Una “revolución silenciosa” está transformando a consumidores en productores. Y cuando lo hacen, casi naturalmente surge la forma de ejecución cooperativa. El software libre es un ejemplo, pero no el único.
La española María Climent, periodista especializada en nuevas tecnologías, echó una mirada en una nota publicada por el diario El Mundo sobre un fenómeno con fuerte desarrollo en Argentina: las cooperativas digitales, analizando estas organizaciones según su desarrollo en otro fenómeno novedoso pero de fuerte desarrollo en España y Europa toda, aunque poco visto en nuestro país: la economía colaborativa.
La primera cooperativa digital nace en Argentina hace ocho años, cuando en 2007 seis socios dieron nacimiento en Buenos Aires a la cooperativa Gcoop. Hoy, esa empresa social es una de las 24 integrantes de la Federación Argentina de Cooperativas de Trabajo de Tecnología, Innovación y Conocimiento. ¿Qué son estas cooperativas? Son empresas que se dedican a brindar soluciones informáticas a otras organizaciones, empresas o personas. El trabajo que realizan consiste en el desarrollo de software, es decir, la creación de sistemas que posibilitan la realización de una tarea específica. Estas empresas se dedican al diseño de programas y a garantizar su correcta implementación.
Por otro lado, ofrecen servicio de consultoría y/o soporte técnico y auditorías sobre los sistemas que una organización ya posee. Otro de los servicios ofrecidos son las capacitaciones a las empresas en el uso de los sistemas.
¿Qué es la “joven” economía colaborativa, basada en redes horizontales y en la participación ciudadana? Se trata de un fenómeno muy vivo hoy en Europa. Como lo definió Antonin Léonard, fundador de OuiShare, es una “revolución invisible” en la cual el consumidor es productor.
Referentes globales como Airbnb o Uber están quedando obsoletos. “Tienen estructuras demasiado tradicionales”, afirmó el fundador de la francesa.
OuiShare es uno de los primeros grupos en definir las bases de la economía participativa. La tendencia actual, señala María Climent, es ir hacia empresas más descentralizadas en las cuales el consumidor se convierta en productor y aporte el mismo valor que reciba.
“Se está produciendo una revolución invisible que es más difícil de ver porque está más distribuida”, destacó Léonard en una visita a la ciudad de Valencia, donde participó de la conferencia De las ciudades inteligentes a las comunidades colaborativas.
Es un cambio que trae consigo una nueva cultura de producir valor basada en el “bien común” y en el uso de la tecnología, que permite “escalar a nivel mundial” las iniciativas. Con las nuevas tecnologías, como el hardware de código abierto, los ciudadanos, por primera vez, empiezan a poseer y a controlar las herramientas de producción. “La gente va a dejar de ser empleada de día y consumidora el resto del tiempo”, destacó el francés. Casi como un gurú de la nueva economía en colaboración, Léonard lanza que “mañana vamos a poder construir nuestro propio coche o casa”. Incluso se popularizarán nuevas versiones de “trueque”, dice, basadas en el intercambio de bienes entre vecinos.
La nueva economía colaborativa trata precisamente de diseñar nuevas formas de creación económica que pertenezcan a los productores.
Así es como la periodista española cuenta que en su país y continente están surgiendo nuevas cooperativas adaptadas a la economía digital. “Los modelos tradicionales no funcionan porque tienen estructuras demasiado rígidas”, apuntó el experto francés. Y el problema de la economía digital es que “las desigualdades son cada vez mayores”. Además, advierte Léonard, hay que tener en cuenta que nos acercamos a la automatización que, en 10 años, “no sólo impactará los empleos con poco valor añadido, también los más altos”. “La cuestión ahora es ¿cómo podemos fomentar empresas que combinen la agilidad necesaria con la descentralización?”, preguntó. Y allí es donde encajan estas cooperativas digitales.
Un ejemplo que está cobrando fuerza en Francia, cuenta Climent, es el de los supermercados cooperativos, en los cuales los ciudadanos trabajan un determinado número de horas al mes y así ayudan a bajar el precio para todos los consumidores. Modelos que incluso se están extendiendo a los sistemas de financiación colectiva. Entre las tendencias destacadas en esta «revolución invisible», Léonard destacó las comunidades de trabajo.
“Muchas veces la narrativa de la innovación es la disrupción por sí misma: transformar por transformar. Pero hace falta una visión social de los cambios”, subrayó.
En el escenario local
Para las cooperativas tecnológicas argentinas el software libre es, de hecho, una plataforma de trabajo colaborativo. Y no entienden otra forma de llevarlo a cabo que en forma cooperativa. José Masson, fundador de Gcoop y de Facttic, lo explica de este modo: “El que vive del software libre no busca concentrarse en vender un producto ya ‘empaquetado’ (como puede ser Office, por citar uno de los más conocidos), sino en el valor agregado que él pueda aportar con su talento de desarrollador. El dinero del cliente, en vez de ir hacia una multinacional, tiende por tanto a quedarse entre los técnicos de aquí que se den maña para satisfacer la demanda”. Son cooperativas que creen “que además de un balance comercial, debemos realizar un balance social, donde podamos enumerar en nuestros haberes lo que fuimos creando y devolviendo a la comunidad, y en nuestros debes nuestros proyectos futuros”.
Algo está cambiando en el mundo, en la forma de consumir de la gente, que se asume como productora. Y cuando lo hace, casi como naturalmente, surge el modo cooperativo de producción y consumo. La plataforma digital es una, pero no la única.