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La policía más antigua del mundo

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La génesis de la institución de la seguridad pública que existe en nuestros días

Por Luis R. Carranza Torres

Los antiguos romanos no sólo dieron forma a muchas de nuestras actuales instituciones jurídicas. También son los responsables de la creación del primer cuerpo de policía como hoy lo conocemos y hasta de los bomberos.
Recibían, los primeros, la denominación de «urbaniciani» y era la excepción a la regla que, desde la fundación de la República, prohibía la permanencia de tropas armadas en la ciudad.
Roma, la ciudad más grande del mundo por entonces, superaba el millón de habitantes. Un conglomerado urbano nunca visto y que tan sólo Londres en el siglo XIX igualaría en población.
Dicho tamaño conllevaba especiales cuestiones en varios asuntos, y en lo concerniente a la seguridad, los escritores clásicos nos hablan de lo peligrosa que resultaba Roma después de la puesta del sol. La delincuencia estaba a la orden del día, lo que se acentuaba en tales horas oscuras.
También los incendios eran cosa habitual, sobre todo en los barrios más atiborrados de gente.
Para combatir estos problemas se pergeñaron dos cuerpos de seguridad específicos: las cohortes urbanas y los “vigiles”. Los primeros para la seguridad diurna. Los segundos para la vigilancia nocturna y el sofocar los incendios.

Ambas eran creación de Cayo Julio César Octaviano, primer ciudadano de Roma a la que el senado otorgó el cognomen de «Augusto» en el año 27 a.C. Emperador en todo, salvo en el nombre, agregó a su amplio haber de realizaciones la institución de dichos cuerpos en el año 6 a.C.
Organizadas a la par de la Guardia Pretoriana, las cohortes urbanas las copiaban en organización, salvo por carecer del contingente de caballería. Numeradas como la X, la XI y la XII, cada una estaba integrada por unos 500 hombres, aunque pasaron a 1000 durante la época imperial y 1500 en época de Septimio Severo. A la cabeza de cada una se asignaba un tribuno y todas se hallaban bajo el comando del Prefecto Urbano.
Además de Roma, en «Lugdunum», la actual Lyon en Francia, y en «Carthago» en el África, existían otras dos Cohortes Urbanas que tenían los números I y XIII, respectivamente. La primera para custodiar la vital «ceca imperial», una especie de casa de moneda a la romana y en el segundo caso para garantizar el orden en la segunda ciudad del Imperio.
El equipamiento era similar al de los legionarios, constando de casco y de espada, aunque el escudo era de menor tamaño y sólo llevaban como protección una sencilla coraza de cuero en lugar de la armadura de metal de los militares.
Como una característica específica de este cuerpo, iban munidos además de porras de madera y en los cinturones se colocaban pequeñas campanillas que sonaban al andar. Una suerte de antecesores de las actuales sirenas que tenían tanto efecto disuasorio como para identificarse a la distancia ante los ciudadanos.
En cuando a las «Cohors vigilum» o vigiles, estaban repartidos en Roma en siete cohortes de unos 1000 hombres cada una, distribuidas a razón de una por cada barrio de la ciudad, bajo el mando de un tribuno. Cada cohorte estaba dividida en centurias de 70 a 80 hombres cada una, dirigidas por un centurión “prínceps” o principal y por seis simples centuriones las demás que le reportaban.

Sustituían, en cuanto a la lucha del fuego, al anterior sistema contra incendios en manos de esclavos que dejaba mucho que desear en cuanto a la eficacia.
Sus cuarteles estaban equipados con carros cisterna y de bombeo, escaleras, mantas, hachas y múltiples elementos más, llevando a cabo un entrenamiento continuo y manteniendo en sus tareas una disciplina de carácter militar.
Dentro del grupo se hallaban especializados según sus distintas funciones, recibiendo cada cual una denominación propia. De tal forma los «aquarii» se encargaban de dar con los conductos de agua más próximos, los «siphomarii» eran quienes manejaban los rústicos primeros carros-bomba, los «emitularii» lidiaban con grandes colchonetas para que la gente saltara desde los pisos de los edificios y los «centonarii» se encargaban de extinguir los incendios pequeños con la utilización de grandes mantas empapadas tanto en agua como con vinagre.
A la extinción de incendios le adicionaban por la noche la misión de patrullar las calles en prevención de robos y otros ilícitos.
Como puede verse, mucho de lo que entonces se llevaba a cabo pervive en nuestros tiempos y en nuestra cultura, muy lejana en el tiempo y distinta en los rasgos que la romana pero igualmente tributaria de ella en no pocas cuestiones.
Entre ellas, en lo que a policía y bomberos se refiere.

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