Contra viento y marea

Por Patricia
Coppola (*)

A la generación que nació en democracia le tocó, entre otras cosas, la crisis de 2001, la que fue dura, muy dura.

A la generación que festejamos en las calles la democracia recuperada, sobrevivientes de la dictadura, nos tocó una mucho peor. Otros no están para contarla.

Tal vez hoy estemos un tanto aturdidos pero, pese a todo, no deberíamos asustarnos demasiado. Pensemos que los movimientos populares, desde que derrotamos a los ingleses en 1806, tienen más de 200 años de historia, sin contar los siglos de resistencia de las mujeres y de los pueblos originarios.

Pensemos, con la historia que nos precede, que un personaje estrafalario como el actual presidente y su tropa, deben preocuparnos y enojarnos pero no amedrentarnos ni deprimirnos al punto de paralizarnos. No es momento de quedarse quieto sino de redoblar los esfuerzos.

La descripción de la realidad no resulta alentadora: más de la mitad de nuestro pueblo es pobre, la desocupación no para de crecer, la Argentina profunda sigue olvidada, las expectativas de la juventud son inciertas; la justicia, deslegitimada, y quienes depositan sus esperanzas en el Gobierno actual seguramente serán defraudados más temprano que tarde.

Asistimos a un momento político en el que el Gobierno dinamita las políticas públicas que tienden a atender los aspectos sociales. La historia siempre ha mostrado que, cuando el Estado se retira de ese ámbito, crece el Estado penal, esto es, su intervención violenta. Se cierran los centros de acceso a la Justicia, los que juegan un rol relevante en la construcción de un modelo democrático y eficaz de política criminal. El acceso a la Justicia supone la defensa de los derechos de todos y cada uno de los habitantes de este país que bien sabe de frivolidades, corrupción y violencia.

Recuerden, jóvenes, que el mundo y este país no comenzó cuando ustedes llegaron. Muchos argentinos y argentinas pusieron su talento y su militancia al servicio de los más desfavorecidos. Otros tantos se jugaron la vida por los derechos de los que hoy disfrutan. Luchas populares, sangre y tinta costaron los reconocimientos de los Derechos Humanos y el inacabado proyecto de la democratización de la Justicia, para que con tanto desparpajo e ignorancia la actual política de seguridad, por ejemplo, se exprese con frases domésticas -“el que las hace las paga”-, sin mayores consideraciones, intentando aplicar un “protocolo antipiquete” o resolver los problemas de las niñas y niños en conflicto con la ley penal bajando la edad de imputabilidad.

Siempre han existido los partidarios del “orden” a cualquier precio, siempre andarán merodeando los “iluminados” que reclaman todo el poder o los violentos que directamente no creen en los valores de la democracia y desprecian las luchas por los derechos conquistados. Pero también, como siempre, están los que saben que la democracia no es una fiesta sino una tenaz construcción colectiva y que el cumplimiento de la ley es un inseparable compañero de ruta.

A pesar de los pesares, y de las explicaciones y análisis sensatos e insensatos, muchos y muchas vamos a seguir, desde el lugar que nos toca, defendiendo los derechos de los que menos tienen, del lado de “los pañuelos verdes”, en la eterna pelea por la democratización de la administración de Justicia y la recuperación de las tierras de los pueblos originarios. Nos van a encontrar siempre del lado de los que desprecian la desigualdad y los privilegios, del lado de los artistas y de los maestros. Seguiremos acompañando la lucha de las organizaciones sociales y denunciaremos y protestaremos frente a las injusticias como siempre lo hicimos.

Nunca fue fácil y por estos tiempos resulta más difícil aún. Tendremos pues, que no declararnos cansados, volvernos impacientes, y empezar de nuevo todas las veces que haga falta. Eso sí, habrá que leer mejor la realidad para estar a la altura de las circunstancias e imaginar nuevas y mejores alternativas capaces de construir una paz que no se sustente en el paradigma del orden, el miedo y la sumisión.

Para finalizar, voy a tomar prestado el concepto de conquista precaria con relación a los derechos que viene desarrollando Lucas Crisafulli: frente a la violación cotidiana y sistemática de los derechos, la idea de precariedad nos exhorta a construir nuevas nociones que sean capaces de interpelarnos en el presente. Se requiere comprender que la existencia de los derechos no sólo depende de lo que otras personas hicieron para conquistarlos sino de asumir el compromiso cotidiano de ampliarlos y defenderlos, contra viento y marea.

(*) Abogada. Miembro de la comisión directiva de Inecip

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