Los claroscuros de la pandemia

Desde que comenzamos a trabajar en mediación virtual, las imágenes fotográficas se transformaron en parte de nuestra vida cotidiana. Así lo estableció el Protocolo de Mediación Virtual (AR TSJ Nº 1625 serie “A” del 10/05/2020) en su artículo 4.1, que dispone: “Para acreditar la asistencia e identidad de las partes los mediadores intervinientes deberán realizar una captura de pantalla de las reuniones virtuales”. De este modo, se reproducen en nuestras mentes imágenes de los rostros, los gestos y las miradas de los participantes. Si bien lo que sucede durante la audiencia virtual está cubierto bajo estricta confidencialidad en el espacio de mediación, la imagen de captura de pantalla congela un instante en la vida de las partes.

Luego, esa captura de pantalla junto a otros instrumentos escritos, se envían a los correos electrónicos de los participantes. Suplen la firma ológrafa de lo que en definitiva conforma el legajo de mediación. Con todos estos pasos se obtiene la validez y efectividad necesaria del proceso.

En la mediación que describimos se puede observar por un lado que el ciberespacio -donde desarrollamos la comunicación a distancia- es un avance tecnológico logrado en estas cuatro últimas décadas; por otro lado, la actitud humana y la voluntad, el pensamiento y la razón, y especialmente las emociones, no pueden ser manipuladas ni superadas por la tecnología más novedosa.

Silvia fue a la Asesoría Letrada para pedir el divorcio. Por su parte, Julio aceptó asistir a mediación virtual para tratar con su esposa las cuestiones relacionadas al proceso del mismo.

En la primera audiencia añadimos a la videollamada a Silvia, quien se encontraba en su lugar de trabajo. Ella buscó un rincón privado para hablar con tranquilidad. Al incorporar a Julio escuchamos una voz y de pronto la aparición fantasmagórica de la imagen de una persona. Activamos el protocolo de actuación y verificamos con otras técnicas la identidad de la persona que nos atendió. Corroboramos su número de documento. Preguntamos a Silvia si reconocía a Julio por la voz y por algunos gestos que entre las sombras se podían apreciar. Ella lo reconoció. Fue una mediación diferente. Pronto nos fuimos familiarizando para trabajar con los claroscuros en la imagen de Julio.

Brindamos el discurso inicial y escuchamos a Silvia, quien dijo con claridad: “Me quiero divorciar”. Manifestó las cuestiones relativas a sus hijos y a los bienes del matrimonio y expresó sus expectativas. Julio explicó que tenía la cámara de su celular con deficiencias, que no pudo arreglar. Así, en la penumbra, escuchamos su voz con la que asentía los dichos de Silvia.

Pasamos a una segunda audiencia para que revisaran algunos puntos y aportaran datos para incorporar en el convenio regulador del divorcio. Allí Silvia tenía nuevamente un reluciente guardapolvo blanco y su cabello estaba descubierto.

Apenas comenzó a hablar, Julio se justificó nuevamente por los desperfectos en la cámara de su teléfono. Nos pareció extraño que en las dos semanas que pasaron no pudiera resolver dicho tema. Silvia miraba la imagen de Julio a través de esa escasa luz. Era evidente que Julio podía apreciar el brillo de su mujer. Por momentos, en la penumbra de la imagen observamos las manos de Julio que secaban lágrimas de sus ojos. En la opacidad su voz resonaba en la penumbra, reconociendo y aceptando todo lo que Silvia proponía. Felicitamos a Silvia y Julio por el respeto que mantuvieron durante toda la mediación, que terminó con acuerdo.

Al supervisar este caso con mi colega resaltamos la cuestión de la imagen de Julio y coincidimos en su estado de tristeza. Es más, que continuó sin arreglar la cámara para que no pudiéramos -y especialmente Silvia- apreciar con nitidez su rostro abatido.

Lo sucedido me recordó la obra literaria de un autor japonés que habla de la sombra. El autor relata: “Los orientales intentamos adaptarnos a los límites que nos son impuestos, siempre nos hemos conformado con nuestra condición presente; no experimentamos, por lo tanto, ninguna repulsión hacia lo oscuro; nos resignamos a ello como a algo inevitable: que la luz es pobre, ¡pues que lo sea!, es más, nos hundimos con deleite en las tinieblas y les encontramos una belleza muy particular. En cambio, los occidentales, siempre al acecho del progreso, se agitan sin cesar persiguiendo una condición mejor a la actual. Buscan siempre más claridad y se las han arreglado para pasar de la vela a la lámpara de petróleo, del petróleo a la luz de gas, del gas a la luz eléctrica, hasta acabar con el menor resquicio, con el último refugio de la sombra (Cfme. Junichiro Tanizaki, El elogio de la sombra, Ediciones Siruela, 2013, pág. 71/72).

Esta mediación me enseñó que la pandemia nos marca límites (por eso trabajamos en mediación virtual). Que no es malo conformarnos con nuestra condición presente, tal como Julio lo hizo. No sentimos rechazo hacia las sombras en la imagen. A él lo podíamos ver en claroscuro. Así como los orientales, se ajustó a lo que escuchaba y se resignó a lo inevitable. Si la imagen de Julio congelada en la captura de pantalla resultó ser pobre, “¡pues que lo sea!”

* Abogada, mediadora