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Una oportunidad clave desperdiciada

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Sus medidas, si hubieran sido aplicadas, habrían salvado la monarquía de Francia y cambiado la historia del mundo contemporáneo. Por Luis R. Carranza Torres 

Charles Alexandre, vizconde de Calonne, bien pudo cambiar, bastante, la historia desde las finanzas. De Francia y el mundo. Pero no lo dejaron.
Nacido en Douai en una familia de clase alta, abrazó la carrera del derecho, desempeñándose como abogado de la Corte General de Artois, luego como procurador del Parlamento de Douai y posteriormente como maître des requêtes, cargo cuya traducción literal al español («maestro de las peticiones») es lo suficientemente reveladora de la importancia y jerarquía de la magistratura. Era un funcionario con facultades duales, judiciales como de administración. Originalmente eran quienes se encargaban de recibir y tramitar las peticiones que se dirigían al rey. Posteriormente se amplió sus incumbencias al control de los intendentes de las diversas regiones del país y a ser jueces «soberanos» en cuestiones relativas al sello real, la imprenta real y la ejecución de los decretos del Consejo del rey.
El desempeño en lidiar con las leyes y la política lo llevó a tener responsabilidades de gobierno, distinguiéndose como un buen administrador al frente de las intendencias de Metz en 1768 y de Lille a partir de 1774. Eso hizo que en 1783 fuera llamado entonces a la corte de París por el rey Luis XVI para resolver la angustiosa situación de la Hacienda Real.

Le debió tal encargo al conde de Vergennes, ministro de Asuntos Exteriores y desde 1781 jefe del concilio del Ministerio de Hacienda. Un conservador de gran prestigio ante el monarca quien había destronado por intrigas al anterior ministro, Jacques Necker, por entenderlo un peligroso innovador, un republicano, protestante y extranjero. En su lugar puso a Calonne como controlador general de las finanzas (el antiguo ministro de Finanzas) y se erigió en su principal apoyo en los tres años siguientes. Sin embargo, Luis XVI sentía aversión por el nuevo funcionario, al igual que la reina María Antonieta. Para peor, según el embajador de la Casa de Austria, su imagen pública era extremadamente pobre.
Al asumir el cargo el 3 de noviembre de 1783, encontró deudas de 600 millones y ningún modo de pagarlas. En un principio intentó obtener un crédito y apoyó al gobierno mediante préstamos, para mantener la confianza pública en su solvencia. En octubre de 1785 acuñó monedas de oro y desarrolló la caisse d’escompte (descuento por pago en efectivo). Tales medidas salvaron, de momento, la situación -aunque sin resolver ninguno de los problemas de fondo-.

Era un hombre intrigante y aprovechado pero inteligente y emprendedor. Jugó a la política con las reglas de la economía, calculando que si la producción aumentaba, los ingresos se acrecentarían. Dispuso entonces obras en los puertos, abrió caminos, construyó canales, creó una nueva Compañía de las Indias y reorganizó la Caja de Descuentos, creada por Panchaud en 1776, con el objeto de obtener un mayor crédito. Empero la idea, justa en si, no podía eximir de un gran esfuerzo económico y de aumentar los impuestos para liquidar el atraso. Más aún cuando Calonne se mostró pródigo para complacer a la corte y persistió en los empréstitos, tomando más deuda. Por medio de periodistas a sueldo y maniobras alcistas, sostuvo el crédito al grado de recoger en tres años 800 millones. Pero pedir plata no es algo eterno y en 1786 ya no halló prestamista dispuesto. El déficit era aproximadamente de 20 por ciento; se decidió a realizar algunas economías que fueron insuficientes ya que más de la mitad de los gastos era absorbida por la deuda pública.

Entre la bancarrota o la inflación, Calonne no tuvo otra, el 20 de agosto de 1786, que enviar a Luis XVI una memoria en la que proponía una reforma del Estado tan radical como de avanzada: liberalización total del comercio interior mediante la supresión de las aduanas interiores y el establecimiento de un impuesto sobre la propiedad de la tierra que se pagaría sin hacer distingos. Es decir, era la primera vez que se ponía sobre la mesa francesa que la aristocracia pagara impuestos.
Esta supresión de privilegios fue mal recibida, aun cuando era la salida más lógica para sanear la economía. Para peor, el conde de Vergennes, su principal apoyo, murió el 13 de febrero de 1787, días antes de abrirse la «Asamblea de los Notables» que él mismo había recomendado al rey en apoyo de las medidas de Calonne. Charles Alexandre perdía a su principal apoyo en un crítico momento.
La junta de notables, dominada por los nobles, rechazó el plan. Calonne, enfadado, imprimió sus informes, enojando así a todos. Luis XVI no sólo lo despidió el 8 de abril de 1787 sino que lo desterró a Lorena, además. La alegría fue general en París, donde Calonne, acusado de desear aumentar los impuestos, era conocido como «Monsieur Déficit».

De haber encarado en un primer momento sus atrevidos planes de reformas, contando con el apoyo del conde de Vergennes, los autores coinciden en que se podría haber salvado la monarquía si hubieran sido apoyados por el rey. La Revolución Francesa no hubiera existido y Francia -tal vez- sería un reino en el presente.
Moraleja de la diosa Clío: cuando desde el “vamos” no se lleva a cabo lo que hay que hacer, por cuestiones de cálculo político, cuando luego fracase no se dispondrá, por lo general, de la credibilidad suficiente como para hacer lo que se debía desde un primer momento.
La historia es maestra de vida. Solo que, a veces, tiene alumnos bastante burros. Como podemos advertir con gran frecuencia.

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