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Adultos mayores. Justicia y perspectiva de género

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Columna de AMJA
Por Paula Bruera

Actualmente existe un plexo normativo que reconoce, establece y enumera los derechos expresamente reconocidos a las personas adultas mayores. Así, la Convención interamericana sobre la protección de los derechos humanos de las personas mayores define la vejez como “una construcción social de la última etapa del curso de vida de una persona”; y la OEA, como “Aquella persona de sesenta años y más, salvo que la ley determine una base menor o mayor, siempre que esto no sea superior a los sesenta y cinco años”. Lo que demuestra que, normativamente, hay una protección de ese grupo etario que merece, por la situación de vulnerabilidad en la que se encuentra, un mayor resguardo de sus derechos.  

 No obstante, en la cotidianeidad los adultos mayores se encuentran con mayores dificultades para poder ejercer efectivamente sus derechos. En este punto me permito reflexionar y exponer la situación en que se encuentran muchas mujeres adultas, quienes después de haber recorrido un largo camino, un gran porcentaje de ellas tiene una ardua tarea, no sólo desde lo laboral sino también lo familiar y social. La mujer adulta en la actualidad cumple distintos roles y realiza distintas labores tales como ama de casa, de cónyuge/concubina, atención a hijos y/o cuidado de nietos, trabajando muchas de ellas en situaciones precarias. En este contexto, hablamos de la mujer adulta que sufre violencia de género.  

 En otros casos, quienes no se están realizando dichas tareas es porque se encuentran -no por propia decisión- alojadas en geriátricos. Así surge lo que se conoce como geriatrización, con todas las consecuencias disvaliosas y violentas que significa desprender a la mujer (quien muchas veces sólo transcurrió su vida en el hogar) de un arraigo que construyó su propia historia personal. Es violencia silenciosa pretender que salga de ese hogar donde transcurrió su vida, donde se encuentra todo lo que forma su entorno y obligarla a convivir con personas extrañas, bajo el pretexto de que “allí estará mejor”, quitándole lo más preciado que es la libertad de elegir.   

La violencia se manifiesta de muchas formas, incluso para algunos -víctima y/o victimario- resulta ser la forma de encontrarse con el otro, una forma de vida natural. En los casos de la mujer adulta, se puede observar que la situación de vulnerabilidad en la que se encuentra la reduce a su mínima expresión, hay una habitualidad que termina logrando una permisividad en la que el agresor, que en ciertos casos termina siendo la sociedad en su conjunto, puede ejercer de todas las formas posibles la violencia. 

La tendencia demográfica actual tiene en la vejez un fuerte componente de género. En general, a mayor edad mayor proporción de mujeres, quienes registran una mayor esperanza de vida -aunque esto no implica mayor calidad de vida-. En este sentido, el maltrato está dirigido hacia dos puntos: la vejez por un lado y ser mujer por otro. El  envejecimiento es un proceso en el que el ser humano es visto con mayor fragilidad y vulnerabilidad. Los roles tradicionales de la mujer -ama de casa, rol materno, el de trabajadora doméstica y extradoméstica- aumentan la angustia: las sensaciones de pérdida (el nido vacío) y los modelos sociales imperantes (la eterna juventud). La mujer siente que hay algo real o fantaseado que no puede lograr; estos lugares, estos mandatos y exigencias son dañinos y rompen con el deseo de bienestar que tanto ansía lograr la mujer mayor.  

El temor a la pérdida de los afectos es lo que lleva a que muchas situaciones de la vida cotidiana sean silenciadas, con la consecuencia que ello implica: aceptar la soledad y el silencio como una forma de vida de la mujer adulta. Es un trabajo arduo de las distintas instituciones, como también de la sociedad de la que formamos parte, trabajar con aquellas personas que se encuentran en estos grupos vulnerables a los fines de romper con el silencio, la indiferencia y el maltrato, revalorizando, escuchando y siendo empático con la palabra de los mayores. Cada uno desde el lugar que ocupa -en mi caso, como fiscal de Instrucción-, podemos plantearnos como propósito la necesidad de hacer visible lo invisible,  poner en palabras donde hay silencio, con el fin de que en el hoy como en el mañana, todas y todos resultemos escuchados.   

* Fiscal de Instrucción

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