Su vida estuvo marcada por las muertes de su hijo y su nuera a manos de la dictadura y por la búsqueda de su nieta. Pero también por el compromiso con su tiempo y con sus ideas.
Un extraordinario poeta de las calles, de los barrios y de las plazas, que entretejió con versos el dolor y el compromiso con su tiempo. Todo eso fue Juan Gelman, fallecido el martes en México, donde vivía desde hacía dos décadas.
“A los ocho o nueve años, enamorado de una vecinita, empecé a mandarle poemas para que ella se fijara en mí”, recordó Gelman sobre su primer encuentro con la poesía en el hogar donde vivía con sus padres y su hermano ucranianos, en Villa Crespo, barrio pobre porteño de fuerte identidad judía.
El padre, un carpintero de origen humilde, había llegado a Buenos Aires en la primera década del siglo XX y sería una figura clave en su vida al transmitirle su experiencia como activo militante en la revolución rusa de 1905.
Pese a las carencias materiales, la lectura estaba presente en el hogar y desde niño Gelman devoró clásicos españoles como Garcilaso, Quevedo, Góngora, Lope de Vega. Pero el primer poema que escuchó fue del ruso Alexander Pushkin en su idioma original.
“Se lo oí a mi hermano, que recordaba todavía algunos versos de Pushkin. En ese momento descubrí la poesía dicha”, rememoró el ganador del premio Cervantes 2007.
Juventud y compromiso
Cursó estudios secundarios en el prestigioso Colegio Nacional Buenos Aires y a los 15 años asumió su compromiso político con el ingreso a la Juventud Comunista.
Comenzó estudios universitarios en Química, que lógicamente abandonaría muy pronto para para meterse de lleno en la poesía, a los 20 años. Ser poeta no lo llevó a encerrarse en una caja de cristal sino que vivió plenamente las experiencias de los muchachos de su tiempo: el fútbol, el café, el billar, las mujeres, la milonga.
A los 26 años publicó Violín y otras cuestiones, el primero de una treintena de libros de poemas, nueve antologías de poesía y cinco volúmenes con sus punzantes artículos periodísticos.
“Seguro que escribo poesía de puro holgazán, porque la ventaja de los versos es la brevedad. El poema es corto, las líneas son más cortas. Sin embargo, una vez intenté hacer una novela, y llegué hasta la página 30… Creo que se iba a llamar El diario del poeta o algo así”, confesó.
El autor de Valer la pena (2001) y Oficio ardiente (2005) recibió en 2000 el premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe “Juan Rulfo”, el Iberoamericano de Poesía “Pablo Neruda” 2005, y el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 2005.
El dolor de las ideas
En 1963 estuvo preso por sus ideas. Luego abandonó el Partido Comunista y comenzó a vincularse con sectores del peronismo revolucionario.
En 1966 comenzó a trabajar como periodista y llegó a desempeñarse como jefe de Redacción de la revista Panorama; fue secretario de Redacción y director del suplemento cultural del diario La Opinión, secretario de Redacción de la revista Crisis -dirigida por otro famoso escritor, el uruguayo Eduardo Galeano-, y jefe de Redacción del diario Noticias.
En 1975 fue amenazado por la Alianza Anticomunista Argentina (AAA) y viajó a Roma. En el exterior lo sorprendió el golpe de Estado de 1976 y comenzó entonces un exilio forzado que lo llevó a Madrid, Managua, Nueva York y México.
Pocos meses después de la asonada cívico-militar fueron secuestrados sus hijos Nora Eva (19) y Marcelo Ariel (20) y la mujer de éste, María Claudia García Iruretagoyena (19) quien, embarazada de siete meses, fue trasladada ilegalmente a Uruguay, donde dio a luz a una niña antes de desaparecer definitivamente.
Nora Eva fue liberada pero no su hijo y su cuñada. El cuerpo de Marcelo fue descubierto enterrado en un tonel cubierto por cemento, en el que había sido arrojado a un río.
Entre tanto horror y tras una lucha inclaudicable, el poeta recuperó en 2000 a su nieta nacida en cautiverio en Uruguay, quien acompañó a su abuelo en el acto de entrega del Cervantes.
“Juan es el poeta de las calles, de los barrios, de las plazas. Del dar la mano. Juan tiene mano de orfebre, de sembrador, la mano que acaricia la vida pero que se vuelve puño en los tiempos humillados”, lo describió su amigo historiador y periodista, Osvaldo Bayer.