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La sangre es más poderosa que la distancia

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  Por Gabriela Báez *

Que la tecnología ha cambiado nuestra manera de comunicarnos y de ver el mundo es un hecho fuera de discusión. Y también lo es que como mediadores vemos cada día situaciones muy complejas, que incluso se dificultan más por el componente de la distancia.
Por tal motivo, la mediación a distancia (MAD), surge como respuesta a la necesidad de las personas que se encuentran en distintos puntos de nuestro país, brindándoles la posibilidad de realizar un proceso de audiencias de mediación, en un espacio seguro, acompañadas en todo momento por mediadores capacitados, con el objeto de propiciar el diálogo con aquella parte que se encuentra alejada, a fin de que puedan participar y ser protagonistas del procedimiento.
Por sus características particulares, se trata de una alternativa para casos especiales y específicos, ya que requiere de una fuerte coordinación entre los actores del proceso, quienes hacen uso de la tecnología para poder llevar a cabo las Audiencias. El Centro Judicial de Mediación (CJM) de Córdoba planifica estrategias y mantiene la comunicación institucional, aumentando día a día la cantidad de relaciones de cooperación con otros centros de Mediación del país.
Pero aunque sea de fundamental importancia gestionar los recursos tecnológicos, entiendo que también es igualmente prioritario capacitarnos como mediadores en distintas técnicas que nos ayuden a ser flexibles, empáticos y a tener llegada a personas de diferentes culturas y costumbres que habitan a lo largo y a lo ancho de nuestro país e incluso más allá de nuestras fronteras, ya que -en estos casos- el componente cultural adquiere una relevancia mucho más marcada que cuando trabajamos con personas de nuestro entorno.

El caso
Se trataba de una mediación familiar que comenzó cuando Verónica, una madre norteña que llegó a Córdoba desde su ciudad natal huyendo de una situación que se había vuelto insostenible tanto para ella como para sus tres hijos, llega al CJM y solicita una audiencia con el padre de sus hijos, residente en una localidad rural del Noreste del país, con la intención de que los adolescentes retomen el vínculo con él y con su familia paterna y que el progenitor colabore con el sustento de los adolescentes, sobre todo el del mayor, Federico, quien sufría un serio problema de salud.
En un primer encuentro privado con las mediadoras, en el que tardó bastante en tomar confianza, Verónica nos cuenta que habían pasado ocho años desde su llegada a Córdoba, durante los cuales trabajó y se esforzó por dar a sus hijos la educación y oportunidades que ella nunca tuvo, pero que la vida a veces pone pruebas que hacen que las personas deban replantearse algunas decisiones de su pasado, con relación al contacto de sus hijos ya adolescentes con su padre.
En este caso, y a pesar de que en Córdoba teníamos acceso a las condiciones tecnológicas, en el otro Centro de Mediación las comunicaciones fallaron en repetidas oportunidades, pero con paciencia y después de varios intentos frustrados, se logró establecer el contacto entre Federico y su padre.
Fueron siete duros meses de audiencias aplazadas, inconvenientes, desencuentros y malos entendidos que surgían principalmente por las diferencias en la manera de trabajar de ambos centros de Mediación. Pero las mediadoras no nos dimos por vencidas en el objetivo de que al menos Federico pudiera escuchar la voz de su padre después de tantos años.
Ese momento fue crucial porque, de algún modo, las emociones reprimidas durante largo tiempo comenzaron a fluir y la madre comprendió que -a pesar de su dura historia con el padre de sus hijos- el adolescente seguía necesitando el contacto y el afecto de su progenitor.
A pesar de no haber llegado a un acuerdo escrito formal porque el señor no se presentó a la última audiencia, estas mediadoras han tomado conocimiento de que, a partir de este contacto inicial, el padre ha comenzado a conversar telefónicamente de manera regular con sus tres hijos, ha viajado a Córdoba para verlos, se comenzó a interesar por sus vidas y está apoyando económicamente en situaciones de salud de su hijo mayor.
Este caso nos enseñó que -a pesar de las dificultades de comunicación y de las diferencias tecnológicas y culturales entre las distintas provincias- cuando hay una fuerte voluntad de retomar el vínculo vale la pena intentar recomponer las relaciones entre las familias y que para esto no siempre hacen falta sofisticados equipos ni una cuantiosa inversión en tecnología, sino paciencia, empatía y mucho amor por la labor que desarrollamos.
Lo que también pudimos apreciar es la importancia de ponernos en contacto con mediadores de otros puntos del país para generar protocolos de actuación, conocernos y aprender de sus vivencias culturales, ya que fueron una parte fundamental en la creación de puentes para unir a una familia separada desde hacía varios años.

* Mediadora

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