En un año electoral, existen especulaciones, dudas e incertidumbres. Estas circunstancias afectan las políticas de ventas, de cobranzas y de créditos de las empresas. La mejor forma de transitarlas es no cortar el crédito a nuestros mejores clientes, practicar reingeniería administrativa y
no generar mayores costos con despidos laborales.
La situación económica actual no es la más favorable en términos de expectativas. Es sabido que, en los años electorales, lo que sobran son las especulaciones, las dudas y las incertidumbres. Consciente de ello, el Gobierno busca mostrarse activo y en control de la situación y decidió tomar medidas respecto del consumo y la inversión para transitar su fin de ciclo de la manera más firme posible. A los discursos encendidos se suma la decisión de rebajar las tasas de interés que afectan al ahorro para estimular el consumo. Luego de una larga batalla contra el dólar blue, que en 2011 cotizaba a más de cuatro pesos y llegó a redondear 15 pesos en 2014, el Gobierno apuesta con el dólar “en cepo” y la baja de tasas a direccionar los recursos de los consumidores hacia el gasto y a estimular el crédito.
Los años 2013 y 2014 fueron de crecimiento de los problemas financieros observados en ciertos indicadores, tales como el incremento de los cheques rechazados, concentrados en diferentes industrias -la construcción, concesionarias, manufacturas, turismo y bienes durables, entre otras-. Recesión e inflación han sabido pasar la factura en materia de suspensiones y despidos. La contratación de personal parecería no ser, en el primer trimestre del año, una actividad destacada en las empresas. La baja respuesta en el comercio, un sector que consume mano de obra abundante, es el argumento por el cual las expectativas de contratación son bajas.
Estas circunstancias afectan las políticas de ventas, de cobranzas y de créditos de las empresas. Cuando se corta la cadena de pagos, las pymes experimentan complicaciones severas en su capital de trabajo. Las consecuencias sobre los cheques rechazados no son gratuitas. Cuando el incumplimiento en los pagos se produce, éstas van de menor a mayor.
Al principio se experimenta la baja calificación crediticia, lo cual genera restricciones sobre las fuentes de financiación, un aumento “interno” de las tasas de interés de los préstamos contratados, la afectación de los costos mediante los precios de compra por una menor capacidad de negociación, finalmente la paralización de actividades y -como consecuencia posterior- el concurso o la quiebra. En una nota del cronista.com de julio del año pasado se deja constancia acerca de los problemas de esta naturaleza por los cuales están pasando las empresas. Datos de la ciudad de Buenos Aires sobre el particular indican que la cantidad de casos del tipo preventivo mantuvo una línea creciente. El artículo menciona una serie de compañías que se encontrarían transitando el proceso concursal y de quiebra. Algunas de ellas son Guido Guidi SA, Pop & Nac SA, Escuela Argentina de Negocios SA, Aries Productora Cinematográfica Argentina SA y la lista continúa. Cabe aclarar que estas situaciones también afectan las economías domésticas. El ingreso se ve acorralado por las deudas y, por lo tanto, mayor es la porción de renta que se destina a ellas en detrimento del consumo o el ahorro.
Estas circunstancias no deben sorprendernos, dado que los problemas serios en la cadena de pagos son una consecuencia directa de la recesión sumada a la inflación, a la incertidumbre y a la falta de crédito.
En este escenario, la pregunta a responder es: ¿qué hacer al respecto?
Las soluciones sobre el conflicto que Argentina mantiene con los acreedores internacionales, la definición de los candidatos presidenciales, sus pronunciamientos sobre los proyectos –país, un acuerdo global sobre políticas de Estado, inversiones de fuente extranjera o nacional-, son algunas medidas que podrían ayudar “desde arriba”, pero -dado que existe una alta probabilidad de que algunas de estas cosas no ocurran- lo que queda es pensar en esa frase que dice “lo que no mata, fortalece”. Quizás sea un excelente momento para revisar proyectos, auditar estrategias, repensar la organización, capacitar al personal, preparar el escenario para momentos de transición más favorables, consolidar cada una de las fortalezas de su organización y reducir al máximo posible sus debilidades. La incertidumbre no es patrimonio nacional, debemos considerarla patrimonio de la humanidad.
Recordemos la crisis norteamericana de los años 1929 y 1930, la hiperinflación alemana de 1923, la serie de hiperinflaciones que castigaron a Europa en esos años o las más cercanas a estas épocas como el “lunes negro” norteamericano de 1987 en la Bolsa de Nueva York, la crisis petrolera de 1973, el efecto tequila de 1994 y de 1995, la crisis del sudeste asiático de 1997, la de Kuwait de de 1992, la crisis conocida como la burbuja de las punto com en el año 2001, la explosión del sistema financiero internacional en 2008, la española que llega hasta 2012. Y ¿qué decir de las nuestras, el “Rodrigazo” de 1975, la hiperinflación de 1989 o la crisis de 2001, conocida como la del cacerolazo y el corralito?
El mundo de los negocios, la globalización y el comercio nos colocan en un contexto dinámico, cambiante e impredecible. Las crisis son inherentes al ser humano y, por ende, a las organizaciones. Hasta donde yo sé, las empresas, cualquiera sea su fin existencial, se encuentran manejadas por personas, quienes a su vez se convierten en líderes y toman decisiones que afectan a las sociedades. No hay otro sistema en puerta que reemplace al existente por el momento. No se trata de “adaptarse hasta perecer” como lo describe el famoso cuento de la rana en el agua caliente.
Las crisis forman parte del crecimiento y es indispensable que sepamos cómo enfrentarlas.
Cuando una empresa, pudiendo no hacerlo, despide personal, se genera así misma varios costos; la indemnización por despidos es uno, el de oportunidad es otro y es muy relevante por cierto al igual que el costo social. Se traduce en mala atención al cliente, necesidad de recontratar en tiempo futuro, readaptación del nuevo personal, deterioro de la imagen corporativa, juicios laborales, etcétera., etcétera.
Toda decisión basada en temor fundado o infundado genera más costos que beneficios. Lo peor que podemos hacer en estos casos es echar más nafta al fuego, y eso se traduce en cortarles el crédito a nuestros mejores clientes, practicar reingeniería administrativa y reducciones estructurales en vez de incrementar las ventas analizando otros sectores económicos, plazas o sistemas de comercialización, aplicar malas políticas de comunicación internas y generar climas densos e inhumanos de trabajo.
Toda crisis tiene un inicio y un final. Especular con el final es de “suicidas”. Si todos restringimos los gastos y las inversiones esperando que la crisis sencillamente desaparezca, nada de eso ocurrirá. Le sugiero que busque nuevas alianzas comerciales, nuevas formas de gestionar clientes y de otorgar líneas de créditos, nuevas estrategias empresariales, estrategias que involucren a sus empleados, que son los que confían en su juicio. Es la mejor forma de transitarlas.
Abandonar el mercado, achicarse, especular y remarcar precios “por las dudas” para generar inflación por expectativas, es la forma más eficiente de perjudicarnos. Con independencia de lo que pueda o no hacer el Gobierno, significa otorgarles espacios a aquellos que, en las crisis, saben aprovechar las oportunidades que les dejan los que renuncian a prosperar aun en las peores condiciones.