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Extrañas asociaciones ideológicas fundantes del nuevo fascismo que se presenta como salida política tras la pandemia

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Por Silverio E. Escudero
Exclusivo para Comercio y Justicia

Los corruptos de este tiempo hacen oídos sordos a todas las advertencias. Los hay a uno y otro lado del camino mientras desde sus atriles se reivindican como campeones de la moral y las buenas
costumbres

El anónimo perverso de las redes sociales, que se esconde y justifica en la pandemia, se ha transformado en el vector que promueve el renacimiento de antiguas y erráticas proposiciones políticas y religiosas que el mundo abandonó casi en forma definitiva.
Por estos lares, en manos de auténticos orates -tanto o más peligrosos que los que les precedieron- resurgen furibundos pseudolíderes que exigen a la humanidad un salto atrás; que retroceda en el tiempo e implante un Estado único, teocrático, fascista, católico y tradicional, aliado del ultraconservadurismo evangélico.
Dejarles crecer aupados a los estrados gubernamentales -envueltos en tempranos escándalos y desfalcos de todo-, significaría un nuevo descenso de toda la sociedad al octavo círculo del infierno que describe Dante Alighieri en la Divina Comedia.
Así los contemplaríamos inmersos en un siniestro río de brea mezclada con mugre y suciedad, en el que se mueven frenéticamente a un lado y al otro, hacia arriba y hacia abajo, procurando escapar del castigo de los demonios.
Esta visión de la corrupción implica -explican los exégetas de El Dante- dos características simultáneas; por un lado los corruptos no cesan de moverse (actividad), por el otro (oscuridad y disimulo) la brea cubre todo e impide ver lo que están haciendo, la opacidad es esencial, como la viscosidad de la brea pegajosa y maloliente.
En ese infierno los demonios pescan con enormes ganchos a los corruptos (genialmente ilustrado por Gustave Doré) y los destrozan con instrumentos torturantes sin atender a súplicas de piedad.
Cuenta Dante que los peores corruptos son arrastrados por el río de alquitrán hasta unos campos de hielo en los que reina un frío infinito, un viento infernal quiebra sus cuerpos congelados hasta hacerlos saltar en mil pedazos, para volver a recomponerlos y seguir recibiendo dolor y castigo eternos.
Sin embargo, los corruptos de este tiempo hacen oídos sordos a todas las advertencias. Los hay a uno y otro lado del camino mientras desde sus atriles se reivindican como campeones de la moral y las buenas costumbres.
Aunque -la verdad sea dicha- están sumados al avance del proyecto de restauración neonazi, del restablecimiento del neopaganismo germano -que otros denominan Wicca teutónica, odinismo, paganismo nórdico o más correctamente Wicca Norse o Wiccatru- que tuvo su mayor expresión en gran mitín nazi en la Königspaltz de Munich el 9 de noviembre de 1935, cuando se proclamó la necesidad de lanzar la segunda etapa de exterminio de las democracias representativas.
A la hora de encontrar justificativos, cada quién se aferra -como mejor puede- a una versión antojadiza de la historia para explicar su vuelta atrás en la evolución, su retorno a un pasado imposible. Así han declarado la guerra a muerte a la diversidad cultural y al multiculturalismo.
En ese regreso atroz niegan la esencia mestiza de un mundo forjado en el sacrificio desde los tiempos primordiales cuando, con sabiduría, los consejos de ancianos declararon tabú al incesto.
Este tiempo de locura no es nuevo; es, a pesar del desgarramiento de las vestiduras, una nueva versión del eurocentrismo.
En América, los descendientes de los pueblos originarios -y los hijos de inmigrantes que psicológicamente quieren parecerse a los nativos- no tienen explicaciones razonables para justificar su idea de deshacer rasgos parentales y culturales forjados en más de 500 años de mestizaje.
Esos grupos que claman por una pureza racial imposible son hombres y mujeres de naturaleza urbana y han visitado superficialmente las provincias y grupos étnicos andinos que dicen representar.
