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Clío y la Facultad de Derecho

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La historia nunca ha estado ausente de nuestra primigenia institución de formación. Por Luis R. Carranza Torres.

En la mitología griega, la musa de la historia era Clío. Su nombre provenía de la voz «alabar» o «cantar», por lo que la poesía heroica caída también dentro de su «jurisdicción». Era hija de Zeus y de Mnemósine, una titánide que era la personificación de la memoria. No se trataba de signos arbitrarios. Como mucho después dirá Thomas Carlyle: “Puede decirse que el grito de la historia nace con nosotros y que es uno de nuestros dones más importantes. En cierto sentido somos históricos todos los hombres”.

La diosa Clío ha tenido desde siempre su vertiente jurídica. Y no pocas manifestaciones y seguidores, entre nosotros. Es que los cordobeses somos historiográficos de por sí. Y los letrados no escapamos a ello. El derecho ha sido explicado, orientado, interpretado, entendido, abordado desde una perspectiva histórica. En múltiples formas y diversos tiempos.
Por otra parte, las cuestiones jurídicas en Córdoba siempre han tenido su lugar en la historia. En el ayer, como en el presente, somos propensos a concebir la historia en términos jurídicos. Tal fenómeno ocurre tanto en nuestra historia general como en la de nuestras instituciones jurídicas.

Una de ellas, semillero de doctores, juristas y profesionales del derecho por siglos, es en particular a la que buscamos referirnos. Nuestra Facultad de Derecho de la Universidad Nacional, desde antes de la cátedra de instituta y hasta su actual organización abarcando las Ciencias Sociales, a más del Derecho, ha tenido una historia tan digna de contarse como compleja para narrarla acabadamente. Existen tantas aristas a tener en consideración, tantos procesos, tantos personajes que destacaron, muchas veces simultáneamente a lo largo del tiempo.
No por nada se trata de una institución jurídica formativa que resulta preexistente a cualquier gobierno propio. Más antigua que el país mismo. Gran parte de los ropajes jurídicos de la revolución e independencia fueron pergeñados a partir de sus enseñanzas.
Poco conocida con relación a su peso en los hechos de nuestro pasado, la historia de la Facultad de Derecho ha sido estudiada por diversos autores a lo largo del tiempo.

Conocíamos ya la obra de Pedro Yanzi Ferreyra sobre sus cátedras y últimamente han caído en nuestras manos los dos tomos de Félix Torres sobre la Historia de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Córdoba. Una obra completa, de inmejorable factura y que muestra el devenir a lo largo de las centurias de esa Alma Mater de muchos de nosotros, incluido el autor de esta líneas.
Félix Torres, uno de los mejores investigadores históricos que tenemos hoy por hoy, con acabada maestría nos muestra no sólo las cuestiones estrictamente académicas sino que ubica la institución dentro del contexto de social y político de cada era.

No se trata por tanto de uno de esos libros tipo «isla» que cuentan la historia replegados sobre su objeto narrativo. Muy por el contrario, se trata de una obra que materializa a nuestra «facu», y a sus organizaciones antecesoras, dentro de un tiempo, una sociedad, una economía y una cultura local y nacional, a las que influye y por las que es influida.
Tiene, por ello, bastante de la diosa Clío. Pasión, memoria, reconocimiento. También, esa heroicidad de las construcciones silentes, pero imprescindibles no sólo para entender lo que somos sino también para saber por qué hemos llegado a ser de tal modo.
No es menor tampoco la factura científica de la obra, impecablemente fundada en acreditadas y completas fuentes de respaldo.

En igual sentido, es una lograda expresión de la buena memoria. Aquella que no tiene recortes arbitrarios, que se muestra completa, con lo bueno y con lo malo, humilde y abierta a explicar procesos y situaciones. La que resulta simplemente historia y no ideología disfrazada. Ésa que muestra los hechos sin desfigurarlos, utilizarlos o prostituirlos.
Al decir de Cicerón: “No saber lo que ha sucedido antes de nosotros es como ser incesantemente niños”. Tratar de desfigurarlo  es propio de perpetuos adolescentes. O, peor que eso, de impúberes mentales.
Por ello no es menor, en tiempos de tanta licencia con el pasado, contar con una obra que se inscribe dentro de los más serios cánones en la materia. Para no caer en aquello que decía Sartre, respecto de que “incluso el pasado puede modificarse; los historiadores no paran de demostrarlo”.

En suma, los dos volúmenes de Félix Torres resultan un muy buen aporte a esa tarea siempre en evolución de procurar entender cómo somos en el derecho, buceando en los orígenes de las instituciones que determinaron nuestra formación en el ramo. Revelan ellos una tarea dedicada, que por cierto no ha sido todavía concluida. Esperamos que las subsiguientes entregas tengan rasgos idénticos a los de las partes hasta ahora concluidas.

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