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Las barras bravas como factor de poder en Argentina

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 Por Silverio E. Escudero

Los clubes de fútbol han sido –y serán- protagonistas esenciales de la vida política argentina. Así lo entendieron desde siempre los anarquistas y socialistas, quienes encontraron en ellos una forma de pertenencia y acción comunitaria para sacar de la calle a niños y adolescentes antes de que cayeran en las garras del alcohol, el juego, la prostitución y el delito.
Esos anarquistas, grandes precursores de la legislación social argentina, fueron los primeros en plantear una lucha sin cuartel en contra del consumo del ajenjo. No sólo tenían prohibido consumirlo en sus clubes, bibliotecas y salas filo-dramáticas sino también en su vida cotidiana. Era su forma de combatir, por todos los medios posibles, la tuberculosis y el resto de enfermedades concomitantes.
Ese gesto distinguía sus instituciones deportivas del resto, en especial de las ligadas a organizaciones confesionales que concluían sus jornadas deportivas emborrachados y buscando pendencia entre ellos y con los que tenían la desdicha de cruzarse en su camino. La cuestión motivó cientos de procedimientos policiales con su secuela de detenidos, heridos y muertes.
Esos temas eran preocupación de los ediles, quienes elevaron cientos de proyectos al pleno del Concejo Deliberante de la ciudad de Córdoba y la Legislatura provincial. Eran motivo de arduos debates que poco y nada avanzaban. Demasiados intereses jugaban sus fichas detrás de cada banca que obstruían la resolución de tamaño problema en ámbitos legislativos.

Rafael Núñez, uno de los más lúcidos de los gobernadores demócratas de Córdoba, durante su campaña electoral se comprometió en dar dura batalla contra la tuberculosis y el consumo del ajenjo. Así nacieron sus célebres baños públicos que tenían agua caliente permanente, tornando obligatorio el baño –tres veces por semana- de hombres, mujeres y niños, el lavado de ropa en grandes piletas como también la obligación de airear y sacudir frazadas y colchones para –de esa manera- intentar combatir las esporas de la tuberculosis y la lepra.
La batalla contra el consumo del ajenjo –bebida de altísima graduación alcohólica- fue compleja. Muchos jueces y la mayoría de la clase política brindaban protección a los productores e introductores del brebaje en la provincia. Era una caja cuasi inagotable que financiaba la política y fue el origen de riquezas inexplicables.
En una acción policial sin precedentes se destruyeron cuatro enormes alambiques que pertenecían a la Zwi Migdal, cuyo jefe en Córdoba era un ropavejero polaco cuyo negocio estaba situado al 600 de la calle San Jerónimo. También se destruyeron tres alambiques pertenecientes a un caudillo oficialista oriundo del departamento Tercero Arriba y los investigadores se sorprendieron al allanar un campo del sur cordobés donde funcionaba una destilería perteneciente a un cura párroco del sur de la provincia de Santa Fe.
Rafael Núñez, según sus enemigos políticos internos, había perdido popularidad entre las hinchadas de fútbol y el gremio de bolicheros y pulperos. Su temprana muerte -el 17 de octubre de 1924- conmocionó la ciudad y sus funerales fueron acompañados por miles de cordobeses de todos los colores políticos. Despedían a su mejor gladiador. La abstención radical, en los años 20, trasladó la disputa política a los clubes y comisiones vecinales, que se reflejan en sus cánticos en los que definen y defienden sus pertenencias políticas -demócratas, radicales y socialistas- cuyos dirigentes, para despuntar el vicio, peleaban a brazo partido su integración en las comisiones directivas.

