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Fotolenguaje como herramienta para la mediación familiar

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Por Silvina Muñoz (*)

Cada uno debe encontrar un estilo de mediar que lo haga sentir cómodo y le permita aprovechar al máximo su potencial personal, el de su compañero y el de los participantes, creando una situación que favorezca la búsqueda del bienestar de las partes, para que encuentren más fácilmente las vías de salida a su conflicto.
Entre los distintos tipos de personas con las que nos relacionamos en el proceso, hay algunas a quienes les es difícil expresarse; a veces, porque todavía no tienen la suficiente confianza, lo que puede revertirse haciendo reuniones privadas; o porque no encuentran las palabras adecuadas que reflejen su emocionalidad, entre otras razones. En esta línea, y con la idea de ayudar a que las partes se expresen reflejando de manera fidedigna lo que sienten, es que encontré en el fotolenguaje una técnica interesante, que en este caso tiene sólo la finalidad de lograr una mejor comunicación.
El fotolenguaje aplicado a la mediación familiar, como técnica de trabajo grupal, es un vehículo que permite abreviar parte del proceso y llegar de mejor manera a los intervinientes: una imagen vale más que mil palabras ya que, incluso, pueden ser lo suficientemente claras para lograr informar mejor.
Siempre recordemos que la finalidad de la mediación es ayudar a las partes a comunicarse mejor, a comenzar a conversar. No tiene un objetivo terapéutico.
En este marco, “aceitar” la comunicación utilizando imágenes puede ayudar, por ejemplo, a que digan cómo se sienten o percibir qué emociones creen que registran sus hijos.
El fotolenguaje comenzó a mediados de los 60 para utilizarlo en actividades pastorales, siendo Pierre Babin (1925-2012) uno de sus precursores. La fotografía tiene niveles de lectura: el primero es de denotación, que se refiere a lo que se ve, y el otro de connotación, que apunta hacia el significado que se le quiere dar a la imagen.

En la práctica de la sala de mediación, una vez hecho el encuadre y comenzada la agenda de las partes, les solicito su aprobación para intentar una herramienta diferente: “Les voy a mostrar unas imágenes. Quiero que me digan si en alguna de ellas ven reflejado el tipo de diálogo que hay hoy entre ustedes”; entonces, elijo tres láminas en las que puede verse a una pareja que discute delante de un niño, en otra solamente la pareja y en la restante una imagen figurativa de una pareja de personas.
Me pasó que ambos elijan la misma, distinta o ninguna imagen; de todos modos, siempre es una manera de comunicar. Les pregunto alternadamente por qué la eligieron, qué es lo que pasa en ese diálogo y cómo creen que se sienten las personas de la foto; esto permite que los más tímidos o reacios hablen de sí, expresándose indirectamente mediante quien figura en la imagen.
Este paso tiene la importancia de ayudar a la persona a comunicar sus sentimientos y paulatinamente ir “cargando” la imagen con los datos con los que trabajaremos después. Al mismo tiempo, la parte que escucha toma un contacto más limpio y menos agresivo de la información, ya que la otra está hablando de lo que siente el individuo al respecto del nivel de diálogo que tiene la pareja de la imagen. Se pueden usar preguntas circulares perfectamente. Es necesario destacar que las fotos que utilizo tienen siempre un nivel bastante parejo en la expresión de las figuras, ya sea gritando o gesticulando; es decir, no se trata de mostrar a víctima y victimario sino con una situación muy equilibrada.
Luego hago lo propio con el otro integrante de la pareja y seguimos “cargando” la imagen elegida. Retiro de la mesa las fotos que no hayan sido seleccionadas para sólo dejar las “cargadas”.

Pasamos a una segunda etapa, en la cual les muestro otras tres fotos en las que se ve a un niño en cada una de ellas; en una un niño triste, en otra una nena que se tapa los oídos en una expresión de agobio y en la tercera un infante que grita como desesperado. Luego les pregunto si les parece ver en alguna de las fotos el sentimiento que pueden estar viviendo sus hijos en virtud del nivel de diálogo que estuvimos trabajando con las fotos de la etapa anterior; una vez elegida la imagen, nos ocupamos de “cargarla”, para que adquiera significado para los padres y luego vinculamos una foto con la otra, como causa y consecuencia. A nadie le gusta enfrentar la responsabilidad de ser el motivo del malestar emocional en los hijos.
A partir de dejar las fotos “cargadas” encima de la mesa, podemos recurrir a ellas cada vez que necesitemos hacer referencia al diálogo, al sufrimiento de los hijos o a cualquier otro elemento con el que se haya cargado la foto, sin mucha cantidad de palabras. Así, utilizo al fotolenguaje como una herramienta que me ayuda a sintetizar procesos y trabajar con lo producido por los protagonistas, que son quienes más saben de su conflicto y quienes tienen la mejor solución.

(*) Mediadora del Centro Judicial de Mediación (CJM) – [email protected])

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