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El gobierno de la política exterior

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José Emilio Ortega – Santiago Espósito (*)

Para que el poder político sea legítimo, debe ejercerse según reglas racionalmente constituidas, cuya observancia obliga a gobernados y gobernantes. El Estado moderno (de derecho, democrático) mantiene el equilibro social y político, alejando el conflicto fuera del ámbito soberano, estableciendo el consenso y la homogeneidad desde la institucionalidad. Actualmente, estos conceptos se interpretan en un marco más amplio, considerando la creciente internacionalización (intergubernamental) o la integración más o menos intensa en algunas regiones (supranacional).

La legitimidad legal-racional presupone reglas de reconocimiento de un sistema nacional e internacional, replantea el fundamento del poder y lo sitúa más allá de la voluntad y los deseos de quienes lo ejercen. La dinámica del Estado contemporáneo debe materializarse dentro de éste, evolucionando de modo permanente, al dirigirse sus fines y normas procedimentales a satisfacer las aspiraciones de los ciudadanos.

Por ello, junto a la legitimidad surgen la eficacia y la eficiencia, entendidas como la capacidad para satisfacer los objetivos propuestos, con la mejor disposición de los recursos. La calidad del sistema democrático no se agota en la consecución del orden. Implica el eficaz y eficiente empleo de respaldos, cualidades y recursos, optimizando la satisfacción de la comunidad nacional e internacional.

A partir de esta combinación y para mejorar gradualmente la calidad de la respuesta político-institucional a los asuntos públicos, se afirman simbióticamente legalidad y legitimidad. Lo que nos lleva a la gobernabilidad, que descansa en el acuerdo entre grupos, partidos o fuerzas políticas para legitimar (verificados ciertos supuestos) el acceso al poder de uno de aquéllos. Se trata de un elemento indiscutible, aunque -aún en nuestros días- diversas experiencias evidencian las dificultades para alcanzar esos consensos, despejar obstrucciones, superar fallas o deficiencias y establecer trazos de largo aliento, tanto en el campo interno, externo o en su conjunto. Lo vemos en el caso argentino.

 

Contradicciones argentinas

En una coyuntura global compleja e incierta, la velocidad de los cambios reaviva el segregacionismo: retiro de confianza a organismos internacionales por actores claves, escalada competitiva y descrédito entre potencias, regreso de nacionalismos y proteccionismo, xenofobia ante las migraciones. Sin embargo, los principales dirigentes del planeta comparten, paradójicamente, un rasgo: el desconocimiento de cómo enfrentar las dificultades, cuya gravedad ha desnudado ineficiencias, ineficacias y ausencia de proyectos políticos y cuestionado la legitimidad en muchos procesos. 

Los componentes interno y externo de la política no pueden escindirse en tal instancia, como se aprecia en nuestro complicado país al observar diversos episodios. Empezamos: un ex presidente vaticina una grave crisis institucional en 2021 y luego se desdice. Un diputado nacional comete un exabrupto personal inentendible en una sesión virtual, que nos avergüenza en el mundo. El presidente del Banco Central desautoriza al ministro de Economía, quien acaba de cerrar una negociación externa, y dispone en contrario a los anuncios de aquél, agravando la crisis cambiaria. Una senadora de la Nación agradece al Poder Ejecutivo haber hecho propio “su” proyecto de estatización de una empresa privada, iniciativa retirada a las pocas semanas por el Presidente. 

Seguimos: un secretario de Cancillería anuncia, sin instrucciones, en una reunión multilateral, que Argentina podría retirarse del Mercosur. El embajador argentino en la ONU postula como pertenecientes al país opiniones personales sobre la situación de los derechos humanos en Venezuela. La Presidencia impulsa una candidatura para presidir al BID, sin evaluación de chances, luego la retira y se abstiene en la votación. Una candidata a embajadora (quien ejerció cargos diplomáticos, muy ligada al chavismo) cuestiona en entrevistas las decisiones que sobre el caso Venezuela tomó la Cancillería nacional. El jefe de Gabinete expone en el Congreso, casi al pasar, que al Gobierno argentino le preocupan las violaciones de los derechos humanos en la región, señalando países sin suficiente rigor procedimental. 

El gobierno de la política exterior argentina fue recurrentemente afectado por la contradicción interna. Ni siquiera al recuperar la democracia (1983) pudieron lograrse directrices profundas de largo plazo. Alfonsín afirmó la transición y la paz continental pero debatiéndose entre adoptar una identidad socialdemócrata de corte europeo o encuadrar como miembro del Movimiento de Países No Alineados. Menem se anticipó al “realismo periférico” de Escudé, priorizando la pertenencia a Occidente y la integración comercial en el Mercosur. Pero se afirma que esta enérgica adhesión al mundo occidental pos Guerra Fría generó consecuencias, como los atentados a la AMIA y a la Embajada de Israel. 

La gestión De la Rúa fue tan inexpresiva interna como externamente; sus fallas llevaron a la grave crisis de 2001, cuya salida fue comandada por un presidente provisional, Duhalde, montado sobre una agenda de emergencia que se recostó sobre las relaciones que el peronismo de los años 90 (entre los cuales el bonaerense fue una figura central) supo cultivar.

Kirchner se alejó de ese modelo y cuestionó la relación estrecha con EEUU, en un contexto de autarquismo regional de corte progresista (Chávez, Lula, Morales, etcétera); pragmático como Menem o Duhalde, sintonizó un contexto de época. Su temprana desaparición (2010) nos hace considerar que, de sobrevivir la década, su impronta se hubiera hecho sentir favorablemente, con un oportuno golpe de timón que no supo, quiso o pudo dar su sucesora, Cristina Fernández.

En efecto, tanto la hoy influyente vicepresidente como el ex presidente Macri optaron por extremos. La primera, al profundizar su vinculación con la órbita política de la Unasur y  aislarse del hemisferio norte. El segundo, al intentar el camino radicalmente opuesto, procurando mostrar una imagen de líder conservador “prudente y confiable” que su malograda gestión interna no permitió consolidar. 

¿Dónde está ubicado Alberto Fernández? Es un ecléctico que acompañó varios de estos procesos. En tanto, incluso bajo su dirección, la política exterior argentina, afectada por la falta de cohesión (aun en el mismo oficialismo), acumula frustraciones. Las contradicciones no sólo influyen en la percepción que el mundo tiene sobre Argentina sino en la real chance del país de insertarse en aquél. Porque no habrá legitimidad posible sin relaciones exteriores concretas; eficaz y eficientemente gobernadas. ¿O todavía no lo hemos comprendido?


(*) Docentes, UNC

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