Proponen que se apliquen reglas sobre la pureza racial y la reconstrucción de los lazos sanguíneos desde hace más de 500 años al presente. Proposición que nos recordó el método creado por el médico veterinario argentino y ministro de Agricultura del Tercer Reich, Richard Walter Darre, guardián de las claves sanguíneas y medidas antropométricas del ario puro.
Otros, en tanto, juegan a ser apóstatas pero no tienen la entereza de ser ateos o al menos agnósticos. Por ello, se subsumen en el culto a la pachamama y aseguran la autenticidad de la “hollywoodense” coronación de Evo Morales como jefe supremo de los indígenas de los Andes en la ciudad sagrada de Tiwanaku.
Ceremonia no descripta en ningún manual de antropología ni en la memoria oral de los pueblos mesoamericanos ni en los cuentos y relatos tradicionales de los antiguos habitantes de Bolivia, que hemos relevado en reiterados viajes al altiplano.
Estas aproximaciones, diversas en sí mismas, advierten en estos tiempos de pandemia, miedo y terror de la posibilidad del surgimiento de gobiernos autoritarios y fundamentalistas.
Así se desprende de la proposición que recibimos en nuestra visita del mes de agosto de 2018 a la antigua provincia jesuítica Chiquitos, en Santa Cruz de la Sierra, que planteaba la necesidad de construir un gobierno único y universal, en manos, según se nos dijo, de ”un líder carismático de profundas convicciones nacionalistas y religiosas como Vladimir Putin” y, de paso, transferir el gobierno de la iglesia Católica de rito romano al patriarca de Moscú y toda Rusia, para hacer realidad una antigua profecía de la desaparición de la iglesia romana.
Temimos seriamente por nuestra salud psíquica. Resistimos una semana a la sinrazón, mientras, cada noche, éramos testigos de marchas de antorchas que remedaban a Munich 1935 o a las ceremonias esotéricas de las que tanto es amigo el presidente nicaragüense Daniel Ortega.
Por ello, a nuestra llegada recurrimos a Umberto Eco. Necesitábamos un baño de razón. Retomamos antiguas lecturas sobre la existencia de laboratorios de guerra psicológica que pergeñan en sus “matrices ideológicas” nuevos sueños hegemónicos, por lo que nos advirtió –algo que está vigente aquí y ahora- el resurgimiento de un nuevo fascismo.
Siendo, por cierto, el pensador italiano un testigo calificado porque fue amamantado por las “vías lácteas” del primer fascismo, del originario, del que nutrió ¡esmeradamente! a las juventudes de su tiempo (y del actual).
Por eso puso todo su empeño en explicar -y explicarse- el concepto de “fascismo”, en su amplitud y en su profundidad, para no dejarlo escapar y ser capaz de alertar sobre los mil disfraces desarrollados para proyectarse hacia el futuro y camuflar esa fase de la ideología de la clase dominante, que expresa, en simultáneo, el miedo burgués, sí, pero con altanería criminal. Intolerancia y odio disfrazado de pensamiento civilizatorio para seres “superiores”.
Estamos frente al surgimiento de un modelo ideológico opresor, de “nuevo cuño”, capaz de actualizarse permanentemente sin dejar de ser “tradición añeja” y fatalidad represora. Modelo opresor que, con muchos rostros (y nombres) en una misma “sustancia” inmutable, parece transformarse en una poderosa fuerza con ribetes internacionales pero sin perder sus coloridos locales.
Afirman algunos que se sintieron descubiertos que Eco exageró cuando se propuso desnudar la estructura íntima del fascismo y sus clones. Le dio por llamarle “urofascismo”, es decir el fascismo eterno. Construyó una especie de “casa de los espejos” aprovechando su reflejo sobre la realidad en categorías tales como: 1) el culto a la tradición y la pesquisa de una hipotética verdad primitiva; 2) la negación de la modernidad y del racionalismo; 3) el empirismo dogmático; 4) la satanización del pensamiento crítico; 5) el repudio a la diferencia; 6) el chauvinismo y la xenofobia; 7) la lógica de la persecución permanente; 8) el desprecio por la debilidad; 9) el amor por el machismo… y algunas otras mónadas más, coronadas por la idea de que el fascismo ha de tener la habilidad para desarrollarse permanente, para adaptarse a “los tiempos” y travestirse en la semántica, en las formas y en las interrelaciones sociales como un baluarte histórico capaz de poseer, no un uniforme único, sino todos los que convengan para la ocasión.

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