Cordobés, de talento natural, autodidacta, prolífico; Leonardo Herrera expone una gran parte de su recorrido como símbolo de su vida personal y testigo de una imaginación frondosa que logra transcribir en acrílicos, óleos, grafitos y grabados. Sus series están signadas por la fuerza, el caos y un orden propio en el que los planos, las líneas, el color, los deseos y el dolor causan sus perforaciones
Por Laura Pantoja – [email protected]
“Entre la chispa y el yunque” es la muestra de obras, dibujos y grabados del artista plástico cordobés Leonardo Herrera, que se expone en el Museo Caraffa hasta el 1 de diciembre próximo.
Dueño de un talento natural que afloró en su infancia y fue pulido a merced del oficio y la dedicación a lo largo de su vida, este artista nacido en el interior de Córdoba deja traslucir su impronta en más de 40 obras.
Una combinación de fuerza, caos y orden, un legado que se remonta a figuras místicas, que mutan y se transforman a la medida del dolor propio y del mundo, es el espíritu que sedimenta su caudalosa obra.
Cada una de sus series, tanto la expuesta en el Caraffa como otras, simboliza momentos de su vida, deseos, necesidades y estados de ánimo. De esto y de sus formas de pararse en el mundo, Leonardo Herrera dialogó con Comercio y Justicia.
La chispa y el yunque se basa en un pensamiento de Paul Válery, que trata del talento que Dios da a las personas (la chispa). El talento es natural, pero hay que forjarlo con el yunque. “La forma de trabajo es unir ambas cosas, para lograr como resultado, el contenido, la obra, arte o música”, comenzó la entrevista Leonardo.
– ¿Todos nacen con chispa?
– Hay gente que tiene talento natural y otros que son talentosos pero que necesitan el trabajo y la escuela; también están los que no lo tienen, y deben salir a buscarlo. Es necesario el yunque para que los productos tengan valor, pero con el talento natural se asegura que las cosas salen de adentro, que corren con la vena.
– ¿Y qué te asegura eso?
– Asegura la facilidad de hacer las cosas o descubrirlas; es necesaria la decisión de tomar el talento y explotarlo o no, porque se pueden hacer otras cosas. Es decir, tomar la chispa y hacerla encender para lograr el fuego.
– ¿Cuál fue la idea de presentarte en esta muestra? Si fueras curador de tu propia muestra, ¿cuál sería el recorrido?
– Muestro mis últimos diez años con la idea de darme a conocer a las nuevas generaciones, que son más conceptuales. Aquí me falta la primera etapa, que es la más antigua, los caballos de los años 90 hasta 2015. Para marcar un recorrido debería hacer una muestra en la que pueda mostrar los cambios por décadas, pero el espacio necesitaría ser más grande.
– ¿Son obras que se asocian a distintos momentos de tu vida? ¿Cuáles?
– Todas las obras son momentos importantes de mi vida, son series. Por ejemplo, los de los caballos son dibujos que remiten a mi época de vida en Buenos Aires. Partió de un momento en una plaza, cuando me sentaba a pensar, y había una calesita que daba vueltas, y tuve como una visión de que bajaba un ángel, a partir de allí se generó la serie que tiene más de 40 obras de distintos tamaños, un trabajo que me llevó desde 1986 hasta 2005.
– También se destacan tus obras asociadas a la época de la dictadura…
– Sí. En los 80 comencé a dibujar los coletazos de la dictadura, enfocaba una serie de cuestiones como cuerpos mutilados, sillas rotas, nudos de carne, marcaba lo que ocurría en una época oscura, de una manera real y rota, fue una gran parte de mi dibujo, frente a dibujantes que no expresaban nada de esa época. Las técnicas eran variadas, dibujo, collage, grafiado, me gusta trabajar con todo tipo de material, acrílico, carbón, grafito, lápiz, entre otros.
– ¿Y tus primeras obras?
– Cuando era chico, mis primeras obras tenían que ver con la religión, porque iba a misa y recuerdo que tenía una imaginación enorme; vivía delirando, inventaba música, dibujaba en el aire. Cuando el cura comenzaba a hablar del apocalipsis, me imaginaba los caballos volando, entre carros y nubes, y entonces veía el infierno y me hacían tener miedo esas llamas. Muchas de las grandes obras parten de mi infancia, de las visiones en la iglesia, eso alimentaba mi imaginación aérea del espacio. Por ejemplo, con las cuatro del apocalipsis, recibí una de los premios de la ciudad de Córdoba.
