Por Claudio Pizzi. (*)
Si pudiéramos grabar las conversaciones que en estos momentos se dan entre los titulares de las pymes y emprendimientos en la Argentina, apostaría algo de dinero, aunque no suelo hacerlo, a que las palabras que más se repiten son:” inflación, crédito, impuestos, cheques rechazados, caída del consumo, afip, tasa de interés, ajuste, salarios, rentabilidad, elecciones, precio del dólar…” la palabra “estrategia” podría tomar algo de vuelo sobre el análisis del escenario político, pero de seguro, no sería la más nombrada.
Existe una explicación al respecto. “Estrategia” deriva del latín y se relaciona con “guiar”. Con el arte de proyectar y dirigir. De alguna manera, se asocia más con el futuro que con el presente. Con los proyectos y no tanto con las coyunturas. El empresario argentino, acostumbrado a enfrentarse con las crisis, ha desarrollado la “cultura del aguante” y ha privilegiado el corto plazo por sobre el largo. La política y sus consecuencias sobre la economía, ha fomentado este “sesgo cognitivo” que podríamos decir, es un “sello nacional”.
Existen diferentes tipos de estrategias empresariales. Sin entrar demasiado en detalle, podemos nombrar algunas. Las corporativas apuntan a tres objetivos principales. El crecimiento, la estabilidad y la renovación. Dentro de las de crecimiento, encontramos la de concentración, la que incorpora nuevos productos – servicios en la misma línea, la de integración vertical que puede acoplar tanto a proveedores como clientes (hacia atrás o hacia adelante), la de integración horizontal, que se hace con competidores, o la de diversificación, donde se buscan otro tipo de actividades / negocios que puedan tener o no relación con el core actual. Las estrategias de renovación se utilizan para detener / corregir los deterioros y apuntan a la reingeniería, a la recuperación. Es posible que las pymes y emprendimientos se hayan especializado en estrategias de estabilidad que intentan sostener el negocio, protegerlo de su contexto político empresarial. También es posible que producto de tantos años de coyuntura, el empresario pyme sea víctima de lo que yo llamo “procrastinación organizacional”.
Este trastorno (procrastinar) representa la postergación en forma de hábito de actividades, decisiones que deben ser atendidas y que son sustituidas por otras de menor relevancia donde lo importante se encuentra supeditado a lo urgente. Se cae en la creencia de que el tiempo deja sin sentido el proyecto o que los temas se resolverán por sí solos.
Estoy de acuerdo en la cantidad de razones o justificaciones por las cuales nos hemos aferrado a la “cultura del aguante”. El problema que tenemos por delante requiere demoler las barreras que separan a las pymes de la sustentabilidad. Las pymes necesitan del pensamiento estratégico, sus líderes necesitan desarrollar “mentalidad estratégica” `para no caer en el “cortoplacismo” y la extrema especialización. El mundo competitivo nos exige una visión global y estratégica de los negocios.
El cortoplacismo, orienta las acciones y decisiones hacia lo táctico y operativo. “Cómo despachamos los pedidos”, “en que financiera descontamos los cheques”, “cómo les cobramos a los clientes”, “como obtenemos crédito de los proveedores”, “que hacemos con los vencimientos impositivos y los salarios”. Si bien todos estos temas son absolutamente relevantes, no deberían ocupar el 100% del tiempo del empresario pyme. Un plan estratégico, es un camino que lleva a un futuro deseado. Transforma el presente en futuro. Para implementarlo, se requiere de un análisis estratégico que estudie el entorno, las fortalezas y debilidades de la organización y la competencia.
Es imposible no entender la coyuntura y lo mucho que afecta al desarrollo empresarial, pero no podemos quedarnos detenidos en el tiempo esperando que “algo cambie”.
Recuerdo a un jefe de origen israelí que tuve en una empresa. Éramos un grupo de empleados que terminábamos de almorzar e intercambiábamos opiniones sobre la Argentina. Cuando nos escuchó quejarnos de los problemas burocráticos, las trabas y la incertidumbre que genera trabajar y vivir en Latinoamérica, sencillamente dijo: “en mi país tenemos conflictos bélicos casi todos los días y no por eso dejamos de hacer las cosas que tenemos que hacer”. Hoy, Israel (no es el único ejemplo) contribuye al mundo con avances tecnológicos en diferentes áreas. Se puede decir que “cultivan en el desierto”. Si se hubiesen detenido a ver el árbol por sobre el bosque, difícilmente hubieran podido apreciar otras formas creativas e innovadoras de avanzar hacia el futuro.
La cultura representa los valores, principios, tradiciones, las formas de hacer las cosas que influyen en cómo actúan los miembros de una organización. Los empleados la perciben según lo que experimentan. Se transmite por medio de símbolos, lenguaje, rituales, historias. No será posible cambiar la “cultura del aguante” por la “cultura del desarrollo sustentable” si en las pymes, los únicos temas que se tocan a diario o se enseñan, transmiten y se subrayan, tienen que ver con el sobrevivir.
Existen diferentes tipos de recursos que las pymes y emprendedores deben manejar. La gente, los materiales, el activo fijo productivo (maquinarias), el dinero, pero también hay otros como los métodos y procedimientos, las políticas, el tiempo y los recursos intelectuales. La estrategia, es un recurso intelectual muy valioso que, trabajado de manera adecuada, puede sacar a las pymes, organizaciones sin fines de lucro, emprendimientos, del estancamiento. Es cuestión de querer asumir el desafío, dejar de pensar en las limitaciones, y concentrarse en el futuro al que se quiere llegar de la mano de todos los actores y recursos socio económicos con los que se cuenta. Es verdad, la tarea no es fácil, pero no por ello, resulta imposible.
(*) Licenciado en Administración. Magister. Director de www.dorbaires.com