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Jean-Louis Trintignant, in memoriam

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Por Silverio E. Escudero
Exclusivo para
Comercio y Justicia

“En tiempos de engaño universal, decir la verdad se convierte en un acto revolucionario”
George Orwell

Los eternos amantes del silencio que rodea nuestras butacas en las penumbras del cine estamos de duelo. Una radio -todas las radios del mundo- anunció la muerte de Jean-Louis Trintignant (JLT), una de las mayores leyendas del cine y el teatro francés.

Nuestro dolor es inmenso. La memoria, con sus juegos de luces y sombras, trae recuerdo de situaciones, de momentos que fueron únicos e irrepetibles.

Uno de ellos permitió que descubriera a Trintignant. Hace tantos años que el ábaco se resiste a contarlos.

Todo sucedió en el mítico Cine Teatro Real durante un Festival del Cine Francés.

Se reponía Un hombre y una mujer de Claude Lelouch, ganadora de la Palma de Oro en Cannes. El film coprotagonizado por Anouk Aimeé le significó a Trintignant su entrada triunfal a la historia grande del cine.

De allí en adelante Trintignant fue materia de discusión en el universo de una mesa de café en la que un grupo de fanáticos reuníamos las monedas y nuestros siempre escasos saberes para mantenernos al tanto de las novedades del cine europeo.

Los debates se multiplicaban. Eran profundamente pasionales.

Era frecuente que, al calor de la discusión, alguien se trepara a sus asientos para obtener una mejor visión del conjunto.

Esa memoria está presente en las plateas de la mayoría de los cines de Córdoba o guarecida en la memoria de los antiquísimos adobes del bar El Perú, mítico reducto de la más excelsa bohemia cordobesa.

Allí nos enteramos, gracias a la sabiduría cinematográfica de Anne Sophie (la más bella argelino-francesa que haya pisado jamás nuestras calles), de que detrás de Jean-Louis había una larga historia teatral y cinematográfica por bucear.

Nuestras bibliotecas públicas, en los comienzos de los años 70, no tenían demasiado interés por el cine y su historia. O la férrea censura de la dictadura de turno impedía, en nombre de cierto dios omnipresente y represor, que los aparatos descendientes de la Linterna de Lumiere alumbraran las tinieblas que abrumaban a los argentinos. 

Los más afortunados gozaban de algunos privilegios. Sólo quedaba espacio para recurrir a la sapiencia de Daniel Salzano o a la de Simón Feldman. Ser clientes frecuentes de El Emporio de las Revistas, del recordado Moisés Sternberg, y/o de Paideia, en la primera cuadra de la calle Deán Funes, era otra alternativa.

El resto, los más, esperábamos cada semana las programaciones temáticas de los cines Sombras, Opera, Mayo, General Paz, Real, Novedades, Gran Palace y el Cine Club Universitario, o las sorpresas que deparaban los programadores de la veintena de salas barriales que sostenían la musculatura cinematográfica de nuestra ciudad.

Radio Universidad -la enorme radio de los cordobeses- era un periscopio a través del cual vislumbrábamos un horizonte que se nos hacía demasiado lejano.

Fue el tiempo de Z -”estoy vivo”, en griego antiguo- protagonizada por Yves Montand, Irene Papas y Jean-Louis Trintignant. Una película superior que debería integrar la curricula oficial de las escuelas y las universidades por ser, fundamentalmente, una de las vacunas más eficaces contra el autoritarismo y el terrorismo de Estado.

Mucho más en estos tiempos de guerra latente, en los que la democracia aparece amenazada por auténticas aves de rapiña que promueven el retorno a la oscuridad, para cercenar la libre discusión de las ideas y entregar la cultura y la educación a censores que garantizan los resultados de las persecuciones ideológicas. 

Z es la historia de un asesinato político. El de Grigoris Lambrakis, diputado griego perteneciente a la Unión de la Izquierda Democrática (EDA), quien fue agredido con brutalidad por grupos paramilitares y parapoliciales que gozaban de la protección gubernamental.

Lambrakis era un médico humanista y miembro fundador y vicepresidente de la Comisión Griega para el entendimiento internacional y la paz. Encabezaba, por esos días, la resistencia pacífica a la instalación de bases militares de la OTAN en el territorio de la antigua Hélade.

Costa Gavras, en el exilio tras la llegada de la Dictadura de los Coroneles, decidió reconstruir las circunstancias que rodearon el asesinato de Lambrakis y el contexto político de la época.

Para ello convocó a Jorge Semprun, una de las figuras más destacadas dentro de la resistencia antifranquista y de la cultura española y europea del siglo XX, y al talentoso Mikis Theodorakis, con quien había compartido cárceles, confinamientos y torturas.

Todos traían en la mochila un pasado de militantes antifascistas y antiimperialistas, vínculo que se había fortalecido cuando fueron expulsados del Partido Comunista por cuestionar la política intervencionista de Moscú y la utilización de las tropas del Pacto de Varsovia para cometer todo tipo de tropelías y crímenes de lesa humanidad.

Por ello, Z fue difícil de digerir a un lado y otro del Muro de Berlín. 

Es, para muchos, el más fiel reflejo de una época trágica de la humanidad. Por ello su universalidad.

El eco en una América Latina plagada de dictaduras y regada de sangre de los resistentes, defensores de la democracia y la libertad, fue estruendoso. Todas las funciones terminaban en interminables aplausos y gritos estentóreos de «¡Viva la libertad!».

La selección de los actores principales no fue casual. Había entre ellos una cuerda afinada en el mismo tono. Fue un film casi coral. 

Trintignant representó en el film a Christos Sartzetakis, un valiente juez de instrucción, honesto, incorruptible, escrupuloso, duro, implacable y demócrata.

Un juez que, a sus 34 años, dirigió la investigación y, a pesar de sufrir fuertes presiones y amenazas a su familia, procesó a altos cargos de la gendarmería y desnudó las artimañas abogadiles y las técnicas “de peinado” de testigos.

El reportaje, según el relato, de Costa Gravas y Semprun a un apaleado, al que le corroía la envidia de que otro lumpen como él ocupara la primera plana de un diario, fue clave en la resolución del asesinato. Desmoronó todas las estratagemas gubernamentales.

Sartzetakis fue, a partir de entonces, el juez de Z. Ello le costó el encarcelamiento y la tortura cuando los coroneles se hicieron del poder. Después de la restauración democrática reanudó su carrera de juez. En 1982 fue nombrado miembro del Tribunal Supremo y el 9 de marzo de 1985, elegido presidente de Grecia.

Sea éste nuestro homenaje a Jean-Louis Trintignant, la leyenda.

El actor que trabajó con directores de la talla de Costa Gavras, Bernardo Bertolucci, Dino Risi, Krzysztof Kieslowski y Roger Vadin.

Al resto de los mortales nos queda un puñado de películas que anotamos al correr de las teclas para recordar su porte de galán tímido y depredador. Brigitte Bardot es testigo de cargo. Bon voyage!

Comentarios 1

  1. Edmundo Heredia says:

    Valiosos recuerdos, guardados rigurosamente en una mente privilegiada. Felicitacipones

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