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¿Y si le damos gracias al cepo cambiario?

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Es moda en Argentina hablar del «cepo», pero me pregunto si realmente entendemos entre todos su verdadero significado, y también me pregunto si algunos profesionales, comerciantes y empresarios no nos sentimos demasiado cómodos en este río revuelto donde conviven el Arsat II con trenes de la década del sesenta, setenta y ochenta.

Claudio PizziPor Claudio Pizzi – Exclusivo para Factor
Licenciado en Administración
de Empresas. Especializado en Marketing. UBA. Director de www.dorbaires.com

Si nos remontamos a su historia podríamos definir al cepo como un artefacto ideado para sujetar, retener o inmovilizar algo, o a alguien, como consecuencia de alguna determinada conducta del inmovilizado. Dicho estado de sujeción puede ser planificado y orientado a diferentes finalidades.

Si nos detenemos a pensar en esta simple definición, encontramos una gran contradicción entre ella y el objetivo de los gobiernos. Para estos últimos, los cepos económico financieros, se utilizan «supuestamente» para proteger a la sociedad de males mayores como podría ser por ejemplo, «una corrida bancaria». El «cepo cambiario argentino» surgió en noviembre del año 2011 cuando se producía un incremento de la llamada «fuga de capitales», y consistió en una serie de medidas que restringía la compra de moneda extranjera (dólares). Una de ellas fue el sistema de información y autorización de AFIP para la compra de divisas con el cual gran parte de la población quedó imposibilitada de hacerlo por presentar supuestas «inconsistencias». Otras medidas fueron las retenciones impositivas y las resoluciones del BCRA.

Como toda acción, genera una reacción, era de esperar que se forme un mercado paralelo y a raíz de ello una brecha cambiaria. El problema del cepo tiene que ver con el «para qué» y «por cuánto tiempo». No se puede tener inmovilizado, retenido el deseo de progreso y generación de actividad económica de una región o un pueblo de manera permanente.

Los desórdenes en materia de gasto público y los parches a la economía fueron determinantes para que el cepo, lejos de ser levantado, se profundizara. Las restricciones para girar divisas al exterior por utilidades, el freno a las importaciones y los temores de la sociedad, generaron presión sobre el tipo de cambio y sobre los precios y por consiguiente lo que hoy conocemos como «atraso cambiario». La escasez impactó en el tipo de cambio y en las reservas del central. El caso de las importaciones es un tema que merece una revisión profunda. Utilizando la escala de Pareto podemos decir que 20% de las importaciones responden a insumos productivos y bienes de uso y el resto se lo lleva la cuestión energética. No es reduciendo los insumos a la producción la forma para generar superávit de balanza comercial. Es un parche de corto plazo que afecta la generación de divisas por exportaciones e impuestos locales.

No hay un solo «cepo» en la argentina, los hay diferentes para distintos tipos de actividades y son tanto internos como externos. El problema para reconocerlos es la dimensión del económico – financiero por sobre los otros. Creer que somos un país «independiente» sin vinculaciones con el resto del mundo, también es caer en un error de apreciación. A  Argentina también se le aplican «cepos externos». Por ejemplo, por no cumplir con las responsabilidades en materia de comercio exterior (pérdida de mercados de exportación), o por cuestiones internas de los países socios, como las devaluaciones. El Mercosur para Argentina comienza a ser un cepo. No hay más que observar la devaluación de Brasil en términos reales del orden de entre 70% a 80% respecto de Argentina. En este mercado se puede devaluar, no así en otros como por ejemplo en la Unión Europea. Es decir que el cepo a las exportaciones, no tan sólo proviene de lo que se ha hecho en materia de restricciones internas a las materias primas, o a las decisiones directas como los cupos a las carnes y cereales, sino también a lo que le «ocurre a los países que también tienen sus problemas».

El déficit fiscal del año corriente podría situarse en 8% del PIB, la emisión monetaria se situaría en 40% anual, la pobreza estructural de 28% a 30%, la inflación en niveles de 25% a 30%, a esto se le suma la restricción del crédito internacional y la evaporación de reservas.

Es claro que el país necesita «dólares». Los recortes del Gobierno a la actividad de compra de divisas no frenó de manera significativa el drenaje del central. Si Argentina pretende «inversiones del exterior», deberá generar reglas de juego claras. La remisión de utilidades debe ser garantizada. No es posible retener los rendimientos de las empresas con un cepo cada vez que las autoridades de los gobiernos toman medidas económicas erráticas.

Aún no entramos en la discusión acerca de los cepos más complicados que Argentina debe desactivar que son el cepo a la educación de calidad, a la justicia imparcial y a la calidad institucional. El país vivió encerrado, encepado en compartimentos estancos, dividido para beneficio de unos pocos.

Para algunos de nosotros, ubicados en el rol de comerciantes, empresarios y profesionales, el cepo fue una «bendición», porque nos ha permitido seguir desarrollando nuestro espíritu de supervivencia y concebir la excusa perfecta para no crecer ni desarrollarnos, para echar mano al recorte de gastos, para no invertir o especular, para seguir viviendo de las dádivas del estado y la elusión fiscal, para no «profesionalizar nuestras organizaciones. Hemos venerado en corto plazo y echado por la borda cualquier ejercicio de planificación de recursos. Yo sé que el Estado nos ha empujado a eso a lo largo de la historia democrática de Argentina, pero algunos lo han aprovechado para «justificar» el lugar que ocupan en los mercados, la forma en que hacen las cosas, para vivir a las sombras de gobiernos sin ideas.

Abrir los cepos no económico – financieros significa estar dispuesto a exigirle a la gente una conducta social acorde con los tiempos que nos toca transitar. Es exigirles a los ciudadanos concretamente que «sean responsables en sus trabajos, que cumplan con su deber y hagan lo mejor que puedan, sea cual sea el puesto que ocupen». Esto sin lugar a dudas es lo más difícil de lograr, el desafío más grande para cualquier gobierno en Argentina no tiene que ver con la economía o las finanzas porque en este campo, las ciencias contienen un enorme caudal de herramientas y experiencias acumuladas y sobran los técnicos valiosos. Lo difícil es dejar esa costumbre de «atar todo con alambre» en cada acto administrativo, en cada decisión de gestión. Es dejar atrás el cepo mental que nos sujeta a un presente sin aspiraciones, aquel que nos dice que debemos conformarnos con poco, con despachar las obligaciones del día a día, con un plan asistencial o un subsidio. Es dejar atrás la fábrica de excusas que siempre nos ha caracterizado como sociedad. Es ponernos los pantalones largos de una vez por todas y asumir que Argentina se encuentra entre los 10 países más ricos y de mayor potencialidad en el mundo, pero que a estas cualidades naturales, hay que agregarle el sudor de los inmigrantes que alguna vez llegaron a nuestras costas, su tesón, su pasión por la familia, su tenacidad y espíritu de superación y la inteligencia práctica que las generaciones posteriores han desarrollado, esa que nos distingue en el mundo pero que todavía no ha sido posible plasmar aquí. Es todo eso, combinado con un set de principios y valores imprescindibles para lograr un mínimo de justicia, equidad, orden y progreso.

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