Con estas palabras cerraba el tan esperado debate de hace tres domingos atrás. Una interesante novedad para nuestras aún jóvenes prácticas democráticas. Saludable, deseable, pero quizás insuficiente.
¿Cómo que insuficiente si estamos todavía sorprendidos de que haya podido realizarse y aún más en el contexto de un balotaje, también inédito?
Estamos de estreno porque ciertamente parece que los instrumentos disponibles para la participación ciudadana en sus distintos niveles aún necesitan de un esfuerzo de difusión e instrumentación.
Pero aún más podría resultarnos sorprendente si, yendo hacia el interior de lo que es un debate, recordamos que éste es en sí una práctica que se encuentra inscripta en el paradigma adversarial.
Muy necesario para destacar las cualidades de los candidatos en una elección, identificar ideas, discursos, en torno a los temas de interés. Correlato de ello es la función de quienes moderan, las reglas del procedimiento y las posibilidades de interacción de los ciudadanos en alguna instancia normalmente de preguntas.
¿Y después? Allí se abre el instersticio de asegurarnos un pasaje hacia las prácticas dialógicas, cuyo paradigma es colaborativo.
Ha sido también tema de campaña, ya que algunos candidatos han recalcado su voluntad de dialogar aunque sin muchas precisiones sobre dónde, cómo y cuándo.
Los mediadores formados para trabajar en conflictos sociales y políticos conocen desde hace mucho la existencia de herramientas comunicacionales para contribuir al desenvolvimiento de esos espacios. Participar implica la gestión de intereses diferentes que tienen la carga de potenciales conflictos.
Recientemente, en un evento de alcance nacional de participación ciudadana coincidimos un grupo de panelistas, en el cual el hilo conductor de las ponencias hacía foco en el poder de articulación de los métodos alternativos de gestión y resolución de conflictos con los denominados mecanismos de participación ciudadana, ya presentes en nuestra Constitución Nacional, receptados en casi todas las constituciones provinciales o articuladas mediante leyes especiales. Pero -y aunque auspicioso- también quedó en evidencia que los mecanismos por sí solos no garantizan nuevas prácticas políticas.
Para ello es necesario pensar en cómo impulsarlas, fomentarlas, educar para la familiarización de los ciudadanos con el uso de ellas para contribuir a una mejor calidad democrática, entendiendo esta última como aquella asociada a los conceptos de gobernabilidad, gobernanza y accountability (rendición de cuentas más respondibilidad, en el sentido que lo plantea Oszlak).
De allí que resultaría altamente beneficioso para el desarrollo de competencias ciudadanas y mejores prácticas políticas en quienes tienen el honor de ser depositarios de la representación popular y sobre todo en los designados por aquéllos, el saludable ejercicio de conversar con los ciudadanos entre una elección y otra. Y los mediadores estamos preparados para colaborar en estas experiencias.
Recordemos las numerosas ventajas que aportan los denominados procesos colaborativos en los procesos de toma de decisión y generación de políticas públicas consensuadas: contribuyen a la pacificación de la sociedad y crean un poder colectivo del que todos se favorecen y que no implica costo de poder individual.
Es necesario combatir la apatía, la desinformación, la poca voluntad de algunos gobernantes para instrumentarlas e impedir que las dificultades para medir los efectos de la participación en los resultados los “descalifique por sobreexposición”.
Bienvenidos serán los debates entre campañas cada cuatro años y – pero no menor- las prácticas conversacionales disponibles de manera más continua. Esto contribuirá a preguntarnos no sólo quién gana el debate bajo una fórmula ganar-perder sino cuánto ganamos como sociedad bajo la fórmula ganar-ganar.
* Licenciada en Ciencias Políticas. Mediadora