La revolución del 6 de septiembre de 1930 provocó la primera militarización de las hinchadas de fútbol. La Legión Cívica y la Liga Patriótica se hicieron dueñas –con prepotencia- de la conducción de los clubes más importantes de la ciudad. Sus “trapos” comenzaron a aparecer adornados con símbolos del falangismo español, el fascismo italiano y la cruz esvástica. Preponderancia que mantendrán hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.
La contienda, como la Guerra Civil Española, se reflejaba en enfrentamientos a sopapos a la salida de las canchas de fútbol o frente a las pizarras de los diarios La Voz del Interior, El País, Los Principios y el vespertino Córdoba.
La Segunda Guerra Mundial ahondó la brecha que separaba a la sociedad cordobesa. Es que tanto la embajada alemana en Buenos Aires como el consulado italiano subvencionaron la actividad de estos grupos de choque que tenían a maltraer a los ciudadanos democráticos.
En esta etapa se militarizó aún más la participación popular en las tribunas. La suerte de la guerra, más allá del avance o retroceso de las tropas, concluyó en fieras disputas aun entre partidarios de un mismo equipo. Violencia que preocupaba al jefe de la policía montada, que dirigió una carta a sus superiores en la que solicitó duplicar el número de hombres a su cargo y la creación de un retén permanente al que recurrir en el supuesto caso en que el escuadrón fuese superado tanto en el fútbol y como en las gradas del hipódromo de Córdoba entre los habitantes de la oficial y “los nenes de la popular”.
El primero y el segundo gobierno peronistas garantizaron la fidelidad del hincha mediante la reparación de los viejos estadios y la construcción de otros nuevos como el de Racing Club de Avellaneda y el del Instituto Atlético Central Córdoba, que “vedaban el ingreso de los contreras”. El caso paradigmático fue birlarle el campeonato a Banfield para que Racing Club –el equipo del general- saliera campeón.
La Marcha Peronista y Evita Capitana nunca se dejó de cantar aun en los períodos de mayor represión de la Revolución Libertadora y el resto de las dictaduras que hubo, desde entonces, en la República Argentina.

Esos mismos hinchas serán los que denunciaron el fusilamiento del general Juan José Valle y repudiaron los asesinatos de 18 civiles en los basurales de José León Suárez.
Las tribunas, con su voz estentórea y coral, gritaban “¡presente!”, cada vez que alguien repasaba la nómina de los caídos.
Por primera vez, en la historia del peronismo, los militantes se alejan de la visión estratégica del general Perón. Condenan acerbamente su crítica “al golpe militar frustrado” producto de “la falta de prudencia que caracteriza a los militares”.
Las voces de resistencia crecen en contra del gobierno de facto del general Pedro Eugenio Aramburu y del almirante Isaac Francisco Rojas mientras otean el horizonte aguardando la llegada del Avión Negro. Y pronto, la cancha, se expide, dividida, sobre la alianza Perón-Frondizi.
Si existe un grupo social profundamente antidemocrático es el futbolero.
El mismo que alentaba a sus equipos comparándolos con la supuesta eficacia de los “tanques de Onganía”. Jefe militar que había jaqueado al gobierno de Arturo Frondizi, manipulado del débil –y dipsómano- José María Guido y participó activamente en el derrocamiento del gobierno constitucional de Arturo Umberto Íllia.

Romance tan breve y dañino que concluyó con una atronadora silbatina el 1 de noviembre de 1967, cuando el presidente de facto Juan Carlos Onganía se aprestaba a presenciar la victoria de Racing Club sobre el Celtic. Onganía había concurrido a la cancha invitado por el intendente de Avellaneda, el coronel retirado Carlos Muzio y el Interventor en la Asociación del Fútbol Argentino, Valentín Suárez. Concluida la silbatina el usurpador soportó con estoicismo que un sector de las tribunas cantara Los muchachos peronistas, lo que causó la renuncia del jefe Servicios Secretos de Argentina.
Cuando se sucedió en el ejercicio real del poder en Argentina entre la Triple A, el Comando Libertadores de América y las Fuerzas Armadas, a partir a partir del 24 de marzo de 1976, las hinchadas argentinas, junto a cierta dirigencia gremial, integraron las bandas parapoliciales y paramilitares responsables de la desaparición y muerte de miles argentinos.

 

Comentarios 1

  1. En todos los tiempos la realidad es ocultada o no difundida en beneficio quien sabe de quien. Este relato nos hace conocer detalladamente con matices como fueron los orígenes de las barras bravas hoy tan discutidas. Gracias Sr Enrque Escudero.

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