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Los derechos, según el «Dr. Galeano»

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“Gracias mil por este doctorado, que tanto me honra. No porque yo crea que el título de doctor mejora a la gente, como creía el papá de un niño que nació, hace ya unos años, en el pueblo de Cerro Chato, allá en mi país. El papá quería un hijo con diploma y como el bebé no le pareció digno de confianza, le puso de nombre Doctor. Y así se llamó, Doctor Galarza, durante toda la vida”.
Con esta historia, celebrada por un colmado Pabellón Argentina recibió el máximo título de la Casa de Trejo el escritor Eduardo Galeano, quien aseguró sentirse honrado porque la distinción provino de una Universidad donde brotó la Reforma Universitaria que sacudió a toda América Latina en 1918.
“Gracias a la energía que Córdoba desató, las cosas han cambiado y aunque todavía queda mucho por cambiar en el campo de la educación y en todo lo demás, no viene mal recordar que en aquellos tiempos todavía la cátedra cordobesa de Filosofía del Derecho enseñaba un tema llamado ‘Deberes para con los siervos’ y los estudiantes de Medicina se recibían sin haber visto jamás a un enfermo”, recordó el uruguayo.

Mientras leyó a estudiantes y docentes fragmentos de su último libro “Espejos, una historia casi universal”, el autor de “Las venas abiertas de América Latina” tuvo algunos pasajes dedicados especialmente a los derechos.
“Pienso cómo la historia oficial suprimió a la mitad de la humanidad y para peor las llaman minorías, dicen: ‘los derechos de las mujeres y otras minorías’. No me dan el doctor honoris causa por ser fuerte en matemáticas (porque sumar nunca fue lo mío), pero me doy cuenta de que la mitad no puede ser una minoría”, ironizó Galeano refiriéndose a las mujeres.
“Sin embargo -continuó- fueron tratadas como minorías y ahora por suerte empiezan a ganar espacios. No se trata de que yo crea que las mujeres son mejores que los hombres. No son mejores ni peores, son igual que nosotros, mitad basura y mitad maravillas, pero se trata de que tengan los mismos derechos simplemente, aunque sea para la maldad”.

Ante un silencioso y espectante auditorio que disfrutó y se emocionó con cada relato, síntesis de memoria y realidad, el ahora doctor de la UNC regaló otra reflexión sobre los derechos.
“Cuando la Revolución (Francesa) proclamó la declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, una militante revolucionaria, que se llamaba Olimpia de Gouges, propuso en la Asamblea la declaración de los derechos de la mujer y de los ciudadanos entonces la metieron presa, un tribunal la condenó y la guillotina le cortó la cabeza. Eso en la civilizadísima Revolución Francesa. Poco después fue el turno de la mujer del ministro del Interior, que también fue decapitada y era interesante la condena, que decía ‘condenada por su antinatural tendencia a la actividad política’ y la guillotinaron. ¡Y eso que era la mujer del ministro!”

Y continuó: “Olimpia de Gouges cuando subió al cadalso preguntó: ¿si las mujeres estamos capacitadas para subir a la guillotina, por qué no nos podemos subir a las tribunas públicas?”
Emocionado, dejó en boca de uno de los protagonistas de sus historias, un legado para una mejor educación: “Enseñen a los niños a ser preguntones, para que se acostumbren a obedecer a la razón, no a la autori

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