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Recursos Humanos: del otro lado hay una persona

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La tarea de los RRHH implica algo más que la simple gestión del personal. Cómo engendrar compromiso entre los colaboradores a partir de una vinculación más fraternal.

Por Por Laura Pedernera*

Cada tanto nos encanta filosofar sobre el preponderante papel de los recursos humanos en la actualidad, o de toda la transformación que puede operar sobre nuestras compañías el hecho de gestionar correctamente el capital humano. Y no está mal hacerlo.

Hablamos de competencias, de promociones, de retención de talentos, de remuneraciones variables, todos conceptos modernos y de enorme significación en esta disciplina. Nadie podría discutirlos. Tampoco desde aquí lo hacemos.

Pero también es necesario incluir en todo ese contexto una variable igual o más palpable, algo tan concreto y sencillo: el simple hecho de reconocer la figura del “otro”. Mejor dicho: más que la figura, “la persona” del otro.

No vamos a teorizar acerca de la pertinencia o no de que a esta área se la llame “recursos humanos” ni tampoco si está bien que las personas sean consideradas “recursos”. En esta ocasión, el interés particular busca ir algo más allá.

Para esta reflexión tampoco importa demasiado si tenemos un empleado, tres, cientos o miles, si se trata de una trabajadora doméstica o si somos dueños de una gran empresa constructora. Da igual.

El combo completo
Como empleadores lo que hacemos es contratar, vincularnos y generar un lazo con una persona. Y es una persona que siente, disfruta, reniega, se enferma (ella o sus seres queridos), se cansa, se preocupa, tiene interrogantes, llora y -fundamentalmente- tiene vida propia. Así viene el combo: completito.

Y es por esa razón que –como solía repetir un gerente- trabajar en recursos humanos “no es para cualquiera”. Y no lo es.
Sencillamente porque no se estudia en la facultad cómo ser sensibles a los problemas del otro. No tendremos que rendir ningún final sobre temáticas como “¿Y si eso me pasara a mí?”, ni tampoco nos dan ejercicios sobre “sentido común”.

Por esa razón sería bastante ingenuo pensar que ni bien cruza la puerta, nuestro empleado o empleada olvidará automáticamente que acaba de dejar su hijito con fiebre al cuidado de otra persona; ni que borrará de su mente durante todas las horas de su jornada laboral que al salir lo espera un interminable trabajo para la facultad que debe presentar la mañana siguiente; ni que se olvidará si tuvo algún episodio de violencia familiar horas antes de llegar. Probablemente pondrá su mejor voluntad para sobrellevar el día intentando ser lo más productivo posible. En la mayoría de los casos lo logrará. Otras veces, no. Y entonces, nosotros tendremos dos caminos: hacer oídos sordos pensando que es su deber y que para eso le pagamos; o intentar ponernos en su lugar, con todo lo que eso significa.

Reconocer al otro
Si elegimos la segunda de las alternativas, no estaremos haciendo otra cosa que reconocer que antes que un empleado, “el otro” es una persona. Y entenderemos que cuando realmente sea necesario, podremos ayudarlo quitándole algo de la presión y la responsabilidad por la tarea que debía entregarnos, si es que ésta no fuera fundamental. O quizás, permitiéndole que la realice desde su casa.

Siempre que se pueda, tampoco sería mal idea permitirle retirarse y que cubra las horas que nos “adeuda” cuando se le solucione el panorama y se encuentre más tranquilo.

Demás está aclarar que no estamos diciendo ninguna genialidad. Y tenemos muy en claro que el trabajo de recursos humanos no pasa por hacer obras de beneficencia.

El planteo es sólo una invitación a que nos detengamos a pensar que así como resulta muy estratégico que acompañemos el desempeño del empleado, establezcamos políticas para retenerlo o le preparemos un plan de carrera a medida, también nos queda un aspecto tremendamente básico por considerar: estamos hablando nada más y nada menos que del respeto que como personas merecen todos nuestros empleados.

Más compromiso
Comunicación y escucha atenta van de la mano en esto de permanecer alertas a las necesidades de cada uno de los integrantes de la organización y ése debe ser nuestro gran compromiso. Ni siquiera pretendemos inmiscuir en el terreno de la “conveniencia”, porque es una palabra que a muchos no nos cae muy bien. Pero bueno, en última instancia también sirve.

Una advertencia antes de finalizar: ese compromiso del que hablamos no hace más que engendrar más compromiso. Dicen que uno recibe lo que da. A veces puede que no. Pero en la inmensa mayoría de los casos no tengo dudas de que realmente es así.

* Coach de RRHH especializada en la gestión y resolución de conflictos laborales. Autora del blog www.claveRH.com.ar

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