, la honestidad, la familia, la dignidad, la cultura del estudio, del trabajo, del esfuerzo, del sacrificio, del ahorro, de la solidaridad, el arte, del deporte, del sano esparcimiento, de la ayuda al prójimo, etcétera y no inculcarles que lo más importante en la vida es tener, sólo tener cada día más y más cosas que tratarán inútilmente de proporcionar una felicidad existencial que no pueden otorgar y que es sólo ficticia. Enseñarles la felicidad que implica el “dar” más que el “tener”.
En definitiva, debemos aprender que lo verdaderamente importante en la vida son los valores, los afectos y no las cosas.

Sistema politico que fomenta la libertad individual y los derechos humanos, sin descuidar la comunidad
Debemos tender a ese tipo de sistema; es el establecido en nuestra Constitución Nacional (CN) y en la Constitución Provincial: el Estado Social de Derecho, Republicano y Democrático (arts. 1 y 2, Constitución Provincial). En este sistema la economía está al servicio del hombre y debe satisfacer sus necesidades tanto materiales, como espirituales. El capital debe cumplir una función social y está orientado al crecimiento de la economía. Los beneficios del crecimiento económico deben ser distribuidos equitativa y solidariamente. Los empresarios, los trabajadores y el Estado son los responsables de la eficiencia, la productividad y el progreso de las organizaciones económicas que participan en el proceso productivo. En este sistema se reconoce y garantiza la libre iniciativa privada, pero se sancionan a los monopolios, la usura y la especulación. La propiedad privada es inviolable, pero no sagrada y nadie puede ser privado de ella sino en virtud de sentencia fundada en ley. El ejercicio de la propiedad privada, está limitado por la función social que la misma debe cumplir (art. 67, Constitución Provincial).

La CN, por su parte, incorpora con jerarquía constitucional una serie de Tratados Internacionales de Derechos Humanos (art. 75, inc. 22, CN), como, por ejemplo, la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del hombre, la Declaración Universal de Derechos Humanos, la Convención Americana sobre Derechos Humanos, etcétera.

Las enseñanzas de un luchador social
“La sociedad pendula entre una cara conservadora y la otra que busca mitigar desigualdades. La primera multiplica los bienes y concentra las riquezas, la segunda trata de mitigar la desigualdad. La izquierda y la derecha no vienen de la Revolución Francesa, vienen de mucho antes, Jesús era de izquierda”.
“El conservadurismo, cuando se vuelve reaccionario, se hace inamovible y llega hasta el fascismo. Por el otro lado, la izquierda puede caer en el infantilismo de confundir deseos con realidad”. (José “Pepe” Mujica).

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