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Es esencial un proyecto nacional que termine con la grieta

Por Luis A. Esterlizi* - Exclusivo para Comercio y Justicia
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La realidad de hoy muestra la misma verdad que en 2015, ya que las fuerzas que sostienen el antagonismo -que la consideración pública denomina “grieta”- reciben en ambas posiciones no más de 30% de adherentes.
Esto se comprueba al comparar los guarismos que en las primarias de 2015 identificaban los votos recibidos por el kirchnerismo y el macrismo, en una de las elecciones en la que menos votantes participaron y que, sumados a los sufragios en blanco y nulos, se alcanzaron 25.184.257 votos válidos.
Éstos -sobre un padrón de electores registrados de 32.130.853- cubren un total de 78,38% de votantes, que sirve para cuantificar los porcentajes que efectivamente les corresponden a cada una de las dos fórmulas más votadas: el Frente para la Victoria 9.338.490 votos, o sea 29,06%, y Cambiemos 8.601.131, o sea 26,76%, ambos porcentajes sobre la totalidad de votantes registrados.

Actualidad
Hoy, según datos extraídos de diferentes consultoras, los guarismos preelectorales siguen muy parecidos a la primaria de 2015, hecho que nos ratifica que estas dos experiencias políticas -sobre todo a partir de sus gobiernos- obtendrían cada una, en las primarias de 2019, no más de 30% de apoyo, llevándonos nuevamente a un balotaje en el cual los porcentajes pueden aumentar según los votos que sumen las fracciones, no porque estén a favor sino porque están en contra de la otra y viceversa.
Esto nos señala que la posibilidad de que Cristina Fernández sea candidata a presidenta es alentada por el macrismo porque busca la polarización que lo favoreció en 2015, a pesar de las graves circunstancias generadas por erradas políticas de Estado que nos llevaron a una terrible depresión social y económica. Y que, sumada a la ausencia de dirigentes trascendentes, favorecen el continuismo de un modelo que no presagia ningún otro proyecto más que el sometimiento a las variables que devienen de la pobreza extrema, la desocupación y la desindustrialización. O sea, la ausencia de un proyecto nacional que restituya la autoestima en las fuerzas del intelecto, laborales y productivas para recuperar lo perdido y que hace años viene reclamando la mayoría del pueblo argentino.

El cambio de época
De nada valen los hechos positivos que son señalados por el macrismo como los hechos negativos que son expuestos por la contundencia de una realidad oprobiosa, más aún a sabiendas de que dichas causas devienen de errores de la política interna de muchos años de especulaciones y corrupciones y de exigencias externas que promueven los organismos internacionales de crédito para poder cobrarse lo que Argentina les debe.
Y todo esto sin que surja el accionar sincero y profundo a partir de las inmensas injusticias cometidas cuando más de 30% la población ha sido degradada física y moralmente, y las fuerzas laborales y empresariales son impulsadas a una sórdida pelea por no ceder posiciones o por ganar otras, cuando dichas alternativas se exponen en la peor de las circunstancias que vive una sociedad.
Sin un acuerdo social eminente y regido por firmes convicciones éticas y morales ningún gobierno puede, ni con el poder que le otorga el ganar una elección, obligar al cumplimiento de determinadas exigencias sin que los sectores comprometidos -con los esfuerzos que deben poner- participen del diseño de un plan integral, pensando exclusivamente en el bienestar del pueblo y en las soluciones que exigen las deficiencias estructurales que hoy tiene el país.
Para producir ese cambio de época no se necesita el autoritarismo, ya que ningún régimen que se identifique como democrático puede gobernar con imposiciones.
Lo que se necesita es persuasión y eso nace de cualquier manual de conducción política. Lo que hay que hacer es conducir y no mandar y para ello hay que hacerlo con la autoridad prestigiada por la verdad de los hechos y no por medio de promesas marquetineras que se deshacen ante las arbitrariedades e irresponsabilidades de los que se equivocan en perjuicio del pueblo.
Mientras la dirigencia del país -política, gremial, empresarial o profesional- no entienda que el único camino que hay que recorrer, con la convicción debida, es el de un acuerdo nacional, seguiremos en la decadencia que arrastra a millones de argentinos al ostracismo y la degradación.
Se debe terminar con las ínfulas de una dirigencia que no ve mucho más allá de sus narices y que hoy se desvive por llegar al próximo mandato, mientras las instituciones y entidades públicas y privadas terminan adosadas a dicho escarnio frente a una sociedad que sigue esperando el futuro que durante más de 35 años se le viene prometiendo, ante el fracaso estrepitoso y continuado de proyectos particulares o personales, que en definitiva los sufre todo el pueblo en su conjunto.

(*) Exministro de Obras y Servicios Públicos de la Provincia de Córdoba, 1973/74.

Comentarios 1

  1. Miguel Irazoqui says:

    Estimados
    Sin proyecto de nación, no hay nación, el último plan elaborado con acuerdo político es el Plan Trienal del año 1973, desde entonces solo hay planes de gobierno que no alcanzan a dimensionar la totalidad del problema y se transforman en pujas de poder que terminan torciendo el rumbo que de por sí siempre a carecido de una visión total, abarcadora y estratégica, hay que empezar por ahí, sin proyecto no hay nación.
    Slds
    Miguel Irazoqui

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