La vida personal de Rachida Dati mezclada con una de las más poderosas carreras políticas de Francia. Por Luis R. Carranza Torres
Cuando Nicolas Paul Stéphane Sarközy de Nagy-Bocsa, Nicolas Sarkozy para abreviar, alias “le petit Napoleón”, llegó en 2007 a la presidencia de Francia, una de sus primeras medidas fue convocar al Palacio del Elíseo a su dilecta discípula y vocera de la campaña presidencial, Rachida Dati.
Ya siendo ministro del Interior, la fémina le había cumplido en las más difíciles labores. Nada podía decir de su impecable desempeño en la campaña: era una muy hábil comunicadora. Había apabullado las cámaras y audiencias con su soltura, firmeza y encanto. Y como bonus track resultaba la artífice de llevar a buen puerto las diferencias de Sarkozy con su segunda esposa y más próxima colaboradora en sus tiempos de ministro, la riquísima y aristocrática Cécilia Marie Sara Isabelle Ciganer Albéniz.
Rachida, además de un cuadro político de elite, se había convertido en la confidente de la pareja. Ambos le tenían la confianza suficiente como para usarla de intermediaria en sus cuestiones, cuando el diálogo entre los dos estaba cortado. Justo en el peor momento: las vísperas de la campaña presidencial.
Gran parte de la reconciliación, poco antes de que Sarkozy decidiera lanzarse hacia el Elíseo, era obra de Dati, que gozaba para entonces de la amistad de ambos.
En su primer encuentro con su jefe de años, convertido en presidente francés, “le petit Napoleón” le ofreció ser su “Garde des Sceaux”, es decir dirigir el Ministerio de Justicia. Era la primera vez que una mujer, hija de inmigrantes argelinos y marroquíes de origen musulmán, nacida y criada en la pobreza, iba a desempeñar un cargo de esa naturaleza en la historia del país.
“No llores. Ya sabes que a él no le gustan las mujeres que lloran”, le sopló Cécilia, reinstalada en su rol de esposa y colaboradora a un lado de su marido, cuando a Rachida se le empezaron a humedecer los ojos después del ofrecimiento. Por supuesto, aceptó.
Muy pronto Dati impuso el peso de su personalidad, no sólo a su ministerio sino al gobierno todo. A los medios les gustaban su glamour y sus frases directas. Llegó a decirse que era la ministra con más poder de todo el gabinete.
No estaba exenta de críticas ni problemas. Gran parte de sus colaboradores hablaban de un carácter colérico, autoritario y despótico. También, de su conducta cambiante.
Se cuenta, por ejemplo, que encargaba un discurso durante el día, despertaba a medianoche a su autor para que lo modificara casi por completo; a la mañana siguiente muy temprano lo volvía a llamar para rehacerlo de nuevo y al final no lo usaba.
Gran parte de la elite de magistrados y funcionarios de alto nivel de la justicia gala, como cuenta el periodista Antonio Jiménez Barca en una nota para el diario El País, “no soportaron nunca que una hija de musulmanes advenediza, sin una verdadera carrera judicial, salida de los barrios más bajos, viniera a decirles lo que tenían que hacer”.
Dati se había graduado en la Escuela Nacional de la Magistratura, el instituto superior de educación pública que forma a los miembros del Poder Judicial francés, obteniendo el cargo de auditeur de justice. Dicho empleo no tiene una traducción exacta al español ni en la plantilla de nuestra administración de justicia, pero se trata de un cargo que asiste en sus funciones a jueces y fiscales. Luego de ello, en 1999 se desempeñó en el tribunal de grande instance de Bobigny, después en Péronne y como asistente del fiscal general en Evry. No parecía mucho frente a las curriculas kilométricas de quienes debía mandar.
Los autores del libro Belle amie -referido a ella-, Yves Derai y Michaël Darmon, cuentan una anécdota por demás ilustrativa de ese sentimiento: cuando en una reunión oficial de un grupo de fiscales se anunció que iba a incorporarse la ministra de Justicia, uno de ellos preguntó, con sorna: “¿Y ella qué viene a hacer?¿Va a traer el té?”. Lejos de censurar a su colega, los demás asistentes se rieron del comentario.
A Sarkozy, el hombre que huía de las lágrimas femeninas, lo cautivaban sobremanera aquellas féminas que lo hicieran reír. Apareció entonces la bellísima modelo, cantautora y actriz Carla Gilberta Bruni-Tedeschi, más conocida como Carla Bruni, y el matrimonio atado con alambre de Nicolas y Cécilia se fue al demonio. Y con ello, gran parte del capital humano que la ministra de Justicia tenía con su presidente y jefe político.
Dati lanzó una ambiciosa reforma del mapa judicial y varios cambios más, pero la realidad la desbordó. Una ola de suicidios en las cárceles y paupérrimos presupuestos la pusieron contra la pared.
Para colmo, fiel a su gusto por el glamour, en diciembre de 2007 apareció en la portada de Paris Match posando con un vestido rosa de Christian Dior. Desde la izquierda la censuraron por frívola y el chauvinismo galo se horrorizó de que “una árabe pose un Dior en el Park Hyatt Vendome”, como cuenta la periodista Anna Cabana.
Jamás una ministra de Francia en ejercicio se había atrevido a tanto.
Pero Dati iba a dar otra sorpresa, en breve: en ese mismo año de 2007 se conoció que esta soltera empedernida, pero de corazón agitado, estaba embarazada. Nadie por esos días pudo decir, ni hacerle decir, quién era el padre.
Se abría el capítulo más agitado y personal de su existencia.