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«I can’t breathe», ¿el grito de triunfo de Donald Trump?

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Por Silverio E. Escudero – Exclusivo para
Comercio y Justicia

El asesinato policial del ciudadano negro George Floyd en Minnesota abrió las puertas del averno. Las calles de Estados Unidos y las de la mayoría del resto de las naciones del globo -a pesar de las restricciones que impone el covid-19- se llenaron de gritos y puños en alto denunciando al criminal que terminó con la vida de un afroamericano (para ser políticamente correcto), quien habría intentado cometer un delito de menor cuantía. 

Tanto la policía de Minnesota cuanto la justicia estadual trataron de tender mantos de impunidad sobre el hecho. Alrededor de veinte fiscales -afirman algunas cadenas informativas- se excusaron de investigar los hechos que a todas luces aparecían probados con una filmación que rápidamente se divulgó por las redes sociales. 

Así todos supimos que la agonía de George Floyd duró 8 minutos con 46 segundos, mientras clamaba «I can’t breathe» (“No puedo respirar»). Agonía que fue celebraba por la totalidad de las organizaciones de los supremacistas blancos en los cinco continentes y el resurgido KKK -que se ha empoderado por la llegada al poder de Donald Trump- y sus organizaciones satélites que bañan de sangre la frontera con México y todo el sur y el medio oeste estadounidense.

Los asesinatos policiales y parapoliciales de carácter étnico se siguen multiplicando en la meca de la democracia mundial y sede del “Milagro Americano”. 

La primera lectura de ese fenómeno resulta cuasi inentendible para la mayoría de los habitantes de la Tierra. Ha sido, desde el arribo de los pioneros, un centro racista por excelencia que logró transformar a los segregados en perseguidores de sus hermanos de raza en la esperanza de lograr un trato igualitario. 

Ilusión que pronto desapareció cuando, exterminados los naturales de esas regiones, abrieron la importación de esclavos africanos, traídos a punta de látigo por las tristemente célebres Compañías Británicas de las Indias y su poderosa competidora la Compañía Neerlandesa de las Indias, que habría reclutado más de 300 corsarios y piratas que tenían la misión de tornar inseguras las rutas del tráfico esclavista británico. 

El comercio de esclavos, que había sido abolido a principios del siglo XIX, pese a los esfuerzos humanitarios y del resultado de la Guerra de Secesión (1961-1865), se mantiene rozagante. En forma clandestina el tráfico de seres humanos continúa, ya que los algodonales del sur de EEUU necesita un flujo constante de mano de obra esclava para multiplicar su producción, para así atender a los crecientes reclamos de la industria textil estadounidense y europea y mantener supremacía sobre la producción de Afganistán, Pakistán y las naciones del centro de Asia que producen fibras de excelente calidad.

Tan cruel es el tráfico de esclavos en pleno siglo XXI que no deja de sorprender hasta a los más avisados militantes antiesclavistas. Los gobiernos del mundo -en su totalidad- son cómplices necesarios habida cuenta de que controlan todos los actos de los hombres y mujeres libres como también los de los millones sumidos en la esclavitud y la servidumbre sin que los organismos del Estado, que espían la conducta íntima de todos los ciudadanos, cumplan los acuerdos nunca denunciados en el seno de los organismos internacionales de carácter multilateral. 

Nadie repara en la existencia la Declaración Universal de los Derechos Humanos; tampoco toman en cuenta los contenidos del documento final de la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia, celebrada en Durban (Sudáfrica, 2001), que en el capítulo 1, párrafo. 6 “Reafirma que todos los pueblos e individuos constituyen una única familia humana, rica en su diversidad, y que todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos; y rechaza enérgicamente toda doctrina de superioridad racial, junto con las teorías que intentan determinar la existencia de las llamadas razas humanas distintas”.

A esta altura de la historia se debate aún si existe o no una sola raza: la humana. Lo demás es un simple problema de pigmentación. Ser negro, blanco, indio o mestizo es indiferente, pues la composición física e intelectual, salvo alguna patología, es exactamente igual para cualquiera: mismos órganos, mismos sentidos, mismo oxígeno para poder vivir, mismo planeta, misma agua necesaria para existir…

Nos enfrentamos a un sinnúmero de absurdos que tienen origen en las usinas de pensamiento de las mayores potencias mundiales, que se convierten en una casta superior dispuesta a profundizar las grietas, las heridas más profundas producto de la diversa pigmentación de los seres humanos. 

Diferencias que han sido fomentadas a lo largo de miles de años por la casta sacerdotal y ejecutada por los guerreros cuyas espadas, lanzas, arcos y flechas les sirven para inmortalizarse en el poder.

Una vez más, en EE.UU este arcaico método de segregación deja hondas lastimaduras en una familia, en una sociedad y en el planeta. Ocho minutos con 46 segundos alcanzaron para redefinir hacia dónde marcha como potencia hegemónica. 

Al menos, en tanto gobiernen los republicanos y Donald Trump, Washington pretende transformar la vida de las personas de rasgos no caucásicos en un infierno. La brutalidad policial hace que sus derechos no tengan valor alguno. Serán, apenas, considerados carne de calabozo, que grita desde sus entrañas para ser tratado con dignidad, aunque para quienes tienen el poder son meras estadísticas para favorecer el control poblacional y de razas.

Un presidente que se solaza con demostraciones de extrema crueldad y hace lo posible para empeorar las cosas es un auténtico problema para sus agentes publicitarios, quienes trabajan a matacaballos en vistas de los comicios presidenciales del 3 de noviembre próximo.

Mucho más cuando en los cuarteles republicanos y la prensa adicta se especula que el candidato demócrata Joe Biden aparece débil y timorato frente a la “brutalidad de la aplanadora Trump”.

Sabemos que éste es un hombre rudo que carece de modales a la hora de compartir espacios con sus contendientes y no considera ni por un instante la suma de escándalos comerciales y defraudaciones. 

“Los demócratas también tienen su responsabilidad. Siendo el partido al que votan mayoritariamente los afroamericanos y otras minorías -anota Anabella Busso, coordinadora del Departamento de América del Norte Instituto de Relaciones Internacionales (IRI)-Universidad Nacional de La Plata, en su informe titulado “No es un caso, son siglos de segregación y un orden en descomposición”-. Para Busso, el partido se ha resistido a afrontar un proceso de cambio que es demandado por los más jóvenes y por aquellos sectores políticos y movimientos sociales que apoyaron a Bernie Sanders. “Prevalece la idea de diseñar la política desde el establishment político hacia abajo y de negarse a incorporar un proceso de demandas que viene de abajo hacia arriba y que reclama la interrupción de la influencia de Wall Street”, destaca. 

Y agrega: “Biden, candidato sin primarias finalizadas debido a la pandemia de coronavirus, ha subido en las encuestas pero no ha logrado mostrarse como un líder apto para conducir un proceso de cambio absolutamente necesario en el sistema político estadounidense”.

El cadáver George Floyd es el enemigo mayor de Donald Trump. También su mejor plataforma de lanzamiento hacia el triunfo que le daría un segundo periodo en la Casa Blanca. El grito final de Floyd, «I can’t breathe», quizás sea el lema principal de la campaña electoral republicana, tal como reclaman los militantes más fanáticos del Tea Party. 

Comentarios 1

  1. Angel says:

    ¡Y todo indica, a pesar de este gigantesco suceso, que tiene todos los visos de que fué a propósito que se mostrara al mundo en las todopoderosas redes sociales, por la facilidad tan evidente que demostraría que no es producto de la casualidad, que la siguiente carrera presidencial, la ganará Donald Trump!
    ATNB

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