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El oscuro itinerario judicial de un genio

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A la par de sus grandes películas, que integran la historia del cine, fue acusado de los peores abusos. Por Luis R. Carranza Torres

Roman Polanski tiene, por méritos propios, un lugar más que ganado en la historia del cine. Además de director, ha sido productor, guionista y actor. No existen muchas dudas respecto a que es uno de los cineastas más importantes de la segunda mitad del siglo XX y principios del XXI, creador de obras fílmicas como El bebé de Rosemary, El pianista -por el cual ganó un Oscar-, Chinatown, Tess, La novena Puerta y El escritor fantasma, entre otras.
Pero existe otra parte de su historia personal, mucho menos creativa y bastante más perversa. Actos por los cuales también, pese a todo su empeño puesto en dejarlos atrás, sigue siendo recordado.
Ocurrió en la noche del 10 de marzo de 1977, cuando Polanski, un director de renombre, de 43 años, llevó a la menor de 13 años Samantha Geimer a la casa de Jack Nicholson en Mulholland Drive, donde paraba, bajo el pretexto de fotografiarla para la revista Vogue; pero una vez allí, luego de drogar su bebida, le tomó fotos desnuda y la llevó primero a un jacuzzi y luego al dormitorio, donde abusó sexualmente de ella.

Los padres de las adolescentes presentaron cargos y Polanski fue llevado a juicio. En la audiencia de apertura, el 15 de abril de ese año, se declaró como no guilty (no culpable). El estado de inocencia le duró menos de cuatro meses. El 8 de agosto, previa negociación con el fiscal, se declaró culpable de haber tenido sexo con una menor, a cambio de dejar de lado las acusaciones de violación, posesión de drogas y corrupción de menores.
Bajo los términos de su plea bargain (negociación de pena entre el fiscal y el acusado), fue condenado en primer lugar a un período de reclusión de 90 días en la prisión estatal de Chino para realizarle una evaluación psiquiátrica con el fin de decidir su condena final, pero fue liberado tras sólo 42 días. El 31 de enero de 1978, cuando se acercaba la fecha en que debía decidirse su pena y luego de conocer que podía tener que cumplir una condena de hasta 50 años, decidió huir de Estados Unidos y refugiarse en París.
El 24 de febrero, el juez Paul Breckenridge se negó, como pretendía la defensa, a dar un veredicto «en rebeldía» y a cerrar el caso mientras Polanski no se presentara en su tribunal.
La vida del magistrado no podía ser más distinta de la del acusado. Héroe de la Segunda Guerra Mundial, en la cual fue herido mientras combatía en el norte de África, Laurence James Rittenband era el hijo de una empleada textil de Nueva York, graduado en leyes a la edad de 19 años en la New York University School of Law. El equivalente a nuestro colegio de abogados en dicha ciudad lo consideró demasiado joven para rendir el examen que lo habilitaba a ejercer la profesión. En tanto esperaba, Laurence obtuvo otro título universitario, esta vez en la universidad de Harvard, recibiéndose «summa cum laude», es decir con el mayor honor académico.

Nombrado juez en Califormia, al otro lado del país, tenía una gran experiencia en eso de lidiar con estrellas de Hollywood. Antes de Polanski había entendido ya en los juicios de divorcio de Elvis Presley, el litigio por la custodia del hijo de Marlon Brando y el juicio de paternidad en contra de Cary Grant.
A pesar de ser buscado por la Justicia de Estados Unidos, Polanski se movió por Europa durante años sin ser molestado. Por las dudas, nunca dejó de residir en Paris, pues al tener la nacionalidad francesa no procedía, bajo las leyes galas, extraditarlo a Estados Unidos.
En 1994 presentó, vía sus abogados, un pedido para ser absuelto. Una nueva ley en California había reducido la pena máxima por el delito que se había declarado culpable a cuatro años. El fiscal de la causa, Roger Gunson, se negó a hacerla y le reiteró que debía comparecer ante el tribunal. El cineasta seguió filmando en Europa como si nada.
En marzo de 2003, veinte días antes de recibir el Oscar a mejor director en ausencia por El pianista, su víctima, Samantha Geimer, lo perdonó públicamente pero reiteró que la violación existió. «Él (Polanski) me hizo beber, me drogó y abusó de mí», dijo. También expresó que los actos en el juicio que había debido llevar a cabo y la exposición pública habían sido para ella mucho más terribles que los delitos que sufrió.
Cinco años después, en 2008, los abogados de Roman, Chad Hummel y Bart Dalton, pidieron al tribunal actuante el retiro de los cargos contra su cliente, alegando que no había tenido un juicio justo. Prácticamente les tiraron por la cabeza con el rechazo del planteo.

Al siguiente año, Polanski fue detenido a su llegada a Zurich, donde iba a asistir a un festival, y puesto a disposición de un tribunal suizo «en prisión preventiva» mientras se analizaba la procedencia de la extradición presentada por Estados Unidos tres años antes, en 2005. En 2010 se rechazó el pedido por falta de «pruebas concluyentes» pero la causa siguió abierta a la espera de mayor evidencia, por lo que Roman no vovlió desde entonces por Suiza.
En 2014, mientras filmaba en Polonia, fue nuevamente puesto a disposición de la justicia en virtud de un pedido de extradición estadounidense. Llegado el pleito al máximo tribunal polaco, éste rechazo el pedido entendiendo que existía un acuerdo entre las partes, que había sido ya cumplido.
En el presente año de 2017, Polanski contrató nuevos abogados e intentó, una vez más, quitar de su vida la causa penal. Pero ésa es ya otra parte de la historia.

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