Cristina volvió a confirmar que no va a ser candidata en las próximas elecciones. Lo hizo a través de una carta en redes sociales en la que buscó cerrar el “operativo clamor” que algunos quieren instalar para forzar su centralidad en una eventual fórmula presidencial.
Su argumento es que no quiere perjudicar al peronismo con una candidatura que pueda ser eventualmente desactivada por el Poder Judicial, uniendo los fallos con los que la Corte Suprema suspendió las elecciones a gobernador en San Juan y Tucumán con su situación personal ante la justicia, donde fue declarada culpable por defraudación al Estado.
Sin embargo, sus razones son mucho más sencillas de entender. Sin caer en la simpleza que esgrimió el kirchnerismo ante la retirada de Macri de la escena, esa de decir que “no le dan los números” o “no le alcanzan los votos”, la realidad es que la decisión de Macri de bajarse de la elección la dejó sin una figura respecto a la que polarizar. El expresidente la jubiló de hecho.
Aunque muchos de los dirigentes que pronostican la muerte del kirchnerismo y el ocaso de Cristina Kirchner están muy lejos del caudal de votos que alguna vez tuvo (o que podría obtener incluso cayendo frente a las glorias del pasado), la realidad indica que los tiempos cambiaron. Cristina no es el ícono que fue, sino que se ha convertido en una marca que solamente vende entre los nostálgicos.
No pretendo sonar duro con esta afirmación, pero para un 20% del electorado (los que están entre 16 y 25 años) Cristina podría ser su abuela. Eso implica una brecha en cuanto a experiencias personales, historias de vida y concepciones del mundo que en un punto es insoslayable. La personalización de la campaña en torno a su figura resultaría estéril.
Lo que le queda al peronismo por delante es tratar de reinventarse y encontrar una figura con un perfil más cercano al electorado, alguien que refresque la marca ante los votantes, una persona que resignifique los valores que supuestamente representa.
Esto toma especial relevancia al tratar de descifrar los cambios que se registran en la opinión pública. Diversos sondeos y analistas parecen coincidir en lo mismo: Milei crece, pero sus propuestas no coinciden con lo que quieren sus votantes.
El economista ocupó el lugar vacío que dejó el peronismo a secas, el del conservadurismo popular. La ideologización del kirchnerismo y el viraje hacia discursos sectarios y de nicho dejó de representar a las grandes masas que siempre representó el justicialismo, esas que abrazan la idea de ir “de la casa al trabajo y del trabajo a la casa”.
El kirchnerismo llevó a que el peronismo deje de significar progreso, ascenso social, desarrollo y trabajo, para pasar a significar inflación, minorías sexuales, piquetes o que el Estado no llegue a la gente. No es que las banderas del kirchnerismo sean intrínsicamente malas, sino que lo son ante los ojos de ese electorado sub 25 que no conoció la prosperidad del cristinato, una experiencia de hace más de una década. El kirchnerismo carga hoy con el mismo estigma que lleva el radicalismo desde hace demasiados años: ampliación de derechos opacada por pésimos resultados económicos.
Así como el discurso del kirchnerismo primigenio caló con fuerza hace 20 años, hoy resulta algo demasiado lejano para los jóvenes. El pasado contra el que se rebelaban los sub-25 del 2003 eran el menemismo inmediato y una dictadura de poco más de 20 años. Sin embargo, y pese a la retórica anticapitalista de algunos, el éxito del kirchnerismo se debió -además del contexto internacional- a que el capitalismo fue pujante durante los primeros ocho años de gobierno, con altos niveles de consumo y actividad económica.
De manera análoga, buena parte de los jóvenes que hoy votarían opciones más de derecha no votarían a favor de la extinción del Estado, sino por algo que funcione como lo hacía antes. Definitivamente los libertarios son el extremo de ese espectro, pero no son muy diferentes a los que allá por 2003 creían en el Soviet argentino que parecía proponer Luis Zamora. Todo se terminó al llegar la prosperidad.
La decisión de Cristina no le alcanza al peronismo para salir del entuerto, ya que pese a que tiene opciones provinciales fuertes, carece de algo que lo aglutine a nivel nacional. Difícilmente pueda ser ella si lo intenta pasado 2023, porque el cambio generacional es inevitable. Alfonsín no lo quiso aceptar y pasó sus últimos años tratando de conducir a un radicalismo al que había conducido a la intrascendencia de la pésima elección de Leopoldo Moreau en 2003.
La derecha libertaria no es tan grande como para temerle; a lo que sí se debería temer es al enojo de la gente que la está haciendo crecer. Cristina fuera de la escena es condición necesaria, mas no suficiente, para que el peronismo se reordene. Si no lo consigue, probablemente sea el espacio político que más deba temer por cómo se redefina el panorama electoral en el futuro, donde el enojo de la gente redibujará el nuevo mapa de apoyos populares.