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Primero los niños

Por Elba Fernández Grillo * - Exclusivo para Comercio y Justicia
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Era un martes por la mañana, lluvioso, como los de marzo de este 2014, mediando en mi día de grilla, es decir aquellas causas que nos tocan por estar en una agenda previa, de las cuales sólo sabemos los nombres de los involucrados.

Debo reconocer que siempre, al mirar a las personas que van a participar de esta primera audiencia, advierto cierto nerviosismo, pesar, incertidumbre en sus conductas. Intuyo, primero, y luego confirmo, que estar en un contexto judicial los intranquiliza. Para poder trabajar con ellos e inspirarles confianza invariablemente con mi compañera, la otra mediadora, les explicamos las características del procedimiento y subrayamos “la voluntariedad” de lo que ellos van a decidir.

Ignacio y Milagros no fueron ajenos a esta descripción. Ella se sentó en el extremo de la mesa; él, en el medio frente a nosotras, comenzó a contarnos que había pedido la mediación para ver si “ustedes, las mediadoras” podíamos ayudarlo. Que él no quería estar más con ella, que vivía solo y ella no aceptaba la ruptura, que tenían una hija de 5 años llamada Rosario, etcétera.

A medida que Ignacio contaba la historia, Milagros lo interrumpía increpándolo, sobre todo diciéndole que la culpa era de la nueva novia que él tenía, que antes eran felices hasta que apareció esta mujer, que si ella no existiera todo seguiría bien.

Cuando las partes se superponen permanentemente en sus relatos, agrediéndose y no permitiendo que los mediadores escuchen, y sienten que el poder lo tiene el que grita más fuerte, hacemos reuniones privadas. Es decir, cada uno hace su relato de manera individual.

Así, le pedimos a Milagros que se quedara con nosotras y contara lo suyo. Inmediatamente se puso a llorar y reconoció que aún lo quería a Ignacio y no aceptaba la separación. Cuando le tocó el turno a él, una parte de su relato me conmocionó y preocupó: fue cuando nos contó que cada vez que la niña estaba con él, dentro de su régimen comunicacional -o de visitas-, la mamá la llamaba por teléfono y durante esas charlas Rosario se hacía pis. A continuación, antes de seguir trabajando con ellos, nos preguntamos mi compañera y yo si estábamos frente a un caso del denominado SAP (Síndrome de Alienación Parental), que se caracteriza cuando un padre desacredita y/o desvaloriza ante el hijo al otro progenitor, o estábamos frente a un caso de “lealtad”, en el cual la niña sentía que estar bien con su papá era ser desleal con su mamá -o ambas situaciones-.

También se nos planteó otro interrogante: esto había sido manifestado por Ignacio en reunión privada, por lo tanto era confidencial. Le preguntamos si la mamá sabía de lo que le sucedía a Rosario, si le había contado a Milagros de los efectos que sufría la nena frente a sus llamados telefónicos. Así acordamos con él que lo contaría en reunión conjunta, preocupadas por lo que vivía esta niña. Cuando Ignacio trajo el tema a la mesa, Milagros se puso nuevamente a llorar y aceptó que Rosario quería mucho a su papá y no tenía problemas con su nueva novia, que le contaba que era buena con ella.

Recuerdo que alguna de las mediadoras hizo una intervención comentando que en una gran cantidad de mediaciones que teníamos, las mamás manifestaban que los hijos de la pareja rechazaban a las nuevas novias y/o novios de sus progenitores y qué bueno que Rosario tuviese un afecto positivo para la novia de su papá, que seguramente esto sucedía porque esa persona la trataba bien, con cariño, con consideración porque además, en general, los niños son muy perceptivos y difícilmente acepten a una persona que no es sincera con ellos.

Surgió la idea de acompañar a esta hija a una entrevista psicológica para que un profesional evaluara qué cosas le estaban pasando y cómo ayudarla. Incluso se trabajó sobre cómo se repartirían tanto los costos económicos de este tratamiento como la responsabilidad de cada uno de llevarla e ir a buscarla.

Luego de marchas y contramarchas -en las audiencias siguientes Milagros concurrió acompañada por un abogado, porque se sintió más segura del acuerdo que iba a firmar- lograron convenir. No nos quedaron dudas acerca del amor de estos padres por su hija, pero: ¿será eso suficiente? ¿no hubiera sido importante también trabajar que Milagros pudiera metabolizar, con la ayuda de un terapeuta, el duelo que estaba viviendo? Mientras Ignacio disfrutaba de una nueva relación porque, según sus palabras, el duelo del final de la pareja lo había hecho mientras estaban juntos, ella estaba sola. Tampoco nos quedaron dudas acerca de que los hijos disfrutan y padecen todas las limitaciones que como seres humanos y como padres tenemos.

(*) Licenciada en Comunicación Social – Mediadora 

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