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Pandemia y después: educación y salud mental

EDUCACIÓN. En las escuelas recién se empiezan a ver las consecuencias de la pandemia.
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El 2020 marcó un antes y después en la vida de las personas del siglo XXI. Sus consecuencias físicas están siendo estudiadas, pero las psicológicas y educativas permanecen en segundo plano en un país que no quiere atacar sus problemas.

A pesar de que el confinamiento de 2020 ya es un recuerdo lejano, las consecuencias de aquellos meses de aislamiento se siguen manifestando con fuerza. La política oficial en los tres niveles de gobierno ha sido básicamente la misma, hacer de cuenta que la gente está bárbara, sin mayores problemas derivados de aquella experiencia, lidiando con las situaciones una vez que se han desatado y no de manera preventiva. Esto, por supuesto, profundiza los efectos negativos de la postpandemia.

El cierre del año llega con balances de todo tipo, especialmente cuando se trata de temas educativos. El cierre de los ciclos lectivos obliga a alumnos, docentes y familias a enfrentarse a múltiples emociones, que incluyen la frustración, el enojo y la preocupación. En esos momentos de tensión se puede observar cómo se manifiestan aquellas consecuencias no habladas de la pandemia.

A continuación se desarrollará un informe que pretende abordar las distintas dimensiones que confluyen en un momento central del año.

En primer lugar se desarrollará la cuestión estrictamente escolar, el cómo se llegó a finalizar el ciclo lectivo 2022 (referido a cambios de metodologías y normativas que marearon a los involucrados en los procesos educativos) y las consecuencias de la pandemia en el nivel educativo, según se desprende de las evaluaciones Aprender de 2021 que se publicaron este año.

En segundo lugar se hará referencia a trabajos publicados por la Sociedad Argentina de Pediatría en lo referido a salud de niños, niñas y adolescentes (NNyA), tanto durante la pandemia como en los años subsiguientes. Se consultó, además, con especialistas del área de salud mental y clínicas especializadas, que reflejaron también sus preocupaciones al respecto.

La educación en pandemia

Cada año, a partir de lo que dicen las regulaciones educativas en la provincia de Córdoba, la aspiración es llegar a los 180 días de clases. Ese es el número de jornadas que había que tener en 2020, en el aula y de manera presencial. El aislamiento social, preventivo y obligatorio decretado por el presidente Fernández significó que en los distritos que mantuvieron sus escuelas cerradas por más tiempo esa cifra fue mucho menor. En Córdoba, por caso, solamente hubo 10 días de clases presenciales en todo 2020. 

Toda la educación pasó a la virtualidad, con un aislamiento estricto hasta junio (tres meses y medio) y con distanciamiento hasta septiembre. Las actividades sociales estuvieron limitadas hasta fin de año y no se retomó la normalidad plena sino hasta principios de 2022, tras el brote por la variante ómicron de diciembre de 2021.

En 2021 la presencialidad escolar fue reducida. Con el sistema de burbujas los grupos asistían semana de por medio, con la excepción de las ciudades más pequeñas y los colegios de doble escolaridad, que dividían burbujas entre la mañana y la tarde. En junio volvió la suspensión de clases, pese a que la vida fuera de las escuelas era normal. 

En agosto se empezó a volver plenamente y para septiembre ya era casi normal en todos lados, pese a que algunas escuelas tuvieron todo 2021 con el sistema de burbujas. Así, hubo menos de 70 días de presencialidad relativamente normal, porque el barbijo y el aislamiento de grupos ante un caso positivo se mantuvo hasta este año.

El sistema de evaluación se modificó durante la virtualidad y desde entonces sigue generando una gran confusión para los involucrados en el proceso educativo. Las notas pasaron a ser conceptuales, donde se evaluaba el proceso más que el resultado. Si quedaban contenidos pendientes, éstos se podían recuperar antes de llegar a coloquio y se aprobaba la materia con una pequeña parte de la misma (el 70% de los contenidos sobre el 70% de los temas priorizados, que en general era más o menos la mitad del programa prepandemia).

