Brexit, Trump, Putin, guerra, pandemia, hambre, enfermedades calamitosas, racismo, xenofobia, odio Y patrioterismo son algunas de las cientos de palabras-concepto que guarda nuestro idioma a las que notables gurúes políticos perciben compatibles con el pesimismo.
Señalan, además, que conforman el frontis de un edificio imaginario en el que la incertidumbre y la desconfianza son moneda corriente y que obligan a prepararnos para soportar peores noticias, en un escenario de riesgo creciente, de ruptura política, económica y social.
La mayoría de los decisores mundiales, lejos de tranquilizar el mundo, lanzan rayos y centellas en contra de sus enemigos y/o adversarios, anunciando que son poseedores de la verdad revelada.
Esa deriva hacia el ascenso de la intolerancia tan propia del populismo enerva los nacionalismos y el caudillismo. La búsqueda de enemigos -reales o imaginarios- hasta debajo de las alfombras es una constante. Tiene objetivos predeterminados.
Siempre el “dueño de la verdad” se muestra reacio al diálogo. Se proclama defensor de la identidad nacional. Exalta el mito de la supremacía blanca que se refleja en la conducta de los descendientes de europeos en Estados Unidos, Canadá y Australia en contra de las “minorías raciales” conformadas por todo aquel que no sea blanco y cristiano. O como sucede en numerosas regiones del globo donde tienen un valor diferencial ser “nacidos y criados” en esos territorios.
Dirk Helbing, profesor suizo de Ciencias Sociales Computacionales en el Departamento de Humanidades, Ciencias Sociales y Políticas de ETH Zurich, en 2016, planteó ante un auditorio azorado preguntas cuyas respuestas tememos: ¿Quién se atreverá a gobernar un mundo partido, roto en mil pedazos? Para, a continuación disparar: ¿cómo responder a los riesgos de inestabilidad perpetua que aparecen en el horizonte?
Imaginamos la profundidad del silencio que inundó el recinto. Es que ninguno de los asistentes tenía la posibilidad de contar con los elementos de juicio que se esgrimirían en el Foro de Davos por medio del Gottlieb Duttweiler Institute (GDI).
Este instituto organizó una reunión de campanillas que proponía debatir acerca de “El futuro del poder”, para lo que se convocó a un núcleo destacado de intelectuales. Figuras resonantes de Estados Unidos y de Europa acostumbradas a polemizar sobre el futuro de la humanidad pero que no pudieron evitar su enorme preocupación ante el rumbo que ha tomado el mundo en el siglo XXI.
Es bueno presentar en estos tiempos de ignorancia generalizada a los participantes de ese intenso debate: 1. Moisés Naím, autor del libro El fin del poder que aporta una nueva visión del mundo mostrando las grietas en las estructuras del poder tal y como lo hemos conocido hasta ahora, las alternativas a las estructuras clásicas de poder y la responsabilidad de los nuevos poderosos; 2. Branko Milanovic, economista experto en desarrollo y desigualdades que en 1999 alertó sobre la inevitabilidad de la invasión rusa a Ucrania; 3. Robert D. Kaplan, investigador del Centro para una Nueva seguridad de Washington y autor de ensayos controvertidos sobre la naturaleza del poder y la reemergencia cultural e histórica de las tensiones después de la Guerra Fría; 4. Nathan Gardels, cofundador del Berggruen Institute y editor jefe de la Revista Noema, en la que se analizan las tensiones económicas y políticas causadas por la crisis financiera mundial, la percepción generalizada de instituciones políticas y democracias occidentales fallidas, y cómo el ascenso de China afectaría el panorama internacional en el siglo XXI; y, 5. Elif Shafak, politóloga turca miembro del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores que representa una idea diferente de Europa: es una escritora turca (que no puede ir a su país), nacida en Francia, criada en España y residente en Londres. Es una autora prolífera. De su biblioteca recomendamos: Como seguir cuerdos en un mundo dividido.
Los asistentes a esa sesión memorable salieron apesadumbrados por el tenor de los discursos. Es que los disertantes no ofrecían soluciones rápidas frente a un mundo en el que el poder “está cambiando, mutando y decayendo y se ha convertido en algo fácil de adquirir y fácil de perder” (Naím).
Palabras como populismo, incertidumbre, irracionalidad, militarismo, polarización, desconfianza… se repitieron una y otra vez sin que se viera una luz al final del túnel en el que parece inmerso el mundo.
El poder está en crisis, recalcó Moises Naim, “ante la revolución de las tres emes: la del más (hay más de todo), la de la movilidad (desde cualquier sitio) y la de la mentalidad (la población es cada vez más inconformista y exigente)”. El problema es que esa enorme masa está siendo dirigida por nuevos caudillos que fomentan una nueva lucha de clases: el pueblo contra las élites.
Ese movimiento empieza a ser peligroso, a juicio de Robert Kaplan. “Se evitan las tragedias pensando de forma trágica”, afirma para justificar su temor ante la debacle mundial. “En el siglo XXI no es previsible una gran guerra nuclear que lo destruya todo”, añade Kaplan, “pero EEUU, Rusia y China están desarrollando armas no nucleares para una posible guerra; eso sin olvidar los ataques cibernéticos que pueden destruir los cimientos de los países en conflicto”. Esas guerras ya están vivas, como ha demostrado la virulencia política en Estados Unidos con la presencia de Donald Trump.
Nathan Gardels insistió en la pregunta de Helbing, aunque con algunas breves diferencias: ¿cómo se gobierna después del fin del poder? Aquí se profundiza el gran debate sobre el papel que deben jugar las élites cada día deslegitimadas por los ciudadanos que se proclaman seguidores de líderes populares que ponen en riesgo las instituciones republicanas. “El exceso de información pone en riesgo a las élites”, dijo Gardels, “separando la influencia del conocimiento”. Aunque no hay que olvidar que esa supuesta información que circula por Internet y las redes sociales es poco de fiar, porque suele ser manipulada por los nuevos caudillos populistas que llegan al poder apañados por ejércitos cibernéticos.
“No sólo cuestionan las élites”, dijo Elif Shafak, “sino el sistema y la propia democracia representativa. El pueblo parece preferir un líder que los guíe, y eso es muy peligroso”.
La pensadora turca fue especialmente crítica con la nueva cultura que surge de Internet: “Crea una especie de pancake del conocimiento; poco profundo y muy desparramado, lo que genera una cultura superficial y que proviene de las mismas fuentes, que suelen ser poco fiables”.
Naím fue un paso más allá: “Internet iba a ser una herramienta de liberación, pero los dictadores y el poder los usan para controlar, partiendo de mentiras”.
Branco Milanovic ofreció una opinión menos pesimista, basada en datos sobre los efectos positivos de la globalización sobre los países más poblados del planeta: China, India y el resto de Asia, en donde la desigualdad se ha reducido en forma notable en lo que va del siglo. Aunque reconoció que los grandes perdedores de la crisis de 2008 fueron las clases medias de Estados Unidos y Europa.
Helbing le apoyó en la visión optimista, “siempre y cuando Occidente sepa afrontar esta nueva era con tres transformaciones profundas: ecológica, digital y financiera”.
La velocidad a la que se están transformando las sociedades y, sobre todo, el rumbo elegido ofrecen pocas razones para el optimismo. Shafak destacó las razones para ser pesimistas: “Cuando los pueblos se dirigen desde el miedo y la antiintelectualidad, el peligro acecha, y cuando los populistas llegan al poder, se aprovechan de él y se fortalecen”.