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¿Y ahora quién le pone los ruleros?

u Por Ana María Sucaría * - Exclusivo para Comercio y Justicia
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Ésa fue la pregunta que Martiniana le hizo a su sobrino Adolfo en la primera audiencia de mediación.

Cuando mi comediadora abrió la puerta de la sala, nos encontramos con una señora baja, morocha, de unos 70 años de edad, que dijo llamarse Martiniana.

Detrás de ella, un señor también moreno de cabello ensortijado, que se presentó como Adolfo, sobrino de Martiniana.

Comenzada esta primera reunión Martiniana nos informó que había pedido la mediación para obtener un régimen de visitas respecto de su única hermana, Teodora, madre de Adolfo, a quien no veía desde hacía dos meses.

Nos contó que vive en Buenos Aires y que periódicamente viajaba para a visitar a su hermana viuda, que estaba en casa de Adolfo. Dos meses atrás, cuando vino a verla, Martiniana se enteró de que Teodora no vivía más en casa de su sobrino sino que éste la había llevado a un geriátrico de la ciudad, circunstancia que los condujo a una fuerte discusión. Adolfo no quiso darle la dirección del lugar donde se halla su madre actualmente.

Nos dijo entre lágrimas: “¡Quiero ver a mi hermana! ¡Tener contacto con ella! Si Adolfo no puede tenerla, la llevo conmigo; ¡yo quiero cuidarla! Tan hermosa y coqueta, yo siempre la arreglaba”… y, dirigiéndose a Adolfo, le formuló la pregunta: “¿Y ahora quién le pone los ruleros? ¡Quiero la dirección del lugar donde se encuentra!”

Adolfo con mucho dolor nos contó que su madre tiene 84 años y que está enferma de Alzheimer; que él y su esposa la cuidaron hasta que ya no se pudo más…, que tiene otro hermano pero que nunca se hizo cargo de su madre y no cuenta con él para nada. La situación lo superó y tuvo que trasladar a su madre a una residencia de descanso para adultos mayores, cuyo costo solventa con el alquiler de la casa de las sierras que ella posee más las dos pensiones que percibe. Que no tuvo más remedio que llevarla y que su tía no quiere aceptar la realidad, que no soporta que su hermana esté enferma. Eso motivó los roces entre ellos y no se hablaron más… Dirigiéndose a Martiniana, le dijo: “Si no la llevaba tenía que separarme de mi esposa y desarmar mi familia… no tuve otra alternativa. El personal del geriátrico nos cuenta que está agresiva, no se deja higienizar, no quiere comer… nosotros vamos a verla al menos tres veces por semana, quedate tranquila”.

En ese momento sentimos mi co-mediadora y yo la necesidad de realizar sesiones privadas, ya que cada parte tenía que reacomodarse después de este primer intercambio.

A solas Martiniana nos cuenta que ellas recibieron de herencia una casa cada una en las sierras de Córdoba y se ofrecía a trasladarse allí y cuidar de su hermana; que hablaría con su esposo para ver las disponibilidades económicas con que contaba y si Adolfo estaba de acuerdo, eventualmente de ser necesario, le pediría ayuda. Nos expresó su imperiosa necesidad de ver a su hermana ese día antes de regresar a Buenos Aires.

Por su parte, Adolfo nos manifestó su preocupación por el destino y tranquilidad de su madre. Había sido testigo de la unión de las hermanas pero temía que fuese el posible interés económico de su tía lo que la llevaba a ofrecerse a cuidar de Teodora. Que no quería se trasladara a su madre. Trabajamos buscando equilibrar esos sentimientos negativos, legitimando a Martiniana, destacando toda la historia vivida por esas hermanas y el fuerte vínculo entre ellas. Por último, Adolfo expresó que no tenía problema alguno en que Martiniana visitara a su madre en el geriátrico cuantas veces quisiera, dándonos la dirección de éste.

Nuevamente en reunión conjunta, se acordó que esa misma tarde visitarían juntos a Teodora y se fijó nueva fecha y hora para una segunda audiencia de mediación con tiempo suficiente para las necesidades de Martiniana.

Esta nueva reunión -con bastante tiempo desde la primera- les permitió a las partes reflexionar sobre la historia de la familia y todo lo hablado en el primer encuentro, y transcurrió con otra coloración afectiva, con otro clima. Y así se redactó un acuerdo que permitió a Martiniana retirar a su hermana del geriátrico una vez al mes, llevarla a su casa de las sierras cordobesas desde el día viernes a las 10 hs. hasta el domingo a las 18 hs., cuidarla y también arreglarle el cabello como a Teodora le gustaba.

Cada mediación familiar brinda a los mediadores la posibilidad de explorar y conocer la historia de esa familia, su vida, sus costados más profundos, sus vínculos y permite encaminar a los protagonistas hacia una solución más pacífica de sus divergencias, preservando fundamentalmente los lazos que los unen.

* Abogada, mediadora

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