Por José María Rinaldi. Economista
El resultado de las PASO terminó en un manotazo duro, un hachazo invisible, un empujón brutal, en términos de la elegía de Miguel Hernández. El infortunio de su resultado sorprendió a propios y extraños y desató una crisis interna en el Frente de Todos, que llevó al cambio de varios ministros con el confeso objetivo de un mayor “volumen político” para mejorar el resultado en las elecciones generales, por vía de llegar a los votantes perdidos “poniéndoles dinero en los bolsillos”.
La principal puja interna se produce en el área económica. Por un lado, los defensores de la responsabilidad fiscal y la solvencia monetaria, que muestran orgullosos que el déficit primario es inferior al previsto y el “rojo” más bajo que el de los primeros tres años de Macri. Por el otro, el kirchnerismo duro, que comenzó a encarnarse en el subsecretario de Energía, Federico Basualdo, cuando se le pidió la renuncia por fines de abril, comenzando un conflicto subterráneo que se oponía a los aumentos de tarifas por vía de la eliminación de subsidios, todo lo cual derivó en profundas diferencias de Alberto Fernández y Cristina Kirchner en torno al plan de desarrollo energético.
El conflicto se fue profundizando, hasta la “purga” pospaso de la semana pasada, pero siempre con base en el magro resultado electoral en virtud de que económicamente no se había llegado a la gente.
Así, a partir del lunes 13 de septiembre, se comenzó a trabajar contrarreloj con el objetivo de reforzar partidas de fuerte contenido social, para poder presentar el proyecto definitivo el miércoles 15 de septiembre. Además de desafortunada, la fecha de las PASO, ya que se realizaron tres días antes de la presentación del proyecto de presupuesto 2022, demuestra el desprecio por los aspectos temporales del proceso de gestión presupuestaria en Argentina. Por ejemplo en Francia, el proceso parlamentario comienza con 15 meses de anticipación a su sanción; en EEUU, con 13 meses, y en Canadá, con 18 meses, mientras que en Argentina tres días antes del proceso se le hacían modificaciones.
Todo esto nos muestra que, para nuestro país, el presupuesto no se constituye como una fundamental herramienta de política económica, instrumento de programación y control de gestión sino que, como decía mi querido Maestro Salvador Treber, es un “posupuesto”.
“El proyecto de presupuesto recientemente presentado tiene su principal hoja de ruta en la recuperación de los mismos lineamientos del correspondiente proyecto 2021. Uno de sus fundamentos es el de “doble crisis, doble recuperación”
En esa perspectiva se propone una política fiscal expansiva por el lado de la demanda agregada, estimulando la obra pública, líneas de financiamiento para la emergencia nacional, inclusión social activa, educación, salud y empleo y salarios, potenciar la producción e incentivar las exportaciones. Todo ello en pos de construir un modelo de desarrollo sustentable.
Visto así, nada para reprochar, pero no es compatible con la prudencia fiscal y la solvencia monetaria que pregona el FMI, y su nuevo responsable para Occidente, Ilan Goldfajn, quien será el encargado de firmar la renegociación de la deuda con esa institución.
Sólo hace falta firmeza en las negociaciones con el FMI, el urgente incremento de la ayuda social y la mejora en el poder adquisitivo del salario real. En ese sentido parecen orientarse los anuncios de esta semana referidos a recomponer el salario y las jubilaciones mínimas y los ingresos de los empleados informales, que actualmente están por debajo de la línea de pobreza.
Ahora, ¿si la principal causa de la derrota electoral es económica, por qué no se cambió el ministro de economía y el de la producción? Tal vez la respuesta la encontremos en que “no se cambian los caballos a mitad del río” y Guzman ha demostrado ser un excelente negociador, además de tener prestigio internacional.
Tal vez sea, como dice el “himno ricotero”, en “Fuegos de Octubre”, “Te prefiero igual internacional”.