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La mejor defensa en Moscú

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Debía librar de la muerte a su cliente, sin entenderle palabra alguna y contra todas las posibilidades- Por Luis R. Carranza Torres

A sala llena y bajo los reflectores de la prensa soviética y del mundo, con el decorado imponente del «Salón de las Columnas» en Moscú, un tribunal soviético inició el 17 de agosto de 1960 el juicio por espionaje a Francis Gary Powers, piloto estadounidense derribado sobre territorio de la URSS mientras realizaba una misión aérea de reconocimiento fotográfico de instalaciones nucleares para la CIA. Nadie se hacía demasiadas esperanzas respecto de la suerte de Powers. Su fallida misión había frustrado una cumbre sobre armamento nuclear entre Eisenhower y Jruschov. De hecho, llegar a un juicio ya era todo un triunfo. Guardaba relación con las reformas de la era Jruschov, tendientes a la «desestalinización» del aparato soviético. En virtud de ellas se prohibía ejecutar directamente a ninguna persona, aun siendo un espía extranjero, al estilo de las viejas épocas, en que se le disparaba, sin mayores formalidades, un tiro en la nuca en una de las celdas oscuras y frías de los sótanos de la «Lubianka», como se denominaba la prisión anexa al cuartel general del KGB, por la plaza homónima en que estaba situado. Ahora, debía juzgársela primero.

Por supuesto, la exigencia del proceso previo no descartaba para nada cumplir, a posteriori, con lo otro. Tampoco, que se aprovechara la ocasión por el estado soviético para poner de manifiesto la pérfida y traicionera actitud de los estadounidenses. Por ello el juicio fue abierto al público y a la prensa y filmado íntegramente. Extractos de lo que ocurría diariamente eran difundidos en cada jornada por la televisión soviética. Y una película sobre el juicio fue exhibida en cines a lo largo del país. Powers era juzgado por espionaje en virtud del artículo 2º de la ley soviética sobre Responsabilidad Penal por Delitos contra la Seguridad del Estado. De encontrarlo culpable podía llegar a imponérsele la pena de muerte o una condena a prisión hasta de quince años. Su defensa, nombrada de oficio por el tribunal, recayó en un abogado soviético, de 55 años, de nombre Mikhail I. Griniev. A los problemas de la prueba abrumadora de la comisión del espionaje aéreo, la defensa sumaba otra dificultad: apenas sabía nociones muy bá- sicas de inglés y toda la comunicación con el acusado debía ser mediante intérprete.

Griniev, que obviamente era presionado por su gobierno para que no lo defendiera muy bien que digamos, fue clarísimo con Powers: no saldría de la sala de audiencias sin una condena. La prueba de espionaje era contundente, empezando por él mismo y eso era un delito allí como en cualquier otra parte del mundo. La cuestión era ver cuál pena se le imponía. Su asesoramiento fue que podía evitarse la pena de muerte si adoptaba una actitud humilde, apesadumbrada y expresaba estar arrepentido de lo hecho. «Usted debe pedir perdón por todo», le dijo, «por el vuelo, por espiar, por ser derribado, por ser hecho prisionero, por arruinar las relaciones con Estados Unidos. Por todo. Es su única salida a ser ejecutado». Griniev desarrolló su línea de defensa insistiendo en que el piloto norteamericano no era más que una herramienta, un mero cómplice menor de un delito deshonesto (como el fiscal Rudenko había caracterizado el sobrevuelo) del cual el gobierno de los Estados Unidos era el verdadero culpable.

Powers fue llevado a realizar algunas admisiones que sonaron extrañas para los estadounidenses, incluyendo el hecho de que nunca había votado en una elección en Estados Unidos o de que -de ser regresado a Estados Unidos- sería juzgado por haber colaborado con los soviéticos. Todas ellas eran parte de la estrategia de su defensor para presentarlo como un mero peón caído de un tablero en que otros movían las piezas y decidían las jugadas. También, en sus últimas palabras, a tono con tal línea, Gary pronunció un discurso contrito: «La situación en que me hallo no es buena. No he escuchado mucho las noticias desde que estoy aquí, pero entiendo que, como resultado de mi vuelo, se canceló la cumbre entre los dos estados por las armas nucleares y también la visita del presidente de EEUU a Rusia.

Sinceramente siento haber tenido algo que ver con esto. Ahora sé algunas de las consecuencias de mi vuelo y estoy profundamente arrepentido de haber participado en él». Michael Beschloss, en su obra Mayday: Eisenhower, Khrushchev, and the U-2 Affair, describe despectivamente a Griniev como «un calvo experto en perder casos importantes contra el estado soviético». En otro libro sobre el proceso titulado Strangers on a bridge: the case of colonel Abel and Francis Gary Powers», James Donovan, quien defendió al primero, espía ruso de la KGB en Estados Unidos, y luego negociaría su intercambio por Powers, califica la defensa de Griniev como «inadecuada». Nos permitimos disentir de ambos. A la luz del contexto, la condena final dictada por el tribunal a sólo tres años de prisión y luego siete de trabajo obligatorio en una colonia penal, pudiendo haber sido de hasta quince en prisión, sin contar con el haber evitado la imposición de la pena de muerte, hablan de una defensa tan exitosa como era posible.

El 10 de febrero de 1962, un año, nueve meses y diez días después de su captura, Powers fue liberado en un intercambio de prisioneros. Como es usual, muchos de los que se adjudicaron el crédito en Washington DC no habían movido un dedo mientras lo juzgaban en Moscú. Y como pasa de ordinario con las defensas penales, nadie otorgó el menor cré- dito a la labor del sagaz Mikhail Griniev.

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