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Invisible no es ausente (II)

Por Claudia Sciu * - Exclusivo para Comercio y Justicia
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En la entrega de la semana anterior hice referencia al lugar de los NNA (1) en el marco jurídico de la CDN (2), resaltando la importancia de respetar el Centro de Vida, que es una de las brújulas que orientan mi accionar como mediadora.

En esta ocasión ampliaré el horizonte incluyendo la otra brújula, la de la Filosofía Sistémica de Bert Hellinger, que da pie a otras leyes: las del funcionamiento de los sistemas familiares en su aspecto del logro en las relaciones.

Bert Hellinger nombra dichas leyes como “Los Órdenes del Amor” y, destacando con énfasis el derecho a la pertenencia, dice:

“Todos los miembros de una familia tienen derecho a pertenecer”. Es así que, en el acto de la elección de la pareja con la cual se concreta el proyecto de familia, se delinea un marco que no se reduce a dos; cada persona es un eslabón de la cadena generacional, a la cual también pertenecen los ancestros.

Cada miembro de la pareja permanece vinculado toda la vida con su respectiva familia de origen, con su respectiva cadena. Dicha pertenencia excede y trasciende la calidad moral o ética de sus integrantes. La pertenencia y la lealtad operan de modo inconsciente y como corrientes subterráneas mantienen la cohesión y la pertenencia de todos los miembros de una familia, sea ésta de la configuración y “calidad” que tenga, alcanzando los miembros de más de una generación.

Es así que un niño “pertenece, en términos de formar parte de”, a su familia nuclear y además también a un sistema mucho más amplio que trasciende los límites de los adultos que ejercen la función de padres, incluyendo a los abuelos, los tíos, los haya conocido o no.

En momentos en que los padres deciden interrumpir su relación como pareja, inconscientemente siguen intactos los vínculos y la pertenencia del niño a ambos sistemas de origen continúa viva; la lealtad inconsciente opera e impide que se rompan.

En el ámbito de las relaciones, los niños pueden verse privados de contactar en términos reales con alguno de los miembros de uno u otro sistema. Sin embargo, la fuerza de las corrientes inconscientes de pertenencia no cesa de trabajar para que la cohesión se mantenga inalterable.

En las mesas de mediación, desde el discurso de las partes, muchas veces escuchamos juicios de desvalorización acerca de los miembros de las familias de origen de uno u otro.

Éste es el nivel de las relaciones, en el cual se ejercen los intentos de “invisibilizar” a determinados miembros de la familia extensa.

Los intentos de “invisibilización” traen consigo efectos adversos que influyen en la salud física y psíquica del niño, ya que todo lo que opera inconscientemente se hace presente y muestra sus efectos.

Éstos no son menores en el sistema judicial, ya que en estos casos se recurre a “la justicia” para que contribuya a la invisibilización mediante reiteradas denuncias cruzadas como intentos de eliminar a los otros y la justicia queda involucrada como cómplice.

Como mediadora, sé que estoy convocada a explorar, recorrer e historizar las relaciones del niño con ambas familias extensas, y entiendo que preguntar por los tíos, los abuelos pone en palabras y “presentifica” a aquel que se intenta silenciar o borrar.

Como siempre, si la intervención da resultado, abrimos a las partes la posibilidad de reflexionar sobre el lugar que les están otorgando a cada uno y si no logramos abrir el espacio para que cada uno ocupe su legítimo lugar, al menos no me he deslizado soslayando en complicidad el discurso anulatorio.

Respetar el estado de derecho de cada niño vinculando con los derechos que lo asisten por ley y comprendiendo los hilos invisibles de la dinámica familiar me habilitan para el desempeño de mi tarea; a su vez, me convocan a colaborar con el niño para asegurar que su centro de vida sea preservado y cuidado. No pocas veces he llamado a niños a la mesa, basándome en su derecho a ser escuchados, que su opinión sea respetada, y conversando con ellos acerca de su diario vivir surge en los relatos, de un modo u otro y como común denominador en el deseo de los niños, “que la pelea de sus padres se acabe”

No necesito escuchar a cada niño de cada familia para saber que todos ellos anhelan la paz en su vida cotidiana, que significa que por medio del hijo la mamá pueda ver al papá y a su familia y que el papá pueda ver a la mamá y a su familia, dándoles el lugar que por derecho a la pertenencia les corresponde a todos, aun cuando hayan decidido vivir separados.

Desde una férrea convicción personal y orientada hacia el logro del anhelo de paz que habita el alma de todos los niños, día a día contribuyo.

(1) NNA: niños, niñas y adolescentes. (2) CDN: Convención de los Derechos del Niño

(*) Psicóloga, mediadora, consteladora

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