En los cuatro años de neoliberalismo del ex presidente de la Nación Argentina Mauricio Macri, se aplicó el viejo manual de encorsetar la economía argentina en la lógica de la moneda, la adhesión al régimen internacional por sobre el resto de las formas institucionales, un esquema de acumulación rentístico traccionado por la afluencia de capital externo atraído por las altas tasas generadas por los servicios financieros y la reprimarización de la economía.
La conclusión, un verdadero “cinturón de castidad” con varias llaves: un crecimiento exponencial de la deuda, el regreso al Fondo Monetario Internacional (FMI) con el mayor crédito de la historia, recesión, pérdida del poder adquisitivo del salario, fabulosos déficit en los balances básicos de la economía y una gran fragilidad del tejido social signado por altas tasa de desocupación, pobreza, indigencia e inequidad distributiva. Y entonces, vino la pandemia covid-19.
De esta manera, el actual Ministerio de Economía debió enfrentar la renegociación de la fabulosa deuda, el parate económico fruto del confinamiento por la pandemia, la ayuda social a los sectores más desprotegidos y a las empresas, todo ello en un clima de hostilidad económica, política y mediática que llevaba la impronta de las profecías pretendidamente autocumplidas de la hiperinflación, el default y la devaluación, entre otras. Afortunadamente ninguna de ellas se materializó y la “manada” no tuvo más que desistir.
Sin embargo, las “esquirlas” siguen lastimando. Si bien la reestructuración de la deuda de jurisdicción extranjera constituye un alivio para el plan financiero hasta que se prendan los motores de la demanda agregada y se recupere el balance externo, resta por despejar el escabroso camino de la deuda mediante los acuerdos con el FMI y el Club de Paris. Esto es, dos vencimientos con el FMI en septiembre y diciembre de US$ 3.736 millones, otro con el Club de París, de US$2.371 millones, en mayo, aunque el Gobierno no considera esos vencimientos como fatales sino que, en la negociación que se está llevando, son considerados simbólicos. Todo ello sin considerar los vencimientos de letras del Banco Central que, como se dice en la jerga financiera, habrá que rollear (renovar).
Pero hay varias preguntas del millón: ¿las reservas del Central serán suficientes para honrar las deudas en dólares?, ¿será exitosamente diferida y lograda la negociación de las deudas con los organismos públicos internacionales?, ¿obtendremos el aval de dichos organismos para volver a tener acceso a los mercados para enfrentar lo que viene?. Entre tantas preguntas, la única certeza es que los vencimientos de capital con el FMI y el Club de París, con el nivel de reservas líquidas disponibles y desde cualquier punto de vista, son impagables.
Por ello, es fatalmente necesario arribar a un acuerdo que prorrogue los vencimientos al 2026 de la “bomba” que le dejó armada Macri. No es casual, ni deja de ser llamativo, que los mercados de bonos soberanos se hayan desplomado a niveles por debajo de lo que cotizaban previo a la reestructuración.
Supongamos que el ministro Guzmán logra, con su estilo de firme negociador demostrado en la anterior reestructuración, una renegociación exitosa con los organismos públicos internacionales y despejamos el camino de la deuda; luego vendrá el verdadero desafío de abocarse inmediatamente a recuperar las variables de la economía real, que parece despertar de la larga noche de la pandemia, esto es encender los motores de la demanda agregada: consumo, inversión y exportaciones.
El despertar del consumo, tanto de las familias como del Gobierno, se obtendrá si se recupera la certidumbre y ella se recupera si acelera el plan de vacunación. Pero con ello no basta, será fundamental la recuperación del poder adquisitivo de los asalariados, si las paritarias le ganan a la inflación y si se liberan recursos fiscales para gasto social y vacunación rápida, qué sólo se obtendrá si se logra la exitosa reestructuración mencionada supra.
Además, la inflación es el gran “talón de Aquiles” de la economía argentina. Para lograr controlarla, y que se encuentre en niveles del 30% anual, deberá hacerse un acertado diagnóstico de sus causas con base en las distorsiones y estrangulamientos estructurales de la corriente real, como así también reforzar institucionalmente los mecanismos regulatorios, de modo tal que actúen como simuladores de competencia de los monopolios y oligopolios, un amplio acuerdo social y, sobretodo, renunciar a los diagnósticos monetarios-fiscalistas que han demostrado su fracaso empírico a pesar de los esfuerzos de los adalides de la responsabilidad fiscal.
De esta manera, junto al aspecto sanitario de inmunizar a la población, se logrará encender la inversión ya que, también desde el empirismo, se ha demostrado que los empresarios invierten cuando crece el consumo, desmitificando las hadas de la inversión que hace hincapié en la seguridad jurídica.
Por último, mantener estimulado el nivel de las exportaciones con un tipo de cambio multilateral competitivo, sin que dañe el control de precios, tendrá el doble objetivo del crecimiento económico y la provisión de divisas que permita cumplir con el programa financiero descripto más arriba.
Así, la política económica retomará el cause plasmado en el discurso que Alberto Fernández brindó como presidente frente a la Asamblea Legislativa, luego de jurar como jefe de Estado y ratificado en el proyecto de presupuesto 2021 y el discurso de la apertura de las sesiones ordinarias del Congreso de la Nación, en los que se pone énfasis en los ejes recién mencionados al hacer referencia a: la convocatoria a poner el país de pié a partir de un amplio acuerdo social, el rol de un Estado presente y constructor de justicia social que atenúe la extrema fragilidad del tejido social, priorizando a los que han quedado atrapados en el pozo de la pobreza y la marginación, comenzando por los últimos para llegar a todos.
Semejante tarea no sólo necesitará de la gran firmeza descripta sino también del afán risueño de enmendar lo roto, como “el reparador de sueños” de Silvio Rodríguez.