Toda la comunidad educativa pudo ver cómo los burócratas del Ministerio de Educación arrastraban a todos a lo que les resulta cómodo a ellos: las notas numéricas se eliminaron, pero se debían confeccionar informes sobre el desempeño. Esto último sobrevive en la actualidad, combinado con las notas tradicionales (que volvieron a mitad de año, sin previo aviso y con la etapa casi cerrada).

2020 y 2021 demostraron que la educación le importa a muy poca gente. Políticos, padres y gremios docentes hicieron fuerza para que las escuelas permanecieran cerradas. Todos parecieron acomodarse a esa situación, incluidos los alumnos, que veían de qué manera podían pasar de año sin estudiar, sin conciencia de la gravedad de ello. Esas consecuencias se vieron claramente reflejadas en la evaluación Aprender de 2021.

APRENDER 2021

El operativo Aprender es una evaluación estandarizada que se toma en todo el país. Tiene un componente censal y otro muestral, los que permiten realizar un diagnóstico sobre la situación educativa general. Si bien antes de la pandemia se observaba una mejora en el rendimiento de los alumnos, todo cambió post pandemia, ya que reflejó un retroceso a los niveles educativos de hace casi una década. 

La desigualdad socioeconómica en la que se atravesó aquellos meses de aislamiento también se puede ver en los fríos números relevados por la evaluación. Mantener las escuelas cerradas fue una decisión estrictamente política, por parte de dirigentes que tuvieron miedo de contradecir las encuestas y se aferraron al conservadurismo de no innovar en el área, que tuvo consecuencias mucho peores en los sectores más bajos de la sociedad.

Mientras en las escuelas públicas el 51,4% de los alumnos de sexto grado media un nivel básico o por debajo del básico en lengua, en las privadas sólo el 23,2% de los alumnos entró en las mismas categorías. Los números son casi los mismos para matemática.

Al analizar específicamente por estratos sociales (una medida más acertada que medir por tipo de gestión escolar, ya que hay colegios públicos adoptados por sectores medios y medio-altos que logran mantener un elevado nivel académico, como el Manuel Belgrano o el Monserrat) la situación es mucho peor.

Entre 2018 y 2021 el nivel de desempeño por debajo del básico en lengua para los alumnos de nivel socioeconómico bajo pasó de 13,2% a 43,1%, lo que significa que se triplicó el numero de alumnos pobres con problemas de lectoescritura o comprensión de textos. En el nivel alto se multiplicó por cuatro, pero alcanza solamente al 8,6% de los alumnos del estrato, la quinta parte en términos proporcionales.

En matemática las variaciones no fueron tan grandes, pero el bajo nivel de los alumnos se puede ver reflejado casi en las mismas proporciones que en lengua.

La decisión de suspender las clases se efectuó pensando estrictamente en los que disponían de mayores recursos para afrontar la educación en casa. Esto se pudo ver reflejado en los resultados, ya que los alumnos que tuvieron internet y computadora en su tuvieron mejores notas que los que no disponían de conectividad. 

Esto, además, refleja nuevamente que la cuestión socioeconómica fue más importante que la tecnológica, porque los que tienen libros en su casa marcaron mejores niveles de rendimiento que los que no tienen. La posesión de textos impresos es un rasgo característico de los sectores medios y altos con algún grado de formación. 

Por otro lado, la posesión de celular no tuvo ningún impacto en el rendimiento académico. Quienes poseían dicha tecnología en sus hogares no mostraron diferencias en el rendimiento respecto a los que no la tenían, pero sí respecto al resto de los grupos que no disponían de internet, libros o computadora.

Cerrando el ciclo lectivo 2022 todas estas variables se vuelven a manifestar en los alumnos, que presentan baches que dificultan alcanzar los niveles de contenidos mínimos para promocionar el año. Así, es de esperar que lleve algunos años resolver las cuestiones vinculadas a prácticas, métodos y rutinas educativas que vuelvan a darle herramientas a los jóvenes.

Consecuencias para la salud de niños, niñas y adolescentes

La pandemia se abordó, desde el primer momento, desde una perspectiva estrictamente física y centrada en los adultos. Las necesidades de niños, niñas y adolescentes no fueron privilegiadas en un país en el que aún se repite que ellos serán los únicos privilegiados. 

Las cuestiones de salud mental, por su parte, también cedieron espacio ante el temor de ver colapsados los hospitales. La incapacidad estatal para gestionar adecuadamente la salud pública acumuló años de desidia y desinversión, que se vieron reflejados en la reticencia a abrir las escuelas y recuperar la vida social para no poner en riesgo la escasa capacidad existente.

En esa sumatoria de cosas los niños, niñas y adolescentes fueron relegados a un segundo plano por las necesidades de los adultos. Lo que en ese momento no se veía fue lo que poco a poco fue aflorando con el correr de los meses. El impacto en la salud física y mental de los menores es un problema que hoy preocupa a los que tienen contacto directo con ellos y que es subestimado por los que toman decisiones lejanas desde atrás de un escritorio.

Ya en pandemia la Sociedad Argentina de Pediatría empezó a relevar lo que sentían y manifestaban los NNyA. El primer lugar para registrarlo fueron los consultorios, pero a partir de allí se convirtió en estudios de mayor envergadura, como “Percepciones y sentimientos de niños argentinos frente a la cuarentena COVID-19”, registrado en 2020 y publicado en 2021.

En dicha investigación hay testimonios extraídos de 4.762 entrevistas abiertas y en profundidad que ya hacían presagiar lo que se puede ver hoy. El estudio abarca casos de menores en edad escolar ubicados en todo el país.

El 84,5 % de los entrevistados reveló que antes de la pandemia la escuela ocupaba gran parte de su vida, tendencia especialmente fuerte entre los adolescentes. Éstos también destacaron la rutina diaria como una parte importante de sus vidas, todas cosas perdidas en esos meses.

El 74 % expresó sentimientos negativos, que no desaparecieron con la vuelta a la normalidad, sino que impactaron en la salud mental. Nueve de cada diez extrañaba a alguien, siendo los adolescentes los que más extrañaban a sus amigos, acaso por ser la edad en la que se empieza a forjar la independencia y autonomía respecto a la familia.

El 77 % declaró enojo y casi el 66 % manifestó sentirse triste. Un 84 % de las adolescentes, entre 15 y 18 años, refirió estar muy triste o sufrir importantes vaivenes emocionales. El 87% de las adolescentes de las regiones pampeana, cuyana y NOA expresaron enojo. En la tristeza, los adolescentes incorporaron soledad, insomnio, desgano y baja autoestima.

El 87 %  de los adolescentes señaló preocupación vinculada a la economía, el trabajo, el país y la incertidumbre acerca de la continuidad de sus actividades luego de la cuarentena. Ciertamente influye en los elevados números que reflejan las encuestas respecto al deseo de los jóvenes y adolescentes de irse del país.

Los adolescentes mostraron mayor preocupación por la repercusión a nivel colectivo, pensando en la salud, la economía y en la situación de los más vulnerados. Extrañaron a sus amigos, los abrumó la soledad y la pérdida de los ritos de comienzo o finalización de etapas.

En el momento del relevamiento llamó la atención la ausencia de mención a la necesidad de consumo de alcohol u otras drogas y a los cambios en los hábitos alimenticios. Sin embargo, a partir de lo mencionado por profesionales de la salud mental consultados para este informe, las sustancias y los hábitos alimenticios han sido dos válvulas de escape elegidos por los adolescentes, lo que se manifiesta con más fuerza. 

En el caso de una clínica especializada de la ciudad, las internaciones de menores de 13 años se multiplicaron por seis entre prepandemia y hoy. Manifestaron, además, la dificultad de conseguir psicólogos y psiquiatras infantojuveniles para atender de manera ambulatoria esos cuadros, porque la demanda es alta.

Esos cuadros tienen que ver con algo que manifestaban en las entrevistas, enojo y desazón por considerar que no fueron tenidos en cuenta ni escuchados. La cuarentena exacerbó los ánimos y dificultó la convivencia, porque en cierta forma cercenó espacios privados y personales, lo que se sintió mucho más en la adolescencia.

En otro estudio titulado “Impacto presente y consecuencias futuras de la pandemia en la salud de niños, niñas y adolescentes”, mencionan las otras variables que afectaron a los NNyA durante la pandemia: un 49% de los hogares disminuyó su ingreso económico y un 40% tuvo un miembro de la familia con problemas laborales como despidos o suspensión, siendo peor entre los los hogares con menor nivel educativo, lo que se relaciona con el bajo rendimiento en las pruebas Aprender que se pudo ver en los estratos bajos.

Después del regreso a las aulas los docentes debieron enfrentarse de manera regular a situaciones que antes eran infrecuentes o se presentaban en menos cantidad, como los ataques de pánico y los trastornos alimentarios. No solamente los docentes no están preparados para ello, sino que además todos están sufriendo las consecuencias de la pandemia con cuadros similares en ellos o en sus casas.

Yo mismo soy docente. En 14 años, y hasta este año, me habían tocado solo dos alumnos con pensamientos autodestructivos. Solamente en 2022, en una sola escuela, registramos tres. En los cursos con docentes de otras escuelas secundarias aflora todo el tiempo: todos buscan de qué manera reconstruir tejido social y elevar la autoestima de alumnos que se exponen a la autodestrucción (consciente o inconscientemente) todo el tiempo.

Los más afectados por esto son los que transitaron 2020 entre cuarto grado y segundo año, el paso de la niñez a la adolescencia. Inseguridad, depresión, irritabilidad, problemas para respetar estructuras o autoridad son algunos de los rasgos que se ven en el aula. 

Sin estadísticas, nadie sabe efectivamente qué le pasa a los NNyA ni a cuántos afecta. La mayoría de los políticos prefiere dejar ese tipo de problemas en la esfera privada de las familias en lugar de atacar el problema con decisión a través de políticas públicas destinadas a fortalecer los sistemas de atención en salud mental.

La incapacidad para lidiar con las frustraciones se convierte muchas veces en violencia física, entre ellos, hacia los padres o hacia las autoridades. Esto contrasta con el retraimiento que reflejan otros, aunque unos y otros tienen problemas de autoestima que los empujan en esa dirección.

Una investigación de la Universidad de Stanford publicada la semana pasada en la revista especializada Biological Psychiatry: global open science, reveló que el cerebro de los adolescentes ha envejecido a causa del estrés generado por la pandemia.

Los investigadores no quieren atribuir los problemas de salud mental a ese envejecimiento cerebral constatado, pero señalan que las cuestiones del contexto para que ocurra el segundo son las mismas que pueden influir en los primeros. Así, los efectos de la pandemia habrían afectado tanto el desarrollo físico como el personal de distinta manera, pero igual de profundo.

Postpandemia, educación, salud mental y futuro

Todavía no se puede saber a ciencia cierta la magnitud de los impactos por las decisiones tomadas para lidiar con la pandemia. Así como en marzo de 2020 no había información suficiente para definir políticas públicas fundamentadas, hoy todavía no tenemos toda la información necesaria para reparar lo que se rompió en aquellos meses.

Sin embargo, así como se investigó profundamente el covid y sus consecuencias en el cuerpo, es necesario intensificar los estudios e investigaciones sobre los efectos que las decisiones políticas y sanitarias han tenido sobre la salud mental y la educación, que confluyen fuertemente en la preadolescencia, adolescencia y primera juventud.

La salud pública implica decisiones de gobierno que hacen al presente de la sociedad, pero que en este caso son particularmente relevantes para el futuro de la misma. 

Todavía no se puede saber a ciencia cierta hasta qué punto nos va a seguir afectando la pandemia, pero sí hay una certeza que no se puede obviar: lo va a seguir haciendo, y con mucha más fuerza si no se atacan de frente sus consecuencias.

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