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El modelo económico formal supone que todos los productores venden sus productos en el mercado pero… ¿qué sucede con la intermediación? Pensemos por ejemplo en el caso de la producción agropecuaria, en la que los productos pasan por distintos actores (comerciante mayorista, supermercados, etcétera) desde que son cosechados hasta que llegan a ser consumidos. Estos intermediarios participan en la cadena de valor, se queda cada uno de ellos con una porción de ella. Ante esta situación, ¿qué ocurre si los productores agropecuarios conforman grupos comercializadores que articulan y logran intervenir en etapas posteriores de la cadena de valor? ¿Qué impacto puede tener esto en el precio?
La pregunta no es ociosa. Porque los mercados capitalistas no son neutrales, son instrumentos económicos asimétricos porque en ellos confluyen empresas con muy diferente capacidad económica y financiera y su funcionamiento está determinado, en general, por un conjunto de políticas fijadas de antemano, generalmente a favor de los grandes “jugadores”, lo cual perjudica por igual a los extremos de la cadena: productores y consumidores.
En ese marco, la asociatividad de los primeros les otorga mayor poder de negociación, escala para sostener la oferta o para evitar vender en momentos de baja de precio, para captar fondos de financiamiento y acortar la cadena, de modo de llegar a los consumidores eliminando intermediaciones innecesarias. Todo lo cual colabora para que los precios pagados en el consumo sean más reales y justos que los muchas veces ficticios, impuestos por la concentración. Mercados más transparentes, precio justo, justicia distributiva, eliminación de distorsiones improductivas hacen a la eficiencia sistémica de esa asociatividad, que conlleva beneficios integrales de amplio impacto al todo social.
