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El FMI y las grietas del capitalismo

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Por Gonzalo Fiore Viani

No deja de ser curioso que algunas de las críticas más duras al capitalismo provengan del jefe de la
iglesia Católica y de la presidente del Fondo Monetario Internacional. ¿El régimen hace más mal que bien?

David Lipton, hombre clave del Fondo Monetario Internacional (FMI) y ex número 2 de éste, dio un paso al costado de la entidad. El estadounidense ocupó ese lugar durante ocho años y remplazó brevemente a la ex presidente, Christine Lagarde, previo a la asunción de la actual número uno, la búlgara Kristalina Giorgieva. Esto ocurre en el medio de las negociaciones entre el FMI y el Gobierno argentino. Lipton fue una figura clave para los préstamos otorgados a Argentina durante el gobierno de Mauricio Macri. El economista proviene del Partido Demócrata estadounidense, ligado a los Clinton y a Barack Obama, quien lo había nombrado en el cargo en su primera presidencia. Por lo que, además del acuerdo con Argentina, tuvo influencia la absolución de Donald Trump del impeachment iniciado por los demócratas en diciembre pasado. Es probable que ahora el presidente designe a un funcionario identificado con él mismo. Si bien Giorgieva le agradeció los servicios prestados a Lipton, su salida parece ser parte de una agenda mayor.

También fue removido de su cargo el ex «jefe de misión» para Argentina, el italiano Roberto Cardarelli, quien fue reemplazado por el venezolano Luis Cubeddu. Giorgieva se despega, así, casi de manera total de los funcionarios que participaron de las misiones del FMI en Argentina que le otorgaron hasta 57.000 millones de dólares al gobierno de Macri en 2018. La debacle de Cambiemos y la catástrofe económica que se produjo en el país está vista en el exterior, también, como un fracaso del FMI, que no quiere tener una nueva Grecia en su haber. Por ahora, todo indica que el gobierno de Alberto Fernández se encamina hacia una restructuración de la deuda con el FMI. Para ello fue clave su gira por Europa, además de la intervención del papa Francisco, quien puso a disposición el Vaticano para un encuentro entre el ministro de Economía, Martín Guzmán, y Giorgieva.
No deja de ser curioso que algunas de las críticas más duras al capitalismo provengan del jefe de la iglesia Católica y de la presidenta del fondo. El momento político, social y cultural que atraviesa el planeta a partir de los excesos del capitalismo es tan grave, que la jefa del FMI declaró en el Vaticano recientemente, frente a Francisco y rodeada por Joseph Stiglitz y por Guzmán, que «hoy el
capitalismo está haciendo más mal que bien». Especialmente fueron duras las críticas de Stiglitz contra el modelo neoliberal que «ha dominado por cuatro décadas y ha fracasado». Lo cierto es que el fundamentalismo de mercado, la creencia absoluta en que las inequidades sociales se resuelven mágicamente o por una «mano invisible», mientras un 1% amasa las riquezas del 99% restante de la
población mundial, tiene muy corto plazo.

La desigualdad económica se ha incrementado sin parar desde principios de la década de los 80. Economistas como Joseph Stigliz o Thomas Piketty, quienes en otros momentos hubieran sido vistos por la izquierda como «moderados», proponen mayor progresividad de los impuestos y un gravamen sobre la riqueza. Giorgieva, como una gran parte de los analistas, economistas e intelectuales en general, entiende que si no existe una transformación real en el mediano plazo de los métodos de producción, consumo y distribución de las riquezas, no está asegurada la supervivencia del capitalismo mismo. Dos de las películas nominadas al

Oscar, la surcoreana Parasite y la estadounidense Joker, lograron captar el Zeitgeist de los tiempos de una forma muy particular.

Existe un rechazo visceral contra quienes detentan riquezas de una manera obscena, pero ese rechazo sólo se convierte en aspiración a convertirse en ellos o simplemente odio y deseo de destruirlos.

La cultura del descarte a la que suele referirse el papa Francisco hace que los descartados pierdan cualquier tipo de perspectivas o posibilidad de combatir el sistema de alguna forma. El modelo de capitalismo imperante en la actualidad no se parece tanto al de aquel de principios o mediados del siglo XX sino más bien a una anarquía voraz. El capitalismo pretende mostrar como clausurada toda grieta posible por donde pueda filtrarse un cambio real en las estructuras. Tanto el odio como la indignación, o el deseo de ascenso social, operan dentro del sistema. La caída de la Unión Soviética efectivamente produjo un «final de la historia» en el sentido de que actualmente no parece existir realmente un modelo económico concreto que confronte con el capitalismo salvaje. Lo particular es que hasta quienes siempre fueron sus popes, hoy sean conscientes de que si el sistema no adquiere un rostro humano, el monstruo termina de engullirnos a todos. Ellos incluidos.

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