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Cuando un padre ama a un hijo

Por Samuel Paszucki y Carolina López Quirós * - Exclusivo para Comercio y Justicia
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Al comenzar un caso de familia, algunos mediadores -entre quienes nos incluimos-, luego de las presentaciones y discurso, al indagar directamente sobre el tema de la mediación solemos armar un mapa de la estructura familiar (genograma).

Esto nos sirve para darnos cuenta de la composición familiar, edades, tiempo de convivencia y ruptura, relaciones entre sus miembros, además de recordarnos los nombres de las partes de una sola mirada. Una vez armado el genograma, suelen aparecer datos muy interesantes.

El caso. María solicitó una mediación con José por temas referidos al plan de parentalidad respecto a Agustín. Ambos padres entraron juntos a la sala, lo que interpretamos como que la temperatura de las relaciones era “aceptable”. José asistió aun sin haber recibido la notificación, lo cual constituía un punto a su favor.

Eran padres de un niño de 12 años, Agustín, quien casualmente acompañó a su madre y aguardaba en la sala de espera a nuestra solicitud. Nos enteramos que aún estaban casados, separados desde que Agustín nació y en estos 12 años padre e hijo se habían visto apenas cuatro veces. María jamás inició acciones por el niño. En esta historia influyó su familia en contra de José, y uno de sus tíos -ya fallecido- lo había apuñalado gravemente.

Ante el estado de situación, José se había borrado del mapa. Hasta hoy. María estaba enferma y quería proteger al niño; que no se quedara solo en el mundo teniendo un padre. Parecía que todo sería coser y cantar.

Luego de ubicar a María, José y Agustín en el genograma, al seguir averiguando fue apareciendo más información; en realidad, más hijos. María tenía dos varones más de corta edad, fruto de su relación con Pedro, su actual pareja, quien crió a Agustín. José dijo que tenía 4 hijos más. Un varón de 13, una nena de 11, otra de 9 y uno de un año. Nos llamó la atención la edad del mayor. Con las preguntas surgió que a quienes José consideraba sus dos hijos (los mayores) no eran hijos de él. La de 9 años sí, media hermana de los dos anteriores. Ellos 3, medio hermanos de parte de madre. Y el de un año era hijo de José y su actual pareja. Al resumir, José había tenido tres hijos con tres mujeres diferentes, una de las cuales (la del medio) se había ido de su casa hacía 8 años dejándolo con los tres niños. Y nunca más apareció. Eran 7 hijos entre los tuyos, los míos, el nuestro y los de la otra. Cinco propios y dos ajenos. Un monumento a la madre de José, que criaba a los tres niños.

El tema principal de la mediación era la revinculación de José con Agustín. Doce años con cuatro contactos. El padre estaba dispuesto a hacer lo necesario para lograr el acercamiento con su hijo.

A pesar de que hoy el Código Civil y Comercial prioriza el interés superior del niño y el art. 26 establece su derecho a ser a ser oído en todo proceso judicial que le concierne, consideramos que para llamar a niños a mediación es necesario tener el entrenamiento adecuado. Caso contrario se podría ir en contra de su interés.

Agustín esperaba en la sala y, considerando que tenía 12 años, pensamos que una charla con él sería fructífera. Queríamos saber de manera directa qué pensaba Agustín de su padre y si tenía interés en verlo. Lo hicimos pasar, desplegamos nuestras mejores habilidades, y Agustín se negaba a establecer contacto con José. Le pedimos que le diera la oportunidad de escucharlo, que quizá se arrepentiría toda su vida si no lo hacía. Le comentamos que esto en nada cambiaría su relación con su padre de crianza -que era un temor del niño-. Y le preguntamos si con nosotros presentes, que lo cuidaríamos y protegeríamos, aceptaría ver a su padre. Y aceptó.

Lo que José le dijo a Agustín en esa reunión será un hito en nuestras carreras de mediadores. Tuvimos que bajar nuestros rostros para ocultar la emoción que sentíamos al escucharlo. Fue conmovedor cómo un hombre de 34 años, integrante de las fuerzas de seguridad, le habló a su hijo desde el fondo de su corazón, admitiendo sus errores, responsabilidades y comprometiéndose a tomar, en la medida en que Agustín lo permitiera, el lugar que debía. Y Agustín decidió darle una oportunidad. Esa misma tarde José lo buscaría para ir a jugar al fútbol. Fijamos una segunda reunión a los pocos días para analizar cómo había sido el reencuentro.

Cuando lo vimos a José sentado solo en la sala de espera, temimos lo peor. En realidad, María estaba ausente porque debió llevar a los niños al médico. Vendría a la próxima audiencia. Disimulando nuestra ansiedad, le preguntamos a José cómo le había ido con Agustín. Nos contó que el jueves lo buscó; entonces Agustín le preguntó si podía ir a su casa desde el viernes al sábado. Finalmente fue desde el viernes al domingo: durmió dos noches en casa de su padre, y se hartó de jugar con sus… ¿hermanos? de la misma edad.

Cuando a nosotros, los mediadores, nos toca intervenir en un caso como éste, sentimos que todo nuestro diario esfuerzo vale la pena. Si todavía tienes dudas de la eficacia de nuestro trabajo, acude a mediación para resolver tus conflictos.

* Mediadores

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