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El juicio de la vestal Fabia

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Conmocionó a la Roma de su tiempo y causó una enemistad que haría historia

Por Luis R. Carranza Torres

Las sacerdotisas de la diosa Vesta en la Antigua Roma ocupaban un lugar central en el culto y la vida de esa ciudad que ya despuntaba para imperio. Se contaban con los dedos de una mano, siendo seleccionadas cuando se producía una vacante por el propio Pontífice Máximo de entre las 20 niñas, de 6 a 10 años, «más perfectas» de Roma.
Debían entregar 30 años de su vida al culto en un templo al efecto, viviendo colectivamente en su propia casa unida a éste. El complejo se ubicaba en la parte del foro junto al monte Palatino que asciende hacia la colina de la Velia, en el sector más resguardado de las inundaciones que causaba el Tíber. En el AtriumVestae ardía el fuego sagrado de Vesta, diosa romana de la tierra, del fuego y del humo. Que dichas llamas permanecieran en el tiempo era una parte central de sus tareas como sacerdotisas, pues los romanos creían que el fuego estaba íntimamente vinculado con la fortuna de la ciudad, y que se apagara resultaba la premonición de un desastre.
Las vestales constituían la única excepción femenina en un estamento sacerdotal compuesto por hombres, como el romano. Eran también las únicas mujeres en Roma que podían dirigir por sí sus negocios y hasta testar sin estar sujetas a un tutor o autoridad familiar. De hecho, tenían mucha más capacidad jurídica que los filius varones sometidos a la autoridad de un pater.

A la par de dichas ventajas y de toda una serie de honores públicos, tenían deberes estrictos y penas terribles en caso de infringirlos. Debían, asimismo, mantenerse castas en tanto durara su servicio a Vesta. La pena por romper tal voto era el soterramiento, ser enterradas vivas en una habitación subterránea que se cubría con tierra en la Porta Collina.
Era muy difícil, ante la acusación de haber roto el voto, librarse en el subsiguiente proceso de tal condena. Sólo tres lo lograron a lo largo de los siglos que abarcó la civilización romana. De ellas, nos interesa en el presente el caso de Fabia, según la tradición «la más bella y dulce de las vírgenes vestales», formalmente acusada en el año 73 a.C. de haber profanado su voto de castidad.
Pertenecía, como todas, a una gens de prestigio. Su media hermana eraTerencia, quien poco más de un lustro después se casaría con Marco Tulio Cicerón, quien construiría su fama pública de hombre de Estado, entre otras actividades, participando como advocatus en los procesos más famosos del foro de su tiempo.
El señalado como autor de la «indiscreción» con la vestal Fabia era un joven hasta con impecable cursushonorum y que había destacado en las legiones: Lucio Sergio Catilina.
Fue un juicio de proporciones rodeado del comentario público. En defensa de los acusados tomaron parte las figuras más relevantes de la Roma de su tiempo, discutiendo las fuentes quién tuvo mayor influencia en el resultado final. Algunos hablan de Pisón y otros de la intervención de Cato de Utica, aunque la mayoría se pronuncia en favor de la labor e influencia de Quinto Lutacio Cátulo, apodado «Capitolino». Un patricio republicano hasta la médula, quien tenía relación con Catilina por su pasado militar en común y logró la exculpación de ambos. Pero los efectos del juicio estaban lejos de quedar allí.
A pesar que Catilina había salido del proceso completamente limpio y ajeno a los hechos acusados, la sospecha pública no se dio por satisfecha con el resultado procesal, que se mantuvo sobre su persona por el resto de la vida y fue usado por sus enemigos políticos para desacreditarlo.

Asimismo, no son pocos los que entienden que la enemistad entre Cicerón y Catilina tiene su origen en tal hecho. A Terencia no le había gustado el escándalo público de su media hermana y sus culpas se descargaron sobre el joven militar. Y habrían sido, luego del matrimonio, contagiadas a su esposo en el modo como sólo las romanas podía hacerlo.
Hay algunos extremos que abonan esta perspectiva. Por ejemplo, que las llamadas «conjuras de Catilina», denunciadas por Cicerón primero ante el Senado y luego el pueblo romano, sobre los intentos de Lucio Sergio Catilina de hacer caer la república e instaurar una dictadura, son vistos hoy por diversos autores como una formulación exagerada, basada en un acopio de meros rumores, y que no guardan exacta relación con lo que ocurría en tal momento. Se percibe en su formulación una animosidad flagrante al denunciado, que bien puede no surgir del celo republicano de Cicerón sino de tenerlo entre ceja y ceja por el pasado incidente que salpicó con el escándalo a la familia de su esposa.
Por su parte, Catilina podía buscar devolver gentilezas con Marco Tulio, por sus ataques, pero no es claro que buscara derrumbar el andamiaje institucional romano.
Se trata, asimismo, la de Catilinia, de una de las figuras públicas más misteriosas de la historia romana, cuyos hechos y contornos han sido desfigurados porque las principales fuentes de información a su respecto han sido escritas por acérrimos adversarios, como el propio Cicerón en sus Catilinarias, o Cayo Salustio Crispo en su obra BellumCatilinae.
En suma, el proceso a la vestal Fabia bien tuvo, en más o en menos, un significado histórico mucho más allá del juicio en sí mismo.

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