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En el nombre del padre

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Las vicisitudes judiciales defendiendo a su progenitor formaron su espíritu revolucionario. Por Luis R. Carranza Torres

Pocos saben el aporte realizado, por carácter transitivo, a nuestra historia nacional por el modo de ser y vivir de Don Domingo Francisco Belgrano Pérez, padre de Manuel Belgrano.
Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano nació en el seno de la segunda familia más rica de Buenos Aires y una de las más ricas del Virreinato del Río de la Plata y adyacencias. Ello era una directa consecuencia de las actividades comerciales emprendidas por su padre.
Nacido en Costa D’Oneglia, en la Liguria italina, por eso de “a dónde fueres haz como vieres” Doménico Francesco Belgrano Peri había castellanizado la propia nominación de su persona, al recalar primero en Cádiz y luego en el Río de la Plata, donde se dedicó a partir de 1750 al comercio, logrando en poco más de veinte años una sólida posición económica.
Lo suyo era un emprendimiento polirrubro, comerciando todo lo comerciable, fuera metal de plata, cueros de vaca, lana de vicuña, azúcar, yerba mate, ponchos, tabaco, vinos y hasta esclavos. Sus negocios no se detenían en las fronteras virreinales sino que incluían también mercados como Perú, Chile, Brasil y en especial Europa.
La organización monopólica del ramo, en manos de unos pocos comerciantes españoles en que estaba incluido, había ayudado marcadamente a tal prosperidad. Por eso, pretendió expandir y asegurar dicha fortuna enviando a sus hijos Francisco y Manuel a la metrópoli “para que se ynstruyan en el comercio, se matriculasen en él y regresen con mercaderías a estos Reynos”. Pero Manuel, una vez en España abjuró del mandato paterno para estudiar leyes.
La decepción inicial de su padre se desvaneció cuando en 1788 lo encarcelaron y embargaron todos sus muchos bienes a causa de los desmanejos sucedidos en la Real Aduana de Buenos Aires.
En el Archivo General de Indias, bajo la denominación de “Buenos Aires 510”, se encuentran los autos “Quiebra del Administrador y Thesorero de la Aduana de Buenos Aires 1788-1805”.
El arresto, embargo e imputación al padre de Belgrano, como se cuenta en ella, por parte nada menos que del Virrey “procede de la íntima amistad que tuvo con el Administrador Giménez y de haber hecho a su nombre y por su mano varios comercios y negociaciones mercantiles en Indias y España, graduándole por consecuencia noticioso y encubridor del manejo y malversación que dicho administrador hizo de los caudales de VM. abusando Belgrano de la misma amistad, y usando de moratorias dilatadas en la paga de los derechos Reales adeudados por él en aquella Aduana, sobre cuyos cargos se le formó causa embargándole todos sus bienes y acciones y se le arrestó en su casa con prohibición de toda comunicación”.
Literalmente, la familia Belgrano quedó en la calle. Ni casa para vivir tenían por haberse convertido ésta en prisión domiciliaria.  Doña Josefa González, esposa del detenido y madre de Manuel, se estrella en sus pedidos ante la tozudez del virrey, quien lo entiende más que culpable. Y es entonces Manuel quien deberá estrenar sus conocimientos legales, procurando la defensa de su padre ante la burocracia de la corte del rey.
Luego de varios años de intentos, obtienen que el Consejo de Indias en España  examine su caso y que se establezca que: “solo aparece probado esencialmente la amistad íntima de ambos, deduciéndose que el Virrey se manejó con excesiva fogosidad en esta causa dando por delitos efectivos los que solo son puros recelos”, y que además sus medidas de encarcelarlo y embargarle su fortuna “fueron en parte violentas y produjeron efectos ruinosos en el honor y crédito de Belgrano, pues siendo como es un comerciante de gruesos giros y un vasallo bien recibido en ellos se le constituyó desde luego en una muerte civil, cuyos perjuicios son muy difíciles de subsanar”.
Don Domingo salió de su prisión domiciliaria enfermo y murió a causa de ella poco tiempo después. Si Belgrano padre conocía o no los desmanejos en la Aduana de su amigo cercano y administrador de ella, y no dijo palabra, es una cuestión todavía discutida hoy en día.
Lo sucedido cambió para siempre la forma de pensar de Manuel Belgrano. Inclusive, respecto de su propio padre. Y no sólo por pasar de un estado acomodado como estudiante, al de pasar estrecheces mientras duró el embargo de los bienes familiares. Había visto y padecido en carne propia la arbitrariedad de los manejos coloniales de autoridades virreinales y comerciantes, que nada tenían que ver con el bien común de la gente. Y al volver como secretario perpetuo del Real Consulado a Buenos Aires se la empeñó en contra de esos comerciantes que “nada saben más que su comercio monopolista, a saber, comprar por cuatro para vender por ocho, con toda seguridad”. Una manifestación que incluía, sin lugar a dudas, las actividades paternas.
Empezaba a crecer en él, a fuego lento, el germen revolucionario de la emancipación.

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