– ¿En qué género del arte te ubicarías?
– Podría ser un expresionismo o posmodernismo, pero en realidad no soy de marcarme en los géneros, vengo como autodidacta, trabajé con Dalmacio Rojas en 1977 como alumno, luego me fui al servicio militar.
– ¿Te dedicaste siempre al arte?
De lleno, a partir de 1982, pero antes trabajé de muchas cosas -carpintería, plomería; trabajé en una confitería, en una inmobiliaria y hasta en un banco.
– ¿Cómo llegó el arte a tu vida?
– Dibujaba de chico; no vengo de familias de artistas, en el colegio me mandaban a hacer los dibujos porque siempre dibujé bien, solo. Cuando vengo a Córdoba a los 13 años del pueblo (Lucio V. Mansilla) comienzo a trabajar en la mesa solo, por gusto. Luego, a los 15 años, trabajamos con un amigo en una carpintería; él iba a la escuela de arte y me introdujo en las galerías. Comenzamos a compartir las galerías de arte, sin saber que yo dibujaba. Un día pasé por un negocio que vendía cosas de arte y me compré el bastidor, las pinturas y los pinceles y arranqué.
– ¿Cómo te llega la inspiración?
– Veo algo en la calle y me surge; una vez vi un accidente y de ahí nació la serie de bicicletas con personas. Lo pinté para el salón juvenil cuando tenía 23 años y gané el primer premio. Era una imagen muy fuerte de personas rotas, metidas adentro de bicicletas. Esa serie tiene 15 trabajos.
– ¿Hoy podés vivir del arte?
– Sí, el artista tiene que trabajar siempre. Yo tengo la suerte de haber ganado el premio Belgrano, que consiste en una jubilación vitalicia de por vida, lo gané cuando tenía 41 años, pero antes dejé de trabajar para dedicarme de lleno al arte. Trabajaba en el banco de 10 a 10 y no podía pintar. Un día tomé la decisión de dejar y dedicarme de lleno. Luego ganè la beca del Fondo de Artes y fue entonces cuando me fui a Buenos Aires , donde me profesionalicé con Miguel Dávila y conocí a muchos artistas.
– Desde ese momento en que se te abrió un canal con nuevos ejemplos ¿cambió tu estética, tu forma de pintar o dibujar?
– Nunca cambiaron la fuerza de mi obra, los planos en blanco y negro, las líneas, los juegos de sombras. Mi obra se caracteriza por la fuerza del dibujo, por figuras compuestas y descompuestas, son trabajos que reflejan los estados de ánimo, situaciones de vida. Tuve una infancia dura y todo pasaba por esta procesadora del dolor.
– ¿El arte como una forma de procesar el dolor?
– Sí, es una manera de procesar el dolor, las vivencias, incluso el paisaje pasa por el dolor, por la necesidades, por las necesidades de tener cosas. Deseo una casa y lo proceso haciendo casas, y también la naturaleza habla, por ejemplo, el dolor de un árbol que está desapareciendo. Los árboles están de luto, y los pinto de negro, ahí nace la serie de la naturaleza está de luto.
– ¿Ahora te dedicás a los paisajes?
– Desde 2015 vengo con la serie de paisajes, planos con colores y follajes en blanco y negro, la geometría y el plano, ahora estoy con colores fuertes, siempre caigo en la necesidad de las cosas fuertes, los colores amarillos y rojos, y el negro que contrasta. El dibujo es fuerte, con una serie de líneas, armo conflictos, caos desordenados que ordeno con el dibujo, Mi proceso creativo arranca de a poco, como un tren que comienza poco a poco con el chic chac, agarra viaje y luego descubro un mundo infernal
– Vos empezás con una obra y no sabés cómo va a terminar…
– Claro, va fluyendo, a medida que voy pintando va saliendo y, de acuerdo con el resultado, después dirijo la obra. Todo se transfiere en una serie que seguramente tiene continuidad, es que nace algo inagotable para decir, de pronto es una obra, y desahogo, y siempre hay algo más para decir, después puede que los integre al collage y exploto hasta donde puedo.
– En Argentina sos muy reconocido, pero ¿cómo ha sido tu llegada al exterior?
– Con la Galería Sasha estamos en Bogotá. También mis obras han ido a Lima, a Corea. Soy la mano derecha de Alejandro Dávila, trabajo también con Marta Rivero. En dos años debo de haber vendido más de 50 obras, entre los galeristas y por cuenta propia.
– ¿Qué es capaz de decir el arte que otros espacios silencian?
– Al arte, desde que aparecieron Pablo Picasso y Marcel Duchamp, entre otros, le pusieron otro título. Antes se veía el arte para disfrutar, era una forma de belleza; ellos se animaron a romper estructuras a través de otras formas de pensamiento, más idílicas, abstractas. Son parte de los cambios; si no hubiera sido por ellos, todavía pintaríamos figuras. Igual creo que para romper estructuras, primero hay que saber hacerlas, he visto este último tiempo muchos que tienen el título de profesor pero que no saben dibujar.
– ¿Cómo es eso?
– Muchos chicos llegan a que les demos clases de dibujo porque les cuesta mucho, y dibujan puntos, por ejemplo, y se consideran artistas. El artista tiene que trabajar todos los días. Es un trabajo como cualquier otro, tiene que sentarse, dedicar muchas horas diarias, tener disciplina. Muchos presentan cuadros para un concurso y listo. Creo que se debe trabajar todos los días porque es así cuando uno descubre, se perfecciona, aprende de la obra, se da espacio para pensar, para dudar.
– Lo de dibujar puntos me remite al arte conceptual…
– Creo que se trata de una cuestión de respeto al arte, hay quienes manchan y dicen que hacen arte conceptual. Me parece bien, pero hay que ver el fundamento. Parece que es más fácil ir por el atajo o por la moda. Manchamos y pegamos algo, tiramos y está lista. Creo que no va tanto por ahí, o sí, puede ser si nos consideramos libres. Pero los grandes pintores que han manchado, lo han hecho en un contexto. Hace un par de años nació esto del antiarte ¿será porque no es arte? No entiendo su razón de ser, pero creo que tenemos todos el derecho de existir.
– ¿En quién pensás para hacer una obra? ¿En lo que vos querés decir, o en lo que el público espera?
– El interés pasa por mí. Es importante que el artista descubra cosas en la obra. Si uno compra un cuadro es porque vio algo en ese cuadro, esa obra tiene que seguir dando mensajes todos los días, y si no lo hace, sólo queda en linda. Llega hasta ahí. Al día de hoy, hay obras mías que me siguen conmoviendo y me pregunto cómo las hice, hasta a veces siento una propia enajenación.
– ¿Cómo evalúas a los actores del arte en Córdoba?
– Hubo una época en que éramos más solidarios; ahora estamos medios separados, muy solos. Hay mucha intolerancia también, muchos que creer tener la verdad, con posturas políticas muy marcadas. Yo siempre milité a través del arte, fui mostrando cosas. Me preocupan las situaciones dolorosas, los casos individuales, los casos del hombre, los daños que se hacen a sí mismos y los daños de la sociedad entera. El hombre da mucho que hablar y mucha materia primar para hacer arte, en mis obras sufren metamorfosis, parten de líneas planas y terminan en figuras llenas de cosas.
– ¿Eso también refleja a tu propio hombre-artista?
– Me voy adaptando a los tiempos, no siempre tenemos que estar parados en un mismo lugar, tenemos que permitir al imponderable de las cosas, tomarlas para generar otras. Siempre estamos en movimiento y ese movimiento tiene que permitir tomar riesgos, para no quedarte en la zona de confort. A veces me preguntan por qué comencé a pintar paisajes cuando en realidad antes hacía otra cosa… de ese se trata, de cambiar, de hacer lo que se siente.
– De no aburguesarte.
– Claro, el paisaje refleja a mi pueblo, trámite una época, así y todo, nunca dejé de plasmar lo que me caracteriza, la fuerza, mezclar planos, geometrías, blancos, negros y colores fuertes.
Ficha técnica
En la sala 7 del Museo Caraffa se exhibe la muestra de Leonardo Herrera. Presenta una serie de obras, dibujos y grabados, donde los rostros son protagonistas. Curaduría a cargo Marta Rivero. Está habilitada hasta el 1 de diciembre.