ESCUCHARVivimos la era de la inmediatez y del individualismo.Los que somos padres de niños en edad escolar somos, a su vez, técnicos, ingenieros, licenciados, profesores, empleados, empleadores, amas de casa, etcétera. Pero, además de cumplir con una ocupación laboral, nos autoexigimos vestir bien, contar con lo último en tecnología “para un mejor confort”, ir al gimnasio, hacer dietas y tratamientos “antiage”, tratamientos de belleza en cabello, manos, pies; cirugías de todo tipo y tamaño y en cualquier parte del cuerpo… cremas reductoras, reafirmantes, anticelulitis.
Sumado a ello, necesitamos tiempo para revisar la casilla de correos, mandar mensajes de texto y atender el celular, no importa la hora ni el momento. Además, tanto hombres como mujeres debemos pagar impuestos, hacer las compras, cocinar, lavar, planchar, cambiar pañales, calentar mamaderas, bañar y atender niños.
El individualismo nos exige que hagamos todo lo que a uno lo haga sentir bien. Vendría a ser una forma de alimentar el ego o poner parches a un narcisismo dañado. La inmediatez, por su parte, nos obliga a que lo hagamos en el menor tiempo posible: “Baje siete kilos en una semana”, “tonifique glúteos en cinco sesiones”, “hamaque a su niño sin esforzarse” (existen hamacas mecánicas) o “llame ya”.
En este devenir he observado la conducta de muchos papás y me detuve a revisar la mía propia. Como es mucho lo que hay que hacer, y hay que hacerlo muy rápido para poder con todo, uno comienza a reducir el tiempo en aquellas cosas que el sistema no está mostrando como valederas: caminatas o bicicleteadas en familia, cocinar con la ayuda de los menores de la casa, controlar el baño mientras educamos sexualmente, revisar cabezas, orejas, ombligos, dedos de los pies, cortar uñas, dibujar con ellos, inventar historias o canciones, acompañar en las tareas escolares, leer cuentos a la noche.
El individualismo y la inmediatez nos llevan a pensar más en nosotros que en los que nos rodean (¡incluyendo a nuestros niños!).
Si pido colaboración para lavar los platos, posiblemente en lugar de una colaboración consiga una complicación porque me llevará tiempo volver a lavarlos si la edad o capacidad de mi niño no los deja como yo esperaba. ¿Será esa una de las razones por las que ya no enseñamos a lavar ni tender una cama?
Si salen a jugar, lleva tiempo estar saliendo a cada rato a controlar lo que sucede. Si suben a una montaña de tierra, nuestra mente inmediatamente calcula cuánto llevará quitar esa tierra de la ropa y de sus cuerpos y cabellos. Si se mojan, estamos pensando en que habrá que volverlos a cambiar.
Si se juntan con amigos del barrio, pensamos en el tiempo que llevará desterrar las malas conductas que copien “del afuera”, pensando erróneamente que sólo en la calle se aprenden malas conductas, y no en el seno de la familia, o solos frente a la pantalla.
Entonces vamos a lo inmediato, eficaz, menos problemático (al menos aparentemente) y que no nos reste horas y energías a nosotros para atender a las “cuestiones importantes de la vida”.
“Andá a ver la tele”; “te traje un nuevo juego para la play”; “te quedás jugando acá y no salís a ningún lado”; “no quiero que te ensucies”. Si fuéramos capaces de medir nuestro comportamiento, verbalizaciones, actitudes; si pudiéramos darnos cuenta de que la belleza exterior y éxito en los negocios pasan junto con el crecimiento de nuestros niños; si pudi